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Primavera en los cuerpos: deseo, renacer y luz

Creado el: 10 de agosto de 2025

Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos. — Pablo Neruda
Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos. — Pablo Neruda

Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos. — Pablo Neruda

Una metáfora de estación fecunda

El verso de Neruda transforma el deseo en clima: no una llama que consume, sino una estación que despierta. En Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924), Poema XIV, cierra con esta imagen que condensa un modo de amar: provocar, junto a la otra persona, las condiciones de una floración. Así, el yo poético no promete posesión, sino impulso vital; no exige, sino que ofrece abrigo, agua y tiempo para que el milagro suceda.

Naturaleza como lenguaje del deseo

Desde ahí, la naturaleza opera como diccionario de la intimidad. La primavera no fabrica pétalos: los convoca, catalizando fuerzas dormidas. De igual modo, el amante nerudiano se concibe como causa amable que despierta lo latente en el tú. Esta traslación de lo biológico a lo afectivo evita el tópico de la conquista y lo sustituye por una alianza con lo vivo, donde el deseo es un sí sostenido a la posibilidad de crecer.

La floración y el tiempo efímero

Asimismo, la elección de cerezos introduce la belleza que dura lo que dura un aliento. Su flor se celebra por su fugacidad: la tradición japonesa del hanami (período Heian, s. IX–XII) y el Kokin Wakashū (c. 905) exaltan ese esplendor que cae pronto. Neruda, al evocar esa escena, recuerda que el clímax de la vida —y del amor— es intenso porque es breve; por eso, la urgencia de cuidar el instante y, al mismo tiempo, prepararse para el ciclo que volverá.

Cuidado y consentimiento implícitos

A la vez, el giro “hacer contigo” —no “hacerte”— marca una ética. La primavera no irrumpe a la fuerza: propicia, acompasa, respeta ritmos. Esa preposición desplaza la relación del dominio a la co-creación. El amor, sugiere el poema, no es un acto sobre el otro sino un proceso compartido, donde cada cual ofrenda su clima mejor. De ahí surge una intimidad que florece porque nadie arranca los pétalos antes de tiempo.

Música y arquitectura del verso

En el plano sonoro, la pareja “primavera/cerezos” dibuja asonancias luminosas en e-e-o y e-a-e-a, que expanden el verso hacia un final abierto. Colocado como clausura, funciona como cadenza: resume y eleva lo dicho, dejando una estela de luz. La sintaxis directa —“Quiero hacer contigo…”— aporta claridad emotiva; la imagen, en cambio, introduce profundidad simbólica. Así, sencillez y densidad se entrelazan con pulso respiratorio, como quien exhala y deja que el sentido florezca.

Una ética del renacer compartido

Finalmente, la imagen propone una guía para el presente: amar como clima que posibilita el renacer del otro y de ambos. Tras inviernos de rutina o duelo, la promesa no es perpetua euforia, sino ciclos de cuidado que devuelven color y savia. En clave contemporánea, la metáfora conversa con sensibilidades ecológicas: no extraer, sino regenerar; no forzar, sino acompañar. Así, la primavera deja de ser estación del calendario para convertirse en práctica relacional.