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Contra la marea: crear más que consumir

Creado el: 10 de agosto de 2025

Rompe una regla silenciosa: crea más de lo que consumes. — Pico Iyer
Rompe una regla silenciosa: crea más de lo que consumes. — Pico Iyer

Rompe una regla silenciosa: crea más de lo que consumes. — Pico Iyer

La regla silenciosa del consumo

Para empezar, la exhortación de Pico Iyer rompe una regla no escrita de la era de las pantallas: se espera que consumamos sin pausa y creemos apenas en los márgenes. El diseño del “scroll infinito” y los algoritmos de recomendación premian la pasividad porque el negocio es nuestra atención, no nuestra agencia. Décadas antes, Neil Postman anticipó este desliz en “Divertirse hasta morir” (1985), donde advirtió que la cultura corre el riesgo de volverse espectáculo continuo. Al proponer “crea más de lo que consumes”, Iyer invierte el vector: convertirnos de depósito a fuente. Esa inversión no desprecia el consumo —aprender y nutrirse es vital—, pero deshace la asimetría que nos seca por dentro y devuelve densidad a la experiencia.

Del espectador al autor

Por eso, el movimiento decisivo es pasar de espectador a autor, aunque sea con gestos mínimos. Como argumenta Clay Shirky en “Cognitive Surplus” (2010), cuando canalizamos nuestro excedente de tiempo y atención hacia hacer —no solo mirar—, transformamos ocio disperso en valor compartido. Piénsese en la contadora que, agotada tras el trabajo, se impuso 150 palabras nocturnas; al cabo de un año tenía un blog con ensayos breves que atrajeron a colegas y clientes, y con él, una nueva identidad profesional. Crear no cancela el consumo: lo depura, porque buscamos aquello que alimenta nuestras propias preguntas. Así, el antiguo hábito de “ver qué hay” se convierte en “buscar lo que necesito para hacer”.

Quietud y foco como motores

Ahora bien, crear no es producir por producir; requiere quietud y foco. Iyer lo subraya en “The Art of Stillness” (2014): detenerse no es evasión, es combustible. En la misma línea, Cal Newport sostiene en “Deep Work” (2016) que el trabajo profundo florece en bloques sin distracciones, donde la atención sostenida hace emerger ideas que el ruido ahoga. Thoreau ya lo intuyó en “Walden” (1854), al retirarse para escuchar su propia mente. Romper la regla silenciosa del consumo, entonces, no empieza con más acciones, sino con un repliegue intencional: apagar, caminar, anotar. De ese vacío parcial surge una presencia capaz de elegir mejor qué consumir y, sobre todo, qué hacer con ello.

Ritmos y proporciones para crear

En consecuencia, conviene diseñar ritmos y proporciones que favorezcan la creación. Una regla simple es 2×1: por cada unidad de consumo, dos de hacer. Paul Graham describió la diferencia entre el horario del “maker” y el del “manager” (2009): el creador necesita bloques largos, no fragmentos. Traducción práctica: reservar cada mañana 90 minutos —o dos bloques de 45— para escribir, programar, dibujar, y posponer noticias y redes a ventanas acotadas después. Si algo debe entrar —un artículo, un video—, que sea porque empuja la tarea en curso. Esta coreografía no elimina la improvisación; la encauza, de modo que el día responda a una intención y no a la inercia del feed.

Compartir cierra el ciclo creativo

Asimismo, compartir lo que hacemos cierra el ciclo y multiplica el aprendizaje. Austin Kleon anima en “Show Your Work!” (2014) a mostrar procesos, no solo obras terminadas, porque la apertura atrae conversación y comunidad. Wikipedia y el software libre demuestran cómo microaportes reiterados —una corrección, un commit— acumulan conocimiento colectivo. Un diseñador que publica un boceto diario en redes no busca “likes”: documenta su práctica y recibe comentarios que afinan criterios. Al publicar, el consumo se vuelve insumo: leemos a otros para responder mejor, no para distraernos. Y, de paso, aparece una rendición de cuentas suave que sostiene la constancia.

Pequeños hábitos, grandes trayectorias

Finalmente, la clave es la sostenibilidad: hábitos pequeños que resisten el vaivén de los días. El método de Jerry Seinfeld —“no rompas la cadena”— funciona porque premia la continuidad, no la perfección: una frase, una figura, una prueba de concepto cada día. Annie Dillard lo resumió en “The Writing Life” (1989): “Cómo pasamos nuestros días es, por supuesto, cómo pasamos nuestras vidas”. Si se cae, se retoma al día siguiente sin deuda moral. Con el tiempo, la balanza se inclina de modo natural: consumimos con criterio porque tenemos algo entre manos; creamos más porque, al hacerlo, nos convertimos en la clase de persona que crea.