Elegir lo que engrandece a los demás
Creado el: 10 de agosto de 2025

Cuando las opciones te confundan, sigue la que engrandezca a los demás. — Jorge Luis Borges
Del laberinto a la brújula ética
Ante la indecisión—ese laberinto tan borgiano—la frase propone una brújula simple: cuando no sepas, elige lo que agranda a otros. No promete comodidad ni rapidez; su valor reside en desplazar el foco del yo al nosotros. Así, la confusión deja de ser parálisis y se convierte en oportunidad de servicio. Esta orientación no niega la ambición, la reordena: la grandeza personal emerge como subproducto de haber elevado a alguien más. Con ese giro, pasamos naturalmente a una nueva medida del éxito.
Grandeza compartida como medida del éxito
Si el éxito suele narrarse en primera persona, esta pauta invita a contarlo en plural. Un líder que comparte crédito o un investigador que abre sus datos ‘engrandece’ a su comunidad y, de paso, ensancha su propia relevancia. Adam Grant, en Give and Take (2013), documenta que los ‘givers’ terminan destacando cuando combinan generosidad con límites sanos. Por tanto, engrandecer a otros no es filantropía ornamental; es estrategia de construcción colectiva. Esta visión dialoga con tradiciones éticas que, desde distintos lenguajes, llegan a una conclusión similar.
Resonancias filosóficas y humanistas
En Kant, el imperativo categórico pide actuar de modo que tu máxima pueda hacerse ley universal (Groundwork of the Metaphysics of Morals, 1785); elegir lo que beneficia a otros supera la prueba de universalizabilidad. A su vez, el Ubuntu africano—‘yo soy porque nosotros somos’—plantea que la identidad se teje en la dignidad compartida. En una clave existencial, Viktor Frankl sugiere que el sentido aparece cuando nos trascendemos hacia una causa o una persona (Man’s Search for Meaning, 1946). Así, la brújula borgiana no flota aislada: se ancla en una constelación de sabidurías.
Evidencia psicológica sobre bienestar y altruismo
La psicología respalda la intuición: la Harvard Study of Adult Development (desde 1938) relaciona la calidad de los vínculos con la salud y la felicidad a largo plazo. Además, la teoría del ‘warm glow’ de James Andreoni (1990) explica el placer de dar como un motor prosocial medible. Más aún, equipos que practican ayuda recíproca muestran mayor rendimiento y resiliencia. Por ende, elegir lo que engrandece a otros no solo es moralmente atractivo; también es pragmático. Falta, entonces, convertir el principio en una regla operativa para la vida diaria.
Regla práctica para decisiones confusas
Cuando dos opciones parezcan equivalentes, pregúntate: ¿cuál hace que alguien más crezca, aprenda o conserve dignidad? Después, verifica que no sustituyas tu tarea esencial ni habilites abusos. Finalmente, actúa y evalúa el efecto real, ajustando el rumbo. Un ejemplo: un equipo duda entre una función vistosa y otra que mejora accesibilidad. La segunda engrandece a más usuarios, sobre todo a quienes suelen quedar fuera; al elegirla, el producto y la comunidad se fortalecen.
Límites sanos y eficacia real
Elevar a otros no exige autoaniquilación. Aristóteles recordaba que la virtud es un término medio (Ética a Nicómaco): la generosidad florece entre el egoísmo y el sacrificio ciego. Por eso, poner límites protege la sostenibilidad de la ayuda y evita alimentar dependencias. Además, conviene privilegiar impacto sobre intención: métricas de beneficio, mecanismos de rendición de cuentas y escucha activa previenen el paternalismo. Con ese cuidado, la brújula se mantiene fiable.
Microactos que multiplican la grandeza
En lo cotidiano, la consigna se vuelve concreta: cede el micrófono a quien no ha sido oído; comparte métodos, no solo resultados; escribe agradecimientos específicos; diseña con accesibilidad por defecto; agenda mentorías breves; paga a tiempo; cita con generosidad. Al hilar estos microactos, la confusión deja paso a un hábito: escoger, una y otra vez, lo que ensancha el mundo del otro. Y en ese movimiento, paradójicamente, se agranda también el nuestro.