Sembrar verdad para cosechar libertad auténtica
Creado el: 11 de agosto de 2025

Si siembras la verdad, cosecharás libertad. — Nawal El Saadawi
De la semilla a la cosecha moral
Para empezar, la imagen agrícola de El Saadawi revela una causalidad ética: la verdad no es un ornamento, sino una semilla que, al hundirse en el terreno de lo real, germina en formas tangibles de libertad. Decir la verdad redistribuye poder, desmonta ilusiones y abre caminos de decisión antes clausurados. Así, la libertad no aparece de golpe, sino como una cosecha estacional: requiere paciencia, trabajo y resistencia a la intemperie. Esta intuición resuena con tradiciones diversas; el Evangelio de Juan 8:32 afirma que “la verdad os hará libres”, recordándonos que la liberación comienza al nombrar con precisión lo que es. Al reconocer los hechos y nuestras propias sombras, dejamos de coreografiar la vida al ritmo del miedo y empezamos a movernos con la autonomía que nace de mirar de frente.
Nawal El Saadawi: verdad que desafía rejas
A continuación, la biografía de Nawal El Saadawi encarna su consigna. Médica y escritora egipcia, fue encarcelada en 1981 por criticar al patriarcado y al autoritarismo. En Memorias de la prisión de mujeres (1983) relata cómo escribió con un lápiz de cejas sobre papel improvisado, sembrando palabras que ninguna celda pudo confiscar. Ese gesto mínimo, pero insumiso, mostró que decir la verdad puede inaugurar una libertad interior incluso en cautiverio. Del mismo modo, Mujer en punto cero (1975) narra a Firdaus, que encuentra su agencia al contar su historia sin adornos antes de la ejecución. En ambos casos, El Saadawi sugiere que la verdad reorganiza el mundo íntimo y el público: al articular lo indecible, una mujer rehace su identidad y, con ella, desplaza los límites de lo posible.
Poder, discurso y regímenes de verdad
Asimismo, pasar del testimonio personal a la esfera política exige entender cómo el poder produce “regímenes de verdad”. Michel Foucault, en Verdad y poder (1977), mostró que toda sociedad regula qué discursos cuentan como verdaderos, premiando unos y silenciando otros. Hannah Arendt, en Verdad y política (1967), advirtió además que la verdad factual es frágil: cuando se mezcla con propaganda, el juicio ciudadano se enturbia. De ahí que sembrar verdad sea un acto de desobediencia cívica: hace visibles los costos y las víctimas que el lenguaje oficial borra. Cuando la realidad verificada circula —números, testimonios, archivos— se desarticulan mecanismos de dominación que dependían del secreto o la confusión. La libertad, entonces, no es un don del Estado, sino un efecto acumulado de verdades compartidas.
Libertad interior: romper el autoengaño
Por otra parte, la libertad comienza también en el territorio de la mente. La psicología de la disonancia cognitiva (Festinger, 1957) explica cómo protegemos nuestras creencias evitando datos que las cuestionen; ese blindaje nos mantiene cómodos, pero atados. Al admitir fallas, nombrar heridas o reconocer privilegios, disminuye la brecha entre lo que somos y lo que decimos ser, y con ello aparece la capacidad de elegir con mayor lucidez. Un ejemplo clásico lo ofrece Narrative of the Life of Frederick Douglass (1845): el acceso a la alfabetización —a la verdad sobre su condición— anticipó su emancipación. De modo análogo, cuando una persona narra su trauma con precisión y apoyo, recupera agencia. La verdad, al despejar el autoengaño, devuelve el timón de la propia vida.
De la voz individual a la justicia pública
En este sentido, la verdad no solo libera a quien la pronuncia; también repara comunidades. El caso Watergate (Woodward y Bernstein, 1972–74) ilustra cómo la investigación rigurosa derribó una presidencia y reforzó controles institucionales. Más tarde, la Comisión de la Verdad y Reconciliación de Sudáfrica (1996), presidida por Desmond Tutu, demostró que reconocer crímenes públicamente abre una vía de libertad colectiva: no la amnesia, sino la memoria contrastada permite recomponer el pacto social. Estos procesos, aunque imperfectos, muestran que la verdad encadena consecuencias prácticas —rendición de cuentas, reformas, garantías— que amplían el espacio de lo vivible. El hilo conductor es claro: cuando se documenta y se escucha lo ocurrido, la libertad deja de ser consigna y se vuelve estructura.
Cuidar la verdad: coraje, tacto y continuidad
Finalmente, sembrar verdad exige la valentía de la parrhesía —decir lo que se piensa ante riesgo— y el tacto que evita convertirla en arma. La franqueza sin empatía hiere; la diplomacia sin verdad perpetúa la injusticia. Por eso conviene practicar hábitos que sostienen la siembra: preguntar con buena fe, corregir errores, citar fuentes, proteger a denunciantes, y crear foros donde la discrepancia sea segura. Así, la verdad gana tracción y no se agota en gestos heroicos aislados. Con el tiempo, la suma de actos honestos produce su cosecha: libertades más anchas para decidir, crear y convivir. El legado de El Saadawi nos recuerda que esa tarea es diaria; cada palabra precisa abre un surco y, en él, germina una libertad compartida.