Preguntas incómodas que desarman respuestas cómodas
Creado el: 10 de agosto de 2025

Haz la pregunta que incomode tus respuestas cómodas. — Zadie Smith
El filo creativo de la incomodidad
Para empezar, la frase de Zadie Smith invita a desmontar la pereza intelectual que confunde tranquilidad con verdad. Una respuesta cómoda suele ser una explicación que ya encaja con lo que somos; en cambio, la pregunta incómoda abre un hiato donde algo puede cambiar. Ese leve malestar no es mera fricción: es una herramienta para ver lo que el hábito oculta. Al reconocerlo, desplazamos el foco de defender certezas a explorar posibilidades, lo que convierte la duda en una forma de cuidado por la realidad. Así, el ánimo crítico deja de ser agresión y se vuelve hospitalidad para nuevas evidencias.
Tradición socrática y el valor del disenso
A continuación, conviene recordar que esta estrategia tiene linaje. En los diálogos de Platón, como "Apología" y "República" (c. 399–375 a. C.), Sócrates practica el “elenchus”: preguntar hasta que la respuesta se muerda la cola y revele su límite. Más tarde, John Stuart Mill, en "On Liberty" (1859), defendió que las opiniones contrarias son necesarias porque contienen, o bien una porción de verdad que nos falta, o bien la agudeza que sólo surge al ser refutados. En ambos casos, la incomodidad no es un accidente de la conversación, sino su motor. Desalojar la complacencia se vuelve, así, condición de conocimiento.
Zadie Smith: literatura como prueba de realidad
En esta línea, la propia obra de Smith modela esa disciplina del cuestionamiento. En "Changing My Mind" (2009) y "Feel Free" (2018), sus ensayos exhiben una voz que se corrige, cambia de registro y se permite la contradicción para llegar a un punto más honesto. Incluso en "Fail Better" (2007), Smith describe la escritura como una serie de intentos fallidos que, al reconocer su falla, se acercan a lo que importa. La literatura, entonces, no es un refugio de respuestas fáciles, sino una especie de laboratorio ético: una forma de someter nuestras intuiciones a pruebas de resistencia, escena tras escena, hasta que lo verosímil se vuelva verdadero.
Psicología de la defensa y la apertura
Ahora bien, no basta con exhortarnos a preguntar: hay que entender por qué evitamos hacerlo. Leon Festinger describió la disonancia cognitiva (1957) como el malestar de sostener ideas en conflicto; tendemos a suprimir la que amenaza nuestra identidad. Daniel Kahneman, en "Thinking, Fast and Slow" (2011), muestra cómo los sesgos de confirmación y fluidez cognitiva nos hacen preferir lo familiar por su facilidad de procesamiento. Reconocer estos mecanismos cambia el juego: cuando sentimos el pinchazo de una pregunta incómoda, podemos interpretarlo no como peligro, sino como señal de que hemos tocado un punto ciego. La emoción se vuelve guía, no obstáculo.
Ciencia y práctica: cuando preguntar salva
Llevado a la práctica, el progreso depende de preguntas que desbaratan complacencias. Ignaz Semmelweis, en Viena (1847), se atrevió a preguntar por qué morían más mujeres en la sala atendida por médicos; su hipótesis de contagio por manos sin lavar contradijo la costumbre y salvó vidas. Del mismo modo, Karl Popper, en "The Logic of Scientific Discovery" (1934), propuso que una teoría vale por lo que arriesga: preguntar “¿qué la falsaría?” la vuelve científica. En gestión, el “premortem” de Gary Klein (2007) pide imaginar que un proyecto fracasó y enumerar causas; al invertir la narrativa triunfal, emergen riesgos ocultos. En todos los casos, incomodar previene el daño.
Un ritual de preguntas para la vida pública
Por último, la pregunta incómoda es también un acto cívico. En periodismo y democracia, formular “¿qué información faltaría para cambiar mi opinión?” o “si estuviera equivocado, ¿cómo se vería el mundo?” fortalece la deliberación. Mill ya advertía que sin contradicción las verdades se momifican; hoy, en cámaras de eco digitales, esa advertencia es urgente. Podemos institucionalizar el hábito con pequeñas liturgias: una reunión que siempre reserva cinco minutos para objeciones fuertes; una lectura que busca una fuente contraria; un diario donde, al cierre del día, escribimos la pregunta que nos incomodó y la evidencia que necesitaría. Así, la disrupción se convierte en cuidado mutuo.