Quién narra define la gloria de la caza
Creado el: 10 de agosto de 2025

Hasta que los leones tengan sus historiadores, la historia de la caza siempre glorificará al cazador. — Chinua Achebe
Poder y perspectiva
Achebe condensa una ecuación del poder: mientras el cazador sostenga la pluma, la caza será epopeya. La frase revela que la historia no solo registra hechos; también consagra héroes. En este sentido, su novela "Todo se desmorona" (1958) muestra la vida igbo desde dentro, corrigiendo relatos coloniales que retrataban a los africanos como sujetos sin agencia. Así, la autoría y el punto de vista no son adornos literarios, sino decisiones que reparten prestigio, culpa y memoria.
Voces silenciadas
Para comprender lo que falta cuando hablan solo los cazadores, conviene recordar a los estudios subalternos de Ranajit Guha (década de 1980), que examinaron cómo los campesinos y los colonizados quedaban fuera de la narración oficial. Incluso defensores tempranos como fray Bartolomé de las Casas, en su "Brevísima relación" (1552), dieron voz a los oprimidos pero filtrada por su propia mirada. De ahí la urgencia del león historiador: no basta con que el cazador diga que siente compasión; hace falta quien cuente su propia experiencia con lenguaje y criterios propios.
La caza como metáfora colonial
El motivo de la caza también figura en la literatura colonial: "Green Hills of Africa" de Hemingway (1935) enmarca la sabana como escenario del arrojo individual. Sin demonizar al autor, su lente confirma la metáfora de Achebe: la proeza del cazador eclipsa la ecología y las voces locales. En contraste, Wangari Maathai en "Unbowed" (2006) narra cómo la explotación del paisaje keniano silenció comunidades y memoria. Así, la pregunta late: ¿qué contaría el león sobre su territorio, sus pérdidas y sus estrategias de supervivencia?
Quién controla el archivo
Más allá del relato, el archivo decide qué perdura. Michel-Rolph Trouillot mostró en "Silencing the Past" (1995) cómo la Revolución Haitiana fue considerada "impensable", y por eso se minimizó en registros y manuales. Cuando los documentos, los currículos y los monumentos responden al cazador, su gloria se normaliza y la herida del león se vuelve ruido de fondo. Por eso, cambiar la historia implica también cambiar sus depositarios: custodios, criterios de evidencia y accesos.
Contrahistorias y memoria viva
Frente a ese sesgo, emergen contrahistorias que devuelven agencia. El informe "Nunca Más" (CONADEP, 1984) elevó testimonios de víctimas en Argentina, desplazando la versión estatal del terror. Del mismo modo, "Me llamo Rigoberta Menchú" (1983) popularizó el testimonio indígena en clave política; aunque debatido, reubicó la autoridad de narrar la violencia. En conjunto, estos ejercicios muestran que la memoria no es solo archivo frío: es una práctica colectiva que reordena quién puede nombrar el daño y la dignidad.
Medios digitales y nuevas plumas
Hoy, los teléfonos y las redes permiten que los leones publiquen en tiempo real. Durante #EndSARS (Nigeria, 2020), videos ciudadanos documentaron abusos y presionaron la creación de paneles de investigación. Del mismo modo, las primaveras árabes mostraron cómo la circulación descentralizada desafía relatos oficiales. Sin embargo, la intermediación algorítmica y la desinformación pueden devolverle la pluma al cazador. Por eso, la democratización técnica exige alfabetización mediática y transparencia de plataformas.
Ética del relato compartido
Para que los leones tengan historiadores, no basta con abrir micrófonos: se requieren prácticas de investigación y edición que cedan poder. Linda Tuhiwai Smith, en "Decolonizing Methodologies" (1999), propone participación comunitaria, consentimiento informado y coautoría como estándares. En la práctica, esto significa formar cronistas locales, crear archivos abiertos con control comunitario y enseñar historia desde perspectivas múltiples en las escuelas. Solo así, la frase de Achebe deja de ser advertencia y se vuelve proyecto compartido de justicia narrativa.