Site logo

Cuando el poema se vuelve acto de paz

Creado el: 10 de agosto de 2025

La poesía es un acto de paz. — Octavio Paz
La poesía es un acto de paz. — Octavio Paz

La poesía es un acto de paz. — Octavio Paz

El alcance de la afirmación

Para empezar, la frase de Octavio Paz no es un adorno retórico, sino un programa poético y ético. En su discurso del Nobel, La búsqueda del presente (1990), Paz sostuvo que la poesía es conocimiento y “un acto de paz”, sugiriendo que escribir y leer versos suspende la violencia de lo inmediato para abrir un espacio de escucha. La paz aquí no es pasividad, sino una forma de atención que desarma los reflejos de dominio. Así, la poesía propone un trato distinto con el mundo: en lugar de imponer, acoge; en vez de clausurar, pregunta. Ese giro de la fuerza a la hospitalidad orienta las páginas que siguen.

La palabra como puente

Luego, en El arco y la lira (1956), Paz explica que el poema es un puente entre contrarios: yo y tú, tiempo y instante, silencio y habla. Al tender ese arco, la palabra poética no niega la diferencia; la sostiene sin romperla. Esta tensión habitada es ya una forma de pacificación: la verdad emerge como relación, no como imposición. De este modo, la paz del poema no excluye el conflicto; lo vuelve decible y compartible. Por eso, pasar de la teoría a la forma resulta esencial: ¿cómo encarna el poema esa concordia?

Ritmo, silencio y hospitalidad formal

Asimismo, la forma poética de Paz crea condiciones de escucha. En Piedra de sol (1957), el movimiento circular y la respiración de sus endecasílabos invitan a entrar y volver, como quien vuelve a una conversación. En Blanco (1967), los espacios en la página hacen del silencio un interlocutor: lo no dicho acompaña a lo dicho. Estas elecciones formales hospedan al lector. El ritmo que respira, la repetición que no agota, el blanco que concede lugar al otro: todo convierte la lectura en una tregua activa, una práctica de atención compartida.

No evasión: ética en tiempos violentos

A la luz de ello, la paz de la poesía no es fuga del mundo. Paz conoció de cerca el siglo conflictivo: viajó al Congreso de Escritores Antifascistas en 1937 y, décadas después, renunció a la embajada en India tras la masacre de Tlatelolco (1968). Ese gesto recuerda que el canto no sustituye la acción, pero la orienta. Así, el poema actúa como conciencia: nombra lo que duele sin convertirlo en mercancía, y sostiene la dignidad cuando el lenguaje público se degrada. La paz poética es vigilancia, no adormecimiento.

La lectura como pacificación interior

Además, investigaciones en neuroestética sugieren que la lectura de poesía activa redes asociadas a la empatía y la autorregulación afectiva (véase Zeman et al., 2013). No es extraño: el verso desacelera, hace sentir el lenguaje y habilita una pausa reflexiva. Esa pausa interrumpe la cadena de reacción y permite responder. En esa clave, el acto de paz ocurre en el cuerpo: respiración modulada, atención enfocada, emoción nombrada. Al salir de la lectura, el mundo sigue siendo arduo, pero la conciencia ha ganado un compás más amplio.

Prácticas para convertir el poema en gesto

Finalmente, la paz de la poesía se cultiva con hábitos concretos: leer en voz alta como quien ofrece agua; copiar a mano un poema para aprender su ritmo; conversar un texto desde la escucha y no desde el veredicto. La traducción, que Paz practicó y reflexionó en Versiones y diversiones (1974), es otra forma de hospitalidad. Como en Ricoeur y su idea de “hospitalidad lingüística” (2004), traducir es alojar al otro en la propia casa del idioma. Así, cada gesto poético —escritura, lectura, diálogo, versión— ensaya, en pequeño, la paz que aspiramos a ampliar en lo común.