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Curiosidad como brújula en la espesura de la duda

Creado el: 10 de agosto de 2025

Que la curiosidad sea tu brújula a través de la espesura de la duda. — Paulo Coelho
Que la curiosidad sea tu brújula a través de la espesura de la duda. — Paulo Coelho

Que la curiosidad sea tu brújula a través de la espesura de la duda. — Paulo Coelho

La brújula interior del asombro

Para empezar, la imagen de Coelho propone una brújula que no apunta al norte del dogma, sino al asombro. Igual que una brújula no traza el mapa pero sí ofrece orientación, la curiosidad no elimina la incertidumbre: permite moverse con ella. En la “espesura de la duda” no ganamos claridad de golpe; ganamos dirección. Preguntar, observar y seguir la pista del interés se vuelve un modo de caminar sin quedarse inmóvil ante lo desconocido. Así, el temor a perderse se transforma en itinerario de descubrimientos, donde cada pregunta afina la aguja y cada hallazgo bosqueja un sendero provisional.

La duda como terreno fértil

A continuación, conviene distinguir entre la duda que paraliza y la que fecunda. Michel de Montaigne resumió su postura con “Que sais-je?” en sus Ensayos (1580), aceptando que no saber abre un espacio de búsqueda. Esa duda fértil no niega la realidad, la interroga. Rainer Maria Rilke aconsejó “vivir las preguntas ahora” en Cartas a un joven poeta (1903), recordándonos que algunas respuestas requieren tiempo y maduración. De este modo, la espesura deja de ser amenaza y se vuelve vivero de hipótesis; la curiosidad, entonces, no combate la duda, la cultiva hasta convertirla en comprensión.

Ecos históricos de una guía discreta

Siguiendo este hilo, la historia del conocimiento es un atlas de navegaciones curiosas. En la Apología (s. IV a. C.), Platón retrata a Sócrates confesando su ignorancia y, desde ahí, preguntando mejor; esa brújula socrática evitó la soberbia. Más tarde, Ibn al-Haytham investigó la luz en su Kitab al-Manazir (c. 1021), dudando de la visión por emisión y diseñando experimentos; su curiosidad lo guio fuera del error heredado. Y cuando Galileo publicó el Sidereus Nuncius (1610), enfocó su telescopio hacia lo discutido no a pesar de la duda ajena, sino precisamente por ella. Cada paso muestra cómo la curiosidad orienta sin prometer atajos.

Curiosidad disciplinada: del método al hábito

En términos prácticos, convertir curiosidad en avance requiere método. Formular hipótesis, probar en pequeño y corregir rápido convierte la duda en ciclo. Karl Popper, en The Logic of Scientific Discovery (1959), defendió la falsación: una brújula que orienta hacia lo refutable para mejorar teorías. A veces el hallazgo nace del desvío, como la penicilina de Fleming (1928), cuando la atención curiosa transformó un “error” en descubrimiento. En la vida diaria, prototipar decisiones—desde un curso piloto hasta una conversación de prueba—permite aprender sin perderse: cada microexperimento recalibra la aguja y evita convertir la incertidumbre en inmovilidad.

Psicología del impulso por saber

Además, la psicología muestra por qué esta brújula funciona. La teoría de la brecha de información de George Loewenstein (1994) explica que la curiosidad surge cuando percibimos distancia entre lo que sabemos y lo que deseamos saber; al enfocarnos en cerrar esa brecha, la ansiedad disminuye porque ya tenemos un siguiente paso. Complementariamente, Carol Dweck en Mindset (2006) mostró que la mentalidad de crecimiento convierte los errores en señales, no en veredictos. Con ambas lentes, la duda deja de ser niebla y se vuelve camino punteado por preguntas, donde cada intento ilumina el tramo siguiente.

Ética y criterio en la era digital

Finalmente, en la era de la sobreinformación la brújula necesita ética y criterio. Los algoritmos pueden encerrarnos en cámaras de eco; por eso conviene practicar el “kit para detectar camelos” de Carl Sagan en El mundo y sus demonios (1995): pedir evidencias, buscar fuentes independientes y preferir afirmaciones falsables. A la vez, la curiosidad debe respetar límites—privacidad, consentimiento, impacto—como advierte Frankenstein de Mary Shelley (1818), donde indagar sin responsabilidad desata monstruos. Así, al combinar rigor y cuidado, la curiosidad nos orienta con paso firme por la espesura de la duda, tal como sugiere Coelho.