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Respirar y sonreír: el arte de calmarse

Creado el: 10 de agosto de 2025

Al inspirar, calmo mi cuerpo. Al espirar, sonrío. — Thich Nhat Hanh
Al inspirar, calmo mi cuerpo. Al espirar, sonrío. — Thich Nhat Hanh

Al inspirar, calmo mi cuerpo. Al espirar, sonrío. — Thich Nhat Hanh

La sencillez del gesto consciente

La frase de Thich Nhat Hanh condensa un arte mínimo: al inspirar, calmar; al espirar, sonreír. Esta secuencia convierte la respiración ordinaria en una llave que abre la puerta de la presencia. No se trata de añadir nada extraordinario, sino de volver al cuerpo con suavidad y de ofrecerle una señal de seguridad. De este modo, la mente deja de perseguir pensamientos y el cuerpo encuentra un ritmo amable. La sonrisa —leve y auténtica— no niega lo difícil; más bien, lo acoge con ternura. Así, la práctica empieza en un segundo y, al mismo tiempo, prepara el terreno para una atención más estable.

Cuando el cuerpo entiende: ciencia de la calma

Además, el cuerpo tiene su propio lenguaje. Inspirar profundo y, sobre todo, alargar la espiración activa el sistema parasimpático y el nervio vago, favoreciendo una variabilidad cardiaca más flexible; dicho de otro modo, el organismo lee “seguridad” y baja la guardia. Una media sonrisa envía un mensaje similar: postura abierta, mandíbula suelta, hombros que descienden. Esta coherencia corporal-mental crea un bucle virtuoso: respiro más lento, el pulso desciende, la mente se despeja, y entonces puedo seguir respirando con mayor calma. Lejos de ser una técnica esotérica, es fisiología cotidiana puesta al servicio de la lucidez.

Raíces en la tradición: Anapanasati y gathas

Por otra parte, la respiración atenta tiene linaje antiguo. El Anapanasati Sutta (MN 118) muestra cómo observar el cuerpo, las sensaciones y la mente a través del flujo respiratorio. Thich Nhat Hanh lo traduce en gathas —versos breves— que acompañan cada inhalación y exhalación: “al inspirar, calmo el cuerpo; al espirar, sonrío”. Esta poética práctica baja la enseñanza del pedestal doctrinal y la coloca en la palma de la mano. Peace Is Every Step (1991) y El milagro de la atención plena (1975) presentan escenas cotidianas —lavar los platos, caminar— como escenarios perfectos para esta respiración sonreída.

La sonrisa como ancla de seguridad

En ese marco, la sonrisa no es adorno; es un ancla suave. La hipótesis del feedback facial sugiere que una ligera activación de los músculos de la sonrisa puede modular el estado de ánimo, del mismo modo que la postura influye en la percepción interna. Así, la sonrisa al espirar sella el ciclo de calma iniciado por la respiración. Importa la calidad: una sonrisa íntima, sin espectáculo, que reconoce tanto la alegría como el dolor. Thich Nhat Hanh habla de “sonreírle al dolor” para abrazarlo sin violencia, como se relata en Peace Is Every Step (1991). Al hacerlo, la resistencia cede y aparece espacio para responder, no reaccionar.

Del cojín a la calle: hábitos diarios

Asimismo, la práctica florece cuando sale del cojín. Dos o tres respiraciones conscientes al responder un mensaje, al oír la campana del teléfono o al esperar el semáforo transforman micro-intervalos en pequeñas ermitas. En Plum Village, la campana suena y todos se detienen a inspirar y espirar, sonriendo: la vida se reencuentra consigo misma. Concretamente, conviene asociar acciones a recordatorios: abrir una puerta, lavarse las manos, sentarse a comer. Tal como sugiere The Miracle of Mindfulness (1975), cada acto ordinario es un templo portátil. De esta repetición discreta nace un hábito que, en momentos difíciles, aparece casi por sí solo.

Paz interior y acción compasiva

En consecuencia, calmar el cuerpo y sonreír no es retiro del mundo, sino preparación para actuar con claridad. El budismo comprometido de Thich Nhat Hanh —expuesto en Vietnam: Lotus in a Sea of Fire (1967)— une respiración y responsabilidad social: sólo una mente serena puede escuchar a fondo y responder sin daño. Cuando la reactividad disminuye, se abren caminos: dialogar mejor, detener una palabra dura, elegir con discernimiento. La sonrisa no anestesia; afina. Y esa fineza permite transformar conflicto en cuidado, comenzando por uno mismo y expandiéndose hacia los demás.

Tres respiraciones para empezar ahora

Por último, una pauta mínima puede inaugurar el hábito. Primera respiración: inspirar contando cuatro, sentir el abdomen; espirar contando seis, suavizar hombros. Segunda: inspirar y notar dónde hay tensión; espirar y sonreírle, como a un amigo. Tercera: inspirar y decir internamente “aquí”; espirar y decir “ahora”. En menos de medio minuto, la atención regresa y el cuerpo capta el mensaje: es seguro estar presente. Desde ahí, la práctica puede alargarse o simplemente acompañar el siguiente paso de la jornada.