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La reciprocidad transformadora del cambio inevitable

Creado el: 10 de agosto de 2025

Todo lo que tocas lo cambias. Todo lo que cambias te cambia. — Octavia E. Butler
Todo lo que tocas lo cambias. Todo lo que cambias te cambia. — Octavia E. Butler

Todo lo que tocas lo cambias. Todo lo que cambias te cambia. — Octavia E. Butler

Dios es Cambio: la reciprocidad central

Para empezar, Butler condensa en dos líneas una ley profunda: “todo lo que tocas lo cambias; todo lo que cambias te cambia”. En Parábola del sembrador (Parable of the Sower, 1993), la teología de Earthseed sintetiza esta intuición en un lema: “Dios es Cambio”. No se trata de celebrar un control absoluto, sino de aceptar un vínculo: intervenir es ser intervenido. Cuando asumimos esa circularidad, dejamos de imaginar acciones aisladas y empezamos a ver procesos, ciclos y responsabilidades compartidas.

Agencia y responsabilidad en cada gesto

Desde ahí, la frase desplaza la agencia hacia la ética: si cada acto modifica el mundo y nos modifica, elegir es también esculpirnos. Decisiones de consumo, diseño o cuidado no son neutrales; configuran relaciones, expectativas y futuros. Hans Jonas, en El principio de responsabilidad (1979), propuso prudencia y previsión ante el alcance de la técnica. Siguiendo a Butler, esa prudencia se vuelve cotidiana: incorporar reversibilidad, transparencia y cuidado en lo que tocamos, porque todo retorno nos alcanzará.

Hábitos, cuerpo y cerebro plástico

Si descendemos a lo íntimo, la neuroplasticidad ilustra la co-transformación: lo que practicamos nos practica de vuelta. “Las neuronas que se disparan juntas se conectan juntas” resumía Donald Hebb (1949), y esa regla convierte rutinas en circuitos. Un alfarero moldea la arcilla, pero la resistencia de la arcilla endurece sus manos y su mirada; de modo análogo, cultivar atención configura atención, y normalizar el conflicto nos vuelve reactivos. Como sugiere Norman Doidge en The Brain That Changes Itself (2007), el cambio repetido se instala en el cuerpo.

Sistemas vivos y bucles de retroalimentación

A escala colectiva, la idea de Butler encaja con el pensamiento sistémico: toda intervención genera bucles de retroalimentación. Donella Meadows, en Thinking in Systems (2008), distingue refuerzos y amortiguadores que multiplican o moderan efectos. Así, consumir indiscriminadamente afecta ecosistemas, y el deterioro ambiental regresa en forma de eventos extremos, salud precaria y migraciones; tocar el clima nos toca la vida. Reconocer los bucles nos mueve del gesto impulsivo al diseño de palancas, retrasos y límites que favorezcan resiliencia.

Tecnologías que nos moldean mientras las entrenamos

En el ámbito digital, la reciprocidad es palpable: nuestros clics entrenan algoritmos que luego entrenan nuestra atención. Eli Pariser, en The Filter Bubble (2011), advierte que la personalización estrecha el horizonte informativo, y esa dieta cognitiva redefine creencias y afectos. Así, no solo usamos plataformas; ellas nos usan para perfeccionarse, y ese perfeccionamiento nos reconfigura. Introducir fricción —fuentes diversas, pausas, configuración consciente— es una forma de tocar la tecnología sin cederle toda nuestra forma.

Narrativas que reescriben identidades

Del código a los cuentos, las historias también cambian a quien las cuenta y a quien las recibe. Kindred (1979) muestra a una protagonista que, al tocar el pasado esclavista, regresa transformada en su identidad presente; y, simultáneamente, el lector cambia su marco moral. En Parábola del sembrador (1993), Lauren Olamina aprende que fundar comunidad implica dejarse moldear por ella. Así, la literatura opera como laboratorio ético: ensayamos toques simbólicos y sentimos sus cambios reales en nuestra sensibilidad.

Prácticas para cambiar sin dañarnos

Por último, asumir la reciprocidad invita a practicar tres hábitos enlazados. Primero, trazabilidad: preguntar “¿a quién y a qué toca esto?” antes de actuar. Luego, bucles de retorno: diseñar mecanismos de escucha, métricas y correcciones tempranas que permitan ajustar el rumbo. Finalmente, plasticidad con límites: cultivar apertura al cambio sin renunciar a principios que protejan a los vulnerables. Así, el movimiento que iniciamos vuelve a nosotros como cuidado, no como herida; y el círculo del cambio se convierte en aprendizaje.