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Encender y llevar tu luz interior

Creado el: 10 de agosto de 2025

Lleva la luz que encuentres; no esperes a que alguien te la dé. — Toni Morrison
Lleva la luz que encuentres; no esperes a que alguien te la dé. — Toni Morrison

Lleva la luz que encuentres; no esperes a que alguien te la dé. — Toni Morrison

La metáfora de la luz

Al inicio, la luz no es un don externo sino una capacidad de percepción, cuidado y propósito. El imperativo lleva encierra movimiento: no basta con encender, hay que transportar la claridad a los lugares donde hace falta. Por eso, la frase rehúsa la pasividad de quien espera benefactores y propone una ética de responsabilidad: actuar con lo que se tenga, incluso si es apenas una chispa. En tiempos de incertidumbre, esa chispa puede ser conocimiento, memoria, afecto o trabajo bien hecho; lo que importa es no ocultarla bajo el temor o el perfeccionismo. Así, el hallazgo se vuelve tarea: sostener la llama en tránsito, protegerla del viento y compartir su alcance sin pedir permiso.

Voces que se iluminan en sus novelas

Luego, sus novelas dramatizan esa luz que se busca y se lleva. En Beloved (1987), el sermón de Baby Suggs en el claro convoca a amar el propio cuerpo maltrecho, transformando vergüenza en calor comunitario; más tarde, el exorcismo de Beloved ocurre cuando mujeres del vecindario juntan su voz, llevando cada una la porción de luz que tiene. En Song of Solomon (1977), el viaje de Milkman hacia sus raíces le enseña a nombrar lo propio y a caminar con lo hallado, no con lo prestado. Incluso Sula (1973) incomoda al rechazar la tutela moral del pueblo: su desafío, aunque conflictivo, revela que la autonomía ilumina zonas que la conformidad deja en sombra. La narrativa confirma así la consigna: la claridad se construye en movimiento y se comparte sin intermediarios.

El lenguaje como linterna ética

A continuación, Morrison amplía la imagen hacia el lenguaje. En su discurso Nobel (1993) afirmó que el lenguaje puede oprimir o liberar; hacerlo bien es medida de nuestras vidas. Cuando nombramos con cuidado, encendemos linternas éticas que orientan decisiones y reparan vínculos. Por el contrario, el idioma que estigmatiza apaga la percepción y confunde la brújula moral. De ahí que llevar la luz también signifique contar historias con responsabilidad, escuchar con atención y rehusar palabras que deshumanizan. En esta clave, la literatura no adorna la realidad: la vuelve visible y transitable, como faro que guía sin imponer.

Contra la espera: psicología y poder

No obstante, la cultura de la espera seduce: promete seguridad si cedemos la iniciativa. La psicología denomina indefensión aprendida a ese hábito de renunciar antes de intentar (Seligman, 1975), que reduce la percepción de control y atrofia la voluntad. Morrison invierte esa inercia: invita a identificar el margen de acción en cada circunstancia, por pequeño que sea, y a actuar desde ahí. Esa práctica no niega las estructuras de poder; las desafía al cultivar microcapacidades —organización, estudio, cuidado mutuo— que, encadenadas, alteran el panorama. Así, la frase no reprocha a quien sufre; le ofrece un método para sostenerse mientras construye cambios mayores.

Liderazgo cotidiano y comunitario

Asimismo, la luz de la que habla no es heroísmo solitario sino liderazgo cotidiano. Pensadoras como Ella Baker defendieron una política de gente fuerte que no necesita líderes fuertes (Baker, 1960), es decir, una distribución de focos en vez de un reflector único. En esa lógica, quien encuentra un resplandor —una idea, una práctica, una oportunidad— lo carga hasta otros, para que cada cual encienda lo propio. La comunidad deja de ser audiencia y se convierte en red eléctrica: múltiples puntos de energía, resilientes ante fallos centrales. Así, llevar la luz es multiplicarla.

Prácticas para encender y llevar

Por último, la consigna se vuelve concreta en hábitos sencillos. Empezar por un inventario de luces cercanas —habilidades, lecturas, aliados—; reservar tiempo para cultivarlas; y compartir resultados sin esperar perfección. Practicar la microvalentía: hacer la llamada difícil, corregir una injusticia menor, ofrecer un mentoreo breve. Crear espacios donde otras personas puedan brillar, cediendo crédito y escuchando con rigor. Y sostener rituales que alimenten la llama —descanso, arte, memoria— para no quemarse en la marcha. Así, la luz que se encuentra no se agota: viaja, se replica y, mientras tanto, nos permite avanzar sin pedir autorización.