El arte que despierta a otros y a ti
Creado el: 23 de septiembre de 2025

Crea obras que despierten a los demás y que te despierten a ti también. — Kahlil Gibran
La doble llamada del despertar creativo
Gibran invita a una reciprocidad luminosa: crear no solo para conmover al mundo, sino para sacudir la propia alma. Así, obra y autor se espejean; lo que enciende al público también devuelve claridad al que crea. En El Profeta (1923), Gibran ya sugería que el trabajo es amor hecho visible, y ese amor, cuando es verdadero, despierta por ambos lados. De este modo, la creación deja de ser un monólogo y se vuelve diálogo. No hay predicador ni discípulo: hay encuentro. El despertar ajeno valida el propio y, a la vez, lo corrige; porque al mostrar, uno se ve a sí mismo con ojos nuevos.
Despertar a la conciencia colectiva
Desde esa premisa íntima, pasamos a la dimensión social: despertar es también hacer visible lo que la costumbre oculta. Paulo Freire, en Pedagogía del oprimido (1970), llamó a este proceso conscientización: el aprendizaje crítico que convierte espectadores en sujetos de cambio. El arte, cuando asume esta tarea, no adoctrina; señala grietas para que entre aire. En la misma línea, Walter Benjamin en su ensayo sobre la reproductibilidad técnica (1936) advirtió cómo las formas y los medios condicionan la percepción. Despertar, entonces, implica escoger lenguajes que resistan la anestesia de lo habitual.
El creador que se despierta creando
A continuación, el foco regresa al taller interior. John Dewey, en Art as Experience (1934), mostró que la obra no es un objeto aislado, sino una experiencia que transforma a quien la realiza. En ese proceso, el creador escucha su intuición y la contrasta con el mundo, afinando su percepción. Asimismo, Mihály Csikszentmihalyi describió el flujo (1990) como una atención tan plena que borra la distracción y eleva el sentido. Ese estado es un despertar en acto: mientras das forma a la obra, la obra te da forma a ti.
Recursos que provocan el despertar
Para lograrlo, ciertas estrategias abren puertas: la pregunta honesta, la metáfora precisa, el silencio que deja espacio y el extrañamiento brechtiano. Bertolt Brecht propuso el efecto de distanciamiento (décadas de 1930) para romper la hipnosis narrativa y suscitar juicio crítico. Una anécdota ilustra el punto: en un montaje minimalista sobre ausencia, una silla vacía en escena generó más conciencia que cualquier discurso; el público completó el sentido con su propia memoria. Del mismo modo, una imagen callejera que dialoga con su entorno—como ocurre en intervenciones urbanas contemporáneas—puede despertar porque sorprende sin humillar.
Criterios éticos del sacudón estético
Ahora bien, no todo impacto ilumina. Susan Sontag, en Regarding the Pain of Others (2003), advirtió que el shock repetido embota la sensibilidad. Despertar no es herir; es abrir. Por eso convienen la claridad de propósito, el cuidado con las imágenes del dolor y el respeto por las voces representadas. En práctica, preguntarse: ¿esta obra amplía la dignidad de quienes toca?, ¿ofrece caminos de comprensión o solo busca escándalo? La ética no enfría la chispa; la orienta.
Del impacto a la transformación sostenida
Por último, el despertar se confirma cuando genera participación. Augusto Boal, con el Teatro del Oprimido (1974), convirtió a espectadores en espect-actores que ensayan cambios posibles. Ese ciclo de ida y vuelta—obra, respuesta, revisión—mantiene despiertos a ambos lados del escenario. Concretamente, crear con bucles de retroalimentación, espacios de coautoría y revisiones públicas transforma el destello en hábito. Si después de la obra alguien ve distinto, y tú también, el llamado de Gibran se ha cumplido: despertaste, despertando.