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De la indecisión al asombro: cultivar curiosidad

Creado el: 23 de septiembre de 2025

Entierra tu indecisión; siembra curiosidad en su lugar — Frida Kahlo
Entierra tu indecisión; siembra curiosidad en su lugar — Frida Kahlo

Entierra tu indecisión; siembra curiosidad en su lugar — Frida Kahlo

Una consigna para tiempos confusos

La sentencia atribuida a Frida Kahlo —entierra la indecisión y siembra curiosidad— invita a pasar del bloqueo al movimiento. Aunque la frase se cita a menudo bajo su nombre, no existe una fuente primaria concluyente; aun así, su espíritu dialoga con la poética de su vida y obra, que transformó la duda en exploración visual y emocional. Partiendo de esa resonancia, el llamado no es a negar la incertidumbre, sino a convertirla en terreno fértil. Así, el tránsito de la parálisis a la pregunta marca el eje del cambio: cuando preguntamos, damos el primer paso para actuar.

Del miedo al cultivo: el jardín

La metáfora agrícola sugiere un gesto concreto: enterrar no es ocultar, sino compostar lo que ya no nutre; sembrar supone apuesta, cuidado y tiempo. En la Casa Azul, su jardín era extensión de su taller: un espacio donde el dolor y la belleza crecían juntos (Herrera, ‘Frida: A Biography of Frida Kahlo’, 1983). De ese modo, la curiosidad se entiende como cultivo deliberado. Al igual que una semilla exige riego y luz, las preguntas requieren atención sostenida, lo que nos conduce naturalmente a la ciencia de la decisión.

La curiosidad en la ciencia de decidir

La investigación describe la curiosidad como tensión por cerrar una brecha de información: el ‘curiosity gap’ de George Loewenstein (Psychological Bulletin, 1994). Cuando enfocamos la duda como pregunta específica —¿qué falta por saber para avanzar un paso?— reducimos la indecisión y generamos tracción. Asimismo, elegir con curiosidad mitiga la ansiedad del perfeccionismo. Barry Schwartz, en ‘The Paradox of Choice’ (2004), muestra que buscar aprender en lugar de optimizar todo disminuye la rumiación. Así, pasar del ‘¿y si me equivoco?’ al ‘¿qué experimento ligero puedo probar?’ abre el camino a la acción.

Obras que interrogan el dolor

La pintura de Kahlo convierte el sufrimiento en pregunta visual. En ‘La columna rota’ (1944), su torso fracturado no sólo representa dolor; indaga cómo se sostiene una identidad herida. Y en ‘Autorretrato con pelo cortado’ (1940), el gesto radical no es indeciso: prueba una nueva gramática de sí misma, casi como un experimento. Estas piezas muestran que la curiosidad puede ser un método de supervivencia estética: en lugar de borrar lo difícil, lo observa con rigor y ternura. Esa mirada inquisitiva prepara el terreno para hábitos cotidianos.

Rituales para sembrar preguntas

Primero, un diario de preguntas: cada decisión se traduce en tres porqués, dos hipótesis y un micro‑paso reversible. Segundo, límite de exploración: 15 minutos para buscar opciones y luego elegir la primera suficientemente buena. Tercero, ensayos de bajo costo: prototipos, conversaciones piloto, bocetos rápidos. Como recordatorio inspirador, los cuadernos de Leonardo reúnen listas de dudas y pruebas (el Codex Arundel, c. 1480–1518, lo evidencia). Del mismo modo, caminar con una pauta de observación —cinco cosas nuevas en la ruta habitual— entrena la atención curiosa que desplaza la indecisión.

Curiosidad con brújula ética

Sembrar curiosidad no equivale a impulsividad. Requiere dirección. En ‘Autorretrato en la frontera entre México y Estados Unidos’ (1932), Kahlo observa la modernidad industrial frente a lo ancestral; su mirada indaga, pero también toma postura. La curiosidad madura pregunta y, a la vez, se responsabiliza del impacto de sus hallazgos. Así, cerramos el ciclo: enterrar la indecisión es convertir el miedo en abono; sembrar curiosidad es regar preguntas con propósito. De allí brota una acción más lúcida, capaz de aprender, corregir y florecer.