El poema: respiración común para la paz
Creado el: 10 de agosto de 2025

La poesía es un acto de paz. — Octavio Paz
Un sentido inmediato de reconciliación
Cuando Octavio Paz afirma que la poesía es un acto de paz, no define una calma pasiva, sino una energía que reconcilia diferencias. En El arco y la lira (1956), su poética sugiere que el poema restituye la unidad perdida entre el yo, el lenguaje y el mundo. El verso detiene la prisa, abre un claro y permite que las voces respiren juntas: esa suspensión del ruido es ya una forma de concordia. Así, el poema no evita el conflicto: lo vuelve pensable. Esta intuición nos lleva naturalmente a la historia, donde la poesía ha servido para decir guerra sin reproducir su violencia.
Ecos históricos en tiempos de conflicto
Desde Homero, el Escudo de Aquiles alterna escenas de batalla con una ciudad en fiestas, inscribiendo la paz como horizonte narrativo. Siglos después, Miguel Hernández escribe Nanas de la cebolla (1939), canto de ternura en plena guerra; y Paul Celan entrega Fuga de muerte (c. 1948), memoria que conjura el horror sin banalizarlo. Incluso Yannis Ritsos, encarcelado, sostuvo con sus poemas la dignidad del nosotros. Estas obras no pacifican ocultando, sino mirando de frente. Tal mirada requiere forma: ritmo, silencio y escucha operan como su gramática interior.
La escucha y el silencio como forma
La paz del poema se forja en su respiración. Los encabalgamientos, las pausas y los blancos obligan a escuchar, a conceder tiempo al otro dentro de la frase. María Zambrano llamó a esto razón poética: un pensar que atiende antes de juzgar. En la misma línea, los haikus de Bashō convierten el instante en hospitalidad del mundo. Desde aquí la transición es natural: si la escucha funda la paz, entonces traducir—escuchar al extraño—se vuelve su práctica por excelencia.
Traducción y comunidad: puentes del lenguaje
Para Paz, traducir es una forma de creación (Traducción: literatura y literalidad, 1971). Al acoger lo ajeno sin borrarlo, la traducción ejercita una cortesía del sentido que desarma. Paul Ricoeur lo llamará hospitalidad lingüística (2004): vivir en la casa del otro y ofrecer la propia sin pedir pasaporte. Este gesto prepara una ética: nombrar sin herir. Nombrar bien, sugiere la poesía, reduce la violencia que suelen cargar las etiquetas.
Una ética de nombrar sin herir
La metáfora une sin conquistar: aproxima diferencias sin fundirlas en lo mismo. En clave filosófica, la atención al rostro del otro (Levinas, Totalidad e infinito, 1961) dialoga con la delicadeza del buen verso, que se aproxima para comprender, no para poseer. Sor Juana, en Hombres necios, interpela con ironía sin negar la dignidad del interlocutor. Tal ética se vuelve política cuando pasa del poema a la plaza. Allí, la palabra poética organiza rituales de memoria compartida.
Rituales cívicos y memoria poética
Lecturas públicas y festivales encarnan la paz como práctica. El Festival Internacional de Poesía de Medellín (desde 1991) reunió voces en medio de la violencia, abriendo un espacio donde el desacuerdo no desemboca en armas. En Sudáfrica, Antjie Krog combinó poesía y testimonio en Country of My Skull (1998), acompañando la Comisión de la Verdad. Estos ámbitos muestran algo más profundo: el cuerpo sincronizado por el ritmo crea confianza. La ciencia ayuda a entender por qué.
Lo que dice la ciencia del ritmo
Estudios de neuroestética han observado que la poesía puede suscitar escalofríos y alto involucramiento emocional (Wassiliwizky et al., PNAS, 2017), mientras que la lectura métrica activa redes asociadas a la imaginación y la memoria autobiográfica (Zeman, 2013). A su vez, la respiración y el pulso se sincronizan en prácticas corales (Vickhoff et al., Frontiers, 2013), lo que sugiere una co-regulación fisiológica. Si el ritmo nos alinea sin uniformarnos, entonces el poema permite disentir en sintonía: crítica sin agresión.
Disenso sin violencia y crítica poética
La paz poética no es neutralidad; es conflicto tramitado. Rimbaud—“Je est un autre” (1871)—introduce la pluralidad en el yo, abriendo espacio a la diferencia. W. H. Auden, en September 1, 1939, critica su tiempo sin azuzar el odio. La forma ofrece un cauce donde la pasión se vuelve argumento. De ahí que cultivar esta práctica no sea lujo estético, sino ejercicio cívico cotidiano.
Prácticas cotidianas para cultivar la paz
Leer en voz alta cinco minutos al día, escribir un haiku sobre algo compartido, y traducir—aunque sea literalmente—unos versos con otra persona, ensayan la hospitalidad del sentido. Círculos de lectura, cuadernos de memoria barrial y talleres de poesía epistolar convierten el desacuerdo en conversación. Así, el dictum de Octavio Paz deja de ser metáfora y se vuelve método: cada poema, una pequeña tregua; cada tregua, un aprendizaje para la vida común.