Escribir el mundo que quieres hacer real
Creado el: 10 de agosto de 2025

Escribe el fragmento del mundo que preferirías ver. — Arundhati Roy
Un llamado a imaginar con precisión
La invitación de Arundhati Roy —"Escribe el fragmento del mundo que preferirías ver"— no propone una evasión, sino una práctica: enfocar la imaginación en un trozo concreto de realidad y darle forma verbal hasta volverlo visible. Así, la escritura deja de ser mera descripción y se convierte en ensayo de futuro. En sintonía, su célebre frase "Otro mundo no sólo es posible…" resuena como eco programático: no basta con soñar panoramas vastos; hay que narrar escenas específicas que otros puedan habitar. De ese modo, el decir se vuelve hacer y el estilo, una ética.
El poder del fragmento
Centrarse en un fragmento no reduce, enfoca. Una escena capaz de condensar una estructura social transmite más que un tratado. Ursula K. Le Guin, en "Los que se alejan de Omelas" (1973), muestra cómo una sola habitación con un niño sufriente ilumina la moral de toda una ciudad. Del mismo modo, los relámpagos narrativos de Eduardo Galeano en "El libro de los abrazos" (1989) convierten gestos cotidianos en diagnósticos del mundo. Así, el fragmento funciona como prisma: al describir con precisión una esquina de la vida, refracta complejidades que abarcan el conjunto.
De la página a la plaza pública
Además, escribir ese trozo deseable puede alterar lo real. "Primavera silenciosa" de Rachel Carson (1962) ayudó a prohibir el DDT e impulsó el ambientalismo moderno; "La jungla" de Upton Sinclair (1906) empujó reformas sanitarias. En clave similar, los ensayos de Roy en "The Cost of Living" (1999) tensaron el debate sobre represas y desplazamientos en la India. Estas trayectorias muestran que las palabras, cuando delinean consecuencias visibles, contagian imaginación política. Por eso, el fragmento bien escrito no se queda en metáfora: opera como prototipo social que otros replican, discuten o mejoran.
Ética de la representación
Ahora bien, decidir qué fragmento escribir implica responder quién habla y a quién sirve. Chimamanda Ngozi Adichie advirtió en su charla TED (2009) sobre "el peligro de la historia única": toda mirada parcial puede volverse tiranía si se presenta como totalidad. Roy, por su parte, centra voces marginadas sin ornamentalizar el dolor; en "El ministerio de la máxima felicidad" (2017), Anjum funda un refugio en un cementerio, y esa microcomunidad revela una ciudad entera desde su borde. Así, la ética del fragmento exige rigor, escucha y límites claros: representar sin suplantar.
Técnicas para construir el pedazo de mundo
Para escribir el fragmento que prefieres ver, delimita un marco pequeño con reglas legibles: una plaza con sombra gratuita, un hospital que habla en el idioma del paciente, un comedor donde nadie paga solo. Puebla ese espacio con objetos y acciones concretas—verbos de cuidado, no sólo adjetivos de esperanza. Alterna voces (coral), ancla la economía del lugar (precios, tiempos, oficios) y deja que un conflicto real pruebe la viabilidad. Como sugiere Erik Olin Wright en "Utopías reales" (2010), el detalle institucional importa: ¿quién decide?, ¿cómo se sostienen los bienes comunes?
De la imaginación a la práctica cotidiana
Finalmente, conecta el texto con rituales replicables: horarios de apoyo mutuo, protocolos de barrio, lenguajes de bienvenida. Elinor Ostrom mostró en "Governing the Commons" (1990) que comunidades diversas gestionan recursos compartidos con reglas claras y vigilancia local; esa evidencia legitima la ficción como laboratorio de lo posible. En consecuencia, tu fragmento no es un final, sino una semilla que otros pueden plantar. Así volvemos a Roy: escribir el fragmento del mundo preferido es preparar terreno—una invitación a ensayar, corregir y sostener, palabra a palabra, la forma de vivir que aún no vemos.