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Del miedo al cambio: romper hábitos estrechos

Creado el: 12 de agosto de 2025

Comienza por romper un hábito estrecho nacido del miedo. — Naomi Klein
Comienza por romper un hábito estrecho nacido del miedo. — Naomi Klein

Comienza por romper un hábito estrecho nacido del miedo. — Naomi Klein

El llamado inicial

La frase de Naomi Klein propone un comienzo concreto: no esperar a que cambien las circunstancias, sino desmontar primero el pequeño mecanismo que el miedo ha encogido en nuestra vida diaria. Un “hábito estrecho” es una respuesta automática que reduce opciones: callar en reuniones, evitar preguntar, posponer decisiones cruciales. Al nacer del miedo, ese hábito protege a corto plazo pero empobrece a largo plazo; limita la curiosidad, el intercambio y la imaginación. Por eso, romperlo no es un gesto grandilocuente, sino un ajuste deliberado del radio de acción personal. A partir de ese gesto inicial, se abre un espacio para que lo nuevo entre y reordene prioridades.

Lecciones de Naomi Klein

El núcleo ético de la cita dialoga con la obra de Klein, que ha mostrado cómo el miedo estrecha tanto conductas individuales como horizontes colectivos. En The Shock Doctrine (2007) expone cómo las crisis, instrumentalizadas, pueden acotar el margen de decisión pública; en No Logo (1999), cómo la lógica de marca guía hábitos de consumo que eclipsan otras identidades; y en On Fire (2019), cómo la emergencia climática exige romper inercias que nos mantienen pasivos. No se trata de negar el miedo, sino de impedir que dicte nuestro repertorio de acciones. Así, la invitación a “comenzar” implica un movimiento modesto pero decisivo: ensanchar el perímetro de lo posible allí donde hoy opera la inercia.

Cómo el miedo fabrica rutinas

Desde la psicología, el miedo refuerza hábitos vía aprendizaje de evitación: si callar reduce ansiedad hoy, el cerebro premia ese patrón mañana. La amígdala detecta amenaza y favorece respuestas rápidas; con repetición, el circuito se automatiza. Charles Duhigg (The Power of Habit, 2012) describe lazo señal-rutina-recompensa; Judson Brewer (The Craving Mind, 2017) muestra cómo la atención curiosa interrumpe ese lazo; y el Modelo de Comportamiento de BJ Fogg (2019) explica que pequeñas elevaciones en capacidad o motivación pueden disparar nuevos comportamientos. Comprender este andamiaje no es un tecnicismo: ofrece un mapa para identificar la señal que activa el hábito estrecho y diseñar una alternativa menos dominada por el miedo.

Primeros pasos prácticos y seguros

Romper un hábito nacido del miedo funciona mejor en dosis manejables. Las “intenciones de implementación” (Gollwitzer, 1999) ayudan: si ocurre X, entonces haré Y. Por ejemplo: si mi pulso acelera al discrepar, entonces pediré una clarificación antes de opinar (“¿Podrías ampliar ese punto?”). O, si pospongo una llamada difícil, entonces escribiré primero un guion de tres frases. Duhigg (2012) sugiere cambiar la rutina, manteniendo señal y recompensa: cuando aparezca la señal (tensión en el pecho), en lugar de callar, respirar 10 segundos y formular una pregunta; la recompensa (alivio) llega sin rendir el espacio de voz. Además, ajustar el entorno —preparar frases puente, acordar tiempos de intervención, ensayar con un aliado— reduce el riesgo y convierte el coraje en un proceso repetible.

Del yo al nosotros

Una vez abierto un resquicio individual, la dimensión social amplifica el cambio. Robert Cialdini (Influence, 2006) mostró que la norma social percibida moldea conductas; por eso, practicar pequeñas valentías en grupo cambia lo “normal”. En redes barriales que surgieron tras el sismo de Ciudad de México (2017), voluntarios novatos comenzaron proponiendo microtareas —clasificar víveres, cotejar listas— y, al ver a otros hacerlo, expandieron su iniciativa. Del mismo modo, en equipos de trabajo, acordar “rondas de voz” o “preguntas de curiosidad” crea un andamiaje colectivo que protege a quien desafía el hábito de callar. Así, pasar del yo al nosotros convierte la ruptura inicial en cultura compartida.

Sostener y ampliar la apertura

Romper no basta; hay que mantener abierto el espacio ganado. La autocompasión de Kristin Neff (2003) reduce el autoataque tras tropiezos y evita recaídas por vergüenza. Pequeños indicadores —¿pregunté una vez más? ¿postergué una vez menos?— permiten ver progreso real. Revisiones periódicas consolidan aprendizajes: ¿qué señal detecté?, ¿qué alternativa ensayé?, ¿qué recompensa observé? Con el tiempo, la práctica se expande: de una pregunta en una reunión, a proponer un piloto; de cambiar una compra por otra, a revisar criterios de valor. En suma, la valentía deja de ser un acto aislado y se convierte en una forma de atención cotidiana que, como decía Klein, comienza por lo más cercano: romper el hábito que el miedo hizo estrecho.