La vida como acción, no mera existencia
Creado el: 28 de septiembre de 2025
La función propia del hombre es vivir, no existir. — Jack London
Del existir al vivir
El aforismo de Jack London condensa una distinción decisiva: existir es conservarse; vivir es desplegar potencia, sentido y riesgo. Desde esta premisa, la inercia biológica o social no basta; la vida digna de ese nombre exige dirección, implicación y valentía. Por eso la frase corta de London suena como un llamado: salir del piloto automático y asumir la autoría de la propia historia. A partir de ahí, vivir implica atravesar incertidumbres para ganar profundidad. No se trata de buscar peligros por exhibicionismo, sino de aventurarse con propósito: aprender, crear, amar, servir. La existencia mínima se conforma con evitar el daño; la vida plena acepta el costo de crecer. Esa diferencia, aunque sutil en teoría, es abismal en la práctica cotidiana.
Jack London y la intrepidez como ética
En su célebre "Credo" (c. 1916), London escribió: "I would rather be ashes than dust… The proper function of man is to live, not to exist", amplificando la idea de intensificar la experiencia. Sus relatos funcionan como laboratorio moral: en The Call of the Wild (1903), el perro Buck despierta su instinto y, con él, una vida más auténtica; la comodidad inicial era mera existencia. A su vez, To Build a Fire (1908) muestra el reverso: la arrogancia que confunde cálculo frío con sabiduría termina en tragedia. Allí, el protagonista sobrevive hasta que deja de hacerlo; nunca vivió de veras. Entre ambos polos, London sugiere una brújula: valentía lúcida, no temeridad ciega; hambre de mundo, no simple resistencia.
Ecos filosóficos: de Aristóteles a Nietzsche
La intuición de London resuena en la eudaimonía de Aristóteles: en la Ética a Nicómaco (s. IV a. C.), vivir bien es actividad del alma conforme a la virtud; no basta con estar vivo, hay que ejercer las capacidades nobles. Este énfasis en práctica y excelencia da contenido al mandato de vivir. En la modernidad, Nietzsche exhorta a “llegar a ser quien eres” y a afirmar la vida incluso en su dureza (Así habló Zaratustra, 1883–85). Y Thoreau, en Walden (1854), busca “chuparle el tuétano a la vida”, retirándose para vivir deliberadamente. De este modo, distintas tradiciones convergen: vivir es elección activa de sentido y forma, no simple permanencia.
Claves psicológicas del florecimiento
La psicología contemporánea aporta mecanismos concretos. Mihály Csikszentmihalyi describió el estado de flujo (1990): desafío y habilidad en equilibrio generan atención absorbida y crecimiento, señales de vida plena. Por su parte, la Teoría de la Autodeterminación (Ryan y Deci, 2000) identifica tres nutrientes del bienestar: autonomía, competencia y relación; cuando faltan, caemos en mera existencia. Además, Viktor Frankl mostró que el sentido protege incluso en condiciones extremas (El hombre en busca de sentido, 1946). No es el placer inmediato, sino la dirección significativa lo que convierte la supervivencia en vida. Así, la ciencia corrobora la intuición literaria: vivir implica involucrarse con propósitos que nos trascienden y requieren esfuerzo.
Riesgo, responsabilidad y comunidad
Vivir no es solo aventura individual; es aceptar responsabilidad ante otros. El compromiso cívico, el cuidado y la colaboración transforman el riesgo en proyecto compartido. Albert Camus, en El mito de Sísifo (1942), propone la rebelión lúcida: decir sí a la vida pese al absurdo, creando vínculos y obras que desafían la nada. De este modo, London no invita al narcisismo audaz, sino a una audacia solidaria: el artista que comparte su trabajo, el médico en zonas remotas, la vecina que organiza un comedor. La existencia aislada teme perder; la vida plena arriesga para fecundar el mundo común.
Prácticas para elegir la vida
Elegir vivir se entrena. Primero, deliberar: ¿qué actividades me exigen y me nutren? Luego, comprometer tiempo visible en la agenda para experiencias con propósito: aprender un oficio, emprender un proyecto creativo, servir en una causa concreta. Además, cultivar atención plena ayuda a habitar el presente sin automatismo. Finalmente, recordar la finitud orienta prioridades: Marco Aurelio, en Meditaciones (c. 180), aconseja tener a la muerte como consejera amable. No para angustiar, sino para concentrar. Entre la comodidad que anestesia y la aventura con sentido, la frase de London nos empuja a optar a diario por la vida que se hace, no la que apenas sucede.