Libertad compartida: nadie es libre en solitario
Creado el: 10 de agosto de 2025

Hasta que todos seamos libres, ninguno de nosotros es libre. — Angela Davis
La libertad como bien indivisible
La frase de Angela Davis condensa una intuición moral y política: la libertad no es un lujo privado, sino un bien indivisible. Cuando un grupo es marginado, el tejido cívico que sostiene a todos se desgarra. En sintonía, Martin Luther King Jr. advertía: “La injusticia en cualquier parte es una amenaza a la justicia en todas partes” (Carta desde la cárcel de Birmingham, 1963). Davis retoma esa lógica y la extiende a sistemas contemporáneos, recordando en Freedom Is a Constant Struggle (2016) que la autonomía individual depende de estructuras que garanticen dignidad colectiva. Para entender por qué nadie puede sentirse plenamente libre si otros viven bajo opresión, conviene mirar no solo a las leyes, sino a cómo se entrelazan las desigualdades en la vida diaria. Ese puente nos lleva a la clave analítica de la interseccionalidad.
Interseccionalidad como brújula política
Kimberlé Crenshaw acuñó interseccionalidad (1989) para describir cómo raza, género, clase o migración no se suman, sino que se entrecruzan creando vulnerabilidades específicas. El Colectivo del Río Combahee (1977) ya había señalado que “si las mujeres negras fueran libres, significaría que todos los demás tendrían que serlo”, porque su emancipación exige desmontar todas las jerarquías a la vez. En ese sentido, la intuición de Davis se vuelve operativa: liberar el punto de mayor presión libera el conjunto. Imaginemos a una trabajadora migrante negra: su salario, su seguridad y su voz dependen de múltiples sistemas a la vez. Si alguno falla, su autonomía se resiente y, con ella, la promesa democrática para todos. De esta comprensión nace la urgencia de solidaridades efectivas.
Solidaridades que transforman la historia
La historia ofrece evidencias concretas. En 1984, estibadores de Oakland del ILWU se negaron durante 11 días a descargar cargamento sudafricano, sumando fuerza al boicot contra el apartheid; un acto local con impacto global. A otra escala, la campaña “Free Angela” movilizó redes internacionales entre 1970 y 1972; el documental Free Angela and All Political Prisoners (2012) muestra cómo esa marea cívica ayudó a garantizarle un juicio justo y su absolución. Estos episodios ilustran que la libertad avanza cuando grupos distintos conectan sus luchas. Tal como sugiere Davis, la coherencia emancipadora exige mirar los sistemas que enjaulan, no solo los barrotes visibles. Esa transición nos conduce al debate sobre castigo, seguridad y cárceles.
Abolicionismo y el complejo carcelario
No es casual que Davis pregunte en Are Prisons Obsolete? (2003) si las prisiones, lejos de resolver conflictos, perpetúan desigualdades y expanden el control social. En Abolition Democracy (2005), sostiene que invertir en educación, vivienda y salud produce más seguridad que ampliar el castigo. Cuando una sociedad normaliza el encierro masivo, la sospecha y la vigilancia se filtran a la vida pública, restringiendo la libertad de todos. Así, la abolición no es una utopía vacía, sino una propuesta de rediseño institucional: reemplazar respuestas punitivas por justicia restaurativa y bienestar comunitario. Este giro enlaza con otra dimensión del argumento: la interdependencia global que moldea nuestras posibilidades de ser libres.
Universalismo práctico en un mundo interconectado
La Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) afirmó una dignidad común, pero las cadenas de suministro y las fronteras ponen a prueba ese principio. El colapso de Rana Plaza en Bangladesh (2013), que mató a más de mil trabajadores textiles, evidenció cómo el consumo en un país puede apoyar condiciones inseguras en otro. Si toleramos esa precariedad, aceptamos que la libertad de unos descanse sobre la vulnerabilidad de otros. Por eso, la libertad requiere mecanismos transnacionales: debida diligencia empresarial, sindicatos fuertes a ambos lados de la cadena y normas exigibles. Solo así el “nosotros” deja de ser un ideal abstracto y se convierte en arquitectura concreta de protección compartida.
Corresponsabilidad y gestos cotidianos
Paulo Freire lo expresó con precisión: “Nadie se libera solo: los hombres se liberan en comunión” (Pedagogía del oprimido, 1970). Traducido a lo diario, implica escuchar a quienes viven la opresión, apoyar organizaciones de base, exigir presupuestos que privilegien cuidados y educación sobre castigo, y practicar un consumo que no externalice sufrimiento. Al enlazar convicción y práctica, el lema de Davis se vuelve guía: o ampliamos el círculo de la libertad hasta abarcar a todos, o aceptamos una versión frágil y condicional de la nuestra. En última instancia, la promesa democrática se mide no por la autonomía de unos pocos, sino por la capacidad colectiva de garantizarla para cualquiera.