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Amar la vida exige acción, no desperdicio

Creado el: 10 de agosto de 2025

Si amas la vida, no la malgastes; actúa. — Safo
Si amas la vida, no la malgastes; actúa. — Safo

Si amas la vida, no la malgastes; actúa. — Safo

El mandato de amar actuando

La sentencia atribuida a Safo condensa una ética: amar no es contemplar, sino comprometerse. Su lírica, nacida en Lesbos (s. VII–VI a. C.), celebra el deseo como fuerza que ordena la existencia; no en vano, el fr. 16 reubica lo valioso en aquello que uno ama y elige perseguir. Así, “no la malgastes; actúa” no propone prisa ciega, sino decisión: orientar el tiempo, la atención y el cuerpo hacia lo que confiere sentido. Desde esta clave, la vida deja de ser un bien abstracto y se vuelve tarea: un campo que florece solo cuando se cultiva.

De la lírica al ethos griego

Esta intuición dialoga con el ethos clásico, donde la excelencia no es estado, sino ejercicio. Aristóteles, en Ética a Nicómaco I.7, define la felicidad como actividad del alma conforme a la virtud, no como posesión pasiva. En esa línea, la belleza de vivir emerge al practicar lo que amamos con criterio y constancia. Por eso, el mandato de Safo se afina: actuar no es agitarse, sino encarnar una forma de vida. Y como toda forma, se aprende en la repetición significativa, hilando hábitos que sostienen la elección primera.

Tiempo: la materia prima de la vida

Ahora bien, no malgastar la vida implica custodiar su recurso irreemplazable: el tiempo. Séneca, en De brevitate vitae (§§1–2), advierte que no es que tengamos poco tiempo, sino que perdemos mucho. La economía conductual confirma el escollo: el sesgo del presente nos hace preferir gratificaciones inmediatas (Laibson, 1997), erosionando proyectos valiosos. De ahí que actuar sea también diseñar protecciones contra la dispersión: bloques sin interrupciones, decisiones anticipadas, límites a lo trivial. Convertir horas en obra es un arte de atención, y cada elección cotidiana decide si la vida se invierte o se diluye.

De la intención a la acción

Para cruzar el umbral del deseo a la práctica, la psicología ofrece llaves concretas. Las intenciones de implementación —planes si-entonces— multiplican la ejecución de metas al vincular contextos con conductas (Gollwitzer, 1999). A su vez, la formación de hábitos muestra que la repetición en un mismo disparador consolida automatismos en semanas, con una media cercana a 66 días (Lally et al., 2009). Enlazando con Safo, amar la vida se vuelve un circuito: decidir, preparar el terreno, repetir con gentileza hacia el error y volver a empezar. Así, la voluntad deja de luchar sola y se apoya en el diseño del entorno.

Actuar en lo pequeño y lo común

Asimismo, actuar no se limita a logros privados: también se realiza en lo compartido. Hannah Arendt, en La condición humana (1958), distingue la acción como aparición en el mundo común, donde iniciamos algo que puede ser continuado por otros. Un huerto vecinal, una biblioteca de intercambio o el cuidado recíproco son formas de no malgastar la vida porque la vuelven fecunda más allá del yo. De este modo, el amor por vivir deja huella: teje vínculos, amplía capacidades y crea futuros. La acción, entonces, es semilla comunitaria tanto como disciplina personal.

Acción con descanso y sentido

Finalmente, para sostener el impulso de Safo, la acción necesita respiración. Los griegos llamaron scholé al ocio que nutre la mente; en esa tradición, Josef Pieper defendió que el ocio funda la cultura (1948). Descansar, contemplar y celebrar no son derroches, sino raíces que previenen el activismo vacío y reorientan hacia lo esencial. Así, amar la vida es alternar obra y silencio, entrega y recogimiento. Solo entonces el imperativo actúa encuentra su medida: no gastar por inercia, sino invertir con intención en lo que vale y perdura.