Entre preguntas y respuestas: el compás de los años
Creado el: 10 de agosto de 2025

Hay años que hacen preguntas y años que responden. — Zora Neale Hurston
Un compás entre incertidumbre y claridad
Para empezar, la frase de Hurston propone que el tiempo no solo avanza: marca un ritmo. Hay estaciones vitales que interrogan—sobre quiénes somos, qué valoramos, por qué seguimos—y otras que, tras la intemperie, cristalizan sentido. Llamarlas ‘años’ sugiere que no son instantes fugaces, sino periodos prolongados donde el silencio y la búsqueda tienen cabida. Así, la vida se parece menos a una línea recta que a una coreografía: pasos de tanteo, pausas, y giros donde lo aprendido encaja. Los años que preguntan desestabilizan; los que responden integran. Sin embargo, la dicotomía no es rígida: incluso los años de respuesta contienen dudas de fondo, y en los años de pregunta se insinúan respuestas parciales. Esta oscilación nos prepara para leer el tiempo como maestro, no como juez.
Hurston en su contexto vital y literario
Desde ahí, conviene recordar que Zora Neale Hurston fue antropóloga y narradora del Renacimiento de Harlem. En Mules and Men (1935) recogió cuentos y cantos afroamericanos; su oído para la oralidad revelaba cómo una comunidad formula preguntas a través de relatos compartidos. En su novela Their Eyes Were Watching God (1937), el huracán no solo destruye: obliga a la protagonista a reordenar su vida, como si el propio año meteorológico interrogara su destino. Hurston venía de Eatonville, Florida, un pueblo negro autogobernado cuyo porche—ese escenario de historias—actuaba como ágora. Allí, las preguntas no eran abstractas: se encarnaban en trabajo, amor y dignidad. Por eso su aforismo suena práctico y poético a la vez: la cultura pregunta para no olvidar, y responde para poder seguir.
Ritos de paso y etapas psicológicas
Con ese telón de fondo, la antropología y la psicología ofrecen un marco. Van Gennep describió los ritos de paso (1909) y Victor Turner (1969) profundizó en la liminalidad: tramos intermedios donde lo viejo ya no vale y lo nuevo aún no cuaja. Esos serían los ‘años que preguntan’: periodos de umbral que nos exigen tolerar la ambigüedad. Luego llega la reintegración, la fase en que se asimilan signos y se reconstruye identidad: los ‘años que responden’. Erik Erikson situó algo similar en sus etapas psicosociales (1950), donde crisis bien resueltas consolidan virtudes. Visto así, preguntar y responder no son opuestos, sino momentos complementarios de maduración: el vacío prepara el contenedor; el contenedor da forma al contenido.
Dificultades deseables y aprendizaje
En esa línea, la ciencia del aprendizaje describe cómo ciertos obstáculos mejoran la retención. Robert Bjork llamó ‘dificultades deseables’ (1994) a retos que, aunque incómodos, fortalecen la memoria y la transferencia. Los ‘años que preguntan’ se asemejan a estos entrenamientos: obligan a recuperar, reorganizar y generar estrategias. Además, prácticas como la evocación activa muestran que el esfuerzo por recordar—más que la mera relectura—consolida conocimiento (Karpicke y Roediger, 2008). Un marco de mentalidad de crecimiento (Dweck, 2006) convierte tropiezos en datos, no en condenas. Así, la pregunta sostenida no es carencia, sino inversión: crea las condiciones para que la respuesta, cuando llegue, arraigue.
Historia reciente como laboratorio temporal
En el plano histórico, hay años que interpelan y años que articulan respuestas. La Gran Depresión (1929–33) formuló preguntas brutales sobre empleo y protección social; el New Deal (1933–39) respondió con nuevas instituciones. Las convulsiones de 1968 cuestionaron autoridad y derechos; en las décadas siguientes emergieron reformas y cambios culturales desiguales. Más cerca, 2020 nos preguntó por vulnerabilidad, ciencia y convivencia. La rápida llegada de vacunas ARNm y la reconfiguración del trabajo híbrido en 2021–22 fueron respuestas parciales, todavía en disputa. La historia sugiere que ninguna respuesta cierra definitivamente la pregunta: más bien inaugura mejores preguntas.
Prácticas para escuchar y responder
A la luz de lo anterior, conviene diseñar ritmos personales. Un ‘diario de preguntas’ clarifica qué incertidumbres merecen tiempo; revisarlo trimestralmente permite notar cuáles empiezan a responderse. Pequeños experimentos de 90 días—en trabajo, hábitos o vínculos—transforman dudas abstractas en hipótesis comprobables. Además, crear un ‘consejo de sabios’—tres o cuatro voces diversas—ayuda a contrastar perspectivas. Y cerrar el año con un ritual breve (cartas no enviadas, agradecimientos específicos, decisiones mínimas) coloca punto y seguido. Así las respuestas no se imponen: emergen.
Paciencia fértil: vivir las preguntas
Por último, Rilke aconsejaba ‘vivir ahora las preguntas’ en Cartas a un joven poeta (1903), confiando en que, algún día, se vivirá ‘sin darse cuenta, dentro de la respuesta’. Hurston añade una cadencia temporal: hay años enteros dedicados a esa vida interrogante. Entre ‘chronos’ (el tiempo que pasa) y ‘kairos’ (el tiempo oportuno), su sentencia nos invita a cuidar el kairos: escuchar con atención cuando el año pregunta, y actuar con hondura cuando el año responde. En esa atención bifronte—paciencia y decisión—se teje una vida con sentido.