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Cuando la curiosidad reorienta nuestros titubeos

Creado el: 28 de septiembre de 2025

Que la curiosidad sea la brújula que reencauce tus titubeos. — James Baldwin
Que la curiosidad sea la brújula que reencauce tus titubeos. — James Baldwin

Que la curiosidad sea la brújula que reencauce tus titubeos. — James Baldwin

Una brújula para la incertidumbre

Al invocar a la curiosidad como brújula, la frase propone una imagen práctica: no elimina la niebla de la duda, pero ofrece un norte. En lugar de paralizarnos ante el titubeo, sugiere convertir la pregunta en movimiento, y el asombro en dirección. Así, la vacilación deja de ser un callejón sin salida para convertirse en un cruce con múltiples rutas. De este modo, la curiosidad también disciplina el impulso: no es deambular al azar, sino orientarse hacia aquello que aún no comprendemos. Esa orientación ética del preguntar prepara el terreno para examinar cómo Baldwin encarnó esta idea en su vida y obra.

Baldwin y el coraje de preguntar

Desde ahí, la trayectoria de James Baldwin modela esa brújula en acción. Al mudarse de Harlem a París en 1948, tomó distancia para mirar de frente las promesas y fisuras de Estados Unidos; su prosa, fina y frontal, abrió brechas de comprensión. En The Fire Next Time (1963) escribió cartas que interrogan sin concesiones, y en Notes of a Native Son (1955) convirtió la herida en lucidez pública. Esa valentía se hizo visible en el debate de la Cambridge Union (1965), donde defendió que el sueño americano había sido construido a expensas del ciudadano negro. Más que respuestas definitivas, ofreció preguntas que reorientaban el discurso: ¿quién paga los costos de nuestros ideales?, ¿qué verdad se oculta tras la comodidad?

De la vacilación al aprendizaje

A renglón seguido, convertir el titubeo en aprendizaje requiere entender cómo surge la curiosidad. La teoría de la brecha de información de George Loewenstein (1994) explica que nos sentimos impulsados a explorar cuando percibimos un hueco concreto entre lo que sabemos y lo que podríamos saber. Localizar ese hueco vuelve manejable la duda. Además, la mentalidad de crecimiento de Carol Dweck (2006) sugiere que los errores son datos, no veredictos. Al tratar las equivocaciones como señales de ruta, la curiosidad pasa de ser un capricho a un método: preguntamos para reducir la brecha, experimentamos para aprender más rápido y reformulamos las dudas para que señalen el siguiente paso.

Creatividad: mapas hechos a mano

En el terreno creativo, la curiosidad dibuja mapas a medida. Santiago Ramón y Cajal, en «Reglas y consejos sobre investigación científica» (1897), exhortaba a mirar con paciencia y a perseguir preguntas pequeñas y concretas; así trazó, a base de observaciones y bocetos, la arquitectura del sistema nervioso. La genialidad, insinuaba, es un método sostenido por el asombro. De manera análoga, la escritura de Baldwin avanza por tanteos lúcidos: cada ensayo ensaya, esto es, prueba una perspectiva. La curiosidad, entonces, no solo reencauza el titubeo; lo convierte en estilo de exploración donde cada hallazgo afina el mapa siguiente.

La ética de una curiosidad que cuida

Ahora bien, no toda curiosidad orienta: existe la que invade y la que comprende. Baldwin defendió una curiosidad que desvela para liberar; su célebre idea de que el amor quita máscaras en The Fire Next Time (1963) sugiere que preguntar con cuidado puede ser un acto de reconocimiento. Se trata de indagar sin reducir al otro a un objeto. Así, la brújula ética pregunta: ¿quién se beneficia de esta exploración?, ¿a quién podría dañar? Cuando la curiosidad se alía con la empatía, guiar el titubeo significa también elegir caminos responsables.

Prácticas para orientarse en lo desconocido

En la práctica, el titubeo se reencauza con hábitos simples. Primero, formule la brecha: «Sé A, ignoro B; para acercarme a B, necesito C». Luego, diseñe microexperimentos de bajo costo y alta información: una conversación difícil preparada, un prototipo en una tarde, una lectura clave marcada con preguntas. Finalmente, documente errores y sorpresas como un «historial de decisiones». Con estas rutinas, la curiosidad deja de ser impulso esporádico y se vuelve guía constante. Paso a paso, la brújula no promete certidumbre, pero sí rumbo; y con rumbo, el titubeo se transforma en avance.