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Llamar a la puerta del asombro, sin tregua

Creado el: 29 de septiembre de 2025

Sigue llamando a la puerta del asombro hasta que se abra. — Haruki Murakami
Sigue llamando a la puerta del asombro hasta que se abra. — Haruki Murakami

Sigue llamando a la puerta del asombro hasta que se abra. — Haruki Murakami

Una invitación perseverante al misterio

Al principio, la frase de Murakami sugiere una ética de insistencia: el asombro no se concede al primer toque, se gana a fuerza de volver a llamar. No es tozudez ciega, sino paciencia lúcida que confía en que la realidad es más amplia de lo visible. Así, el gesto de tocar se vuelve práctica: cada intento afina la escucha, reordena expectativas y prepara al corazón para reconocer lo extraordinario cuando por fin entreabre la puerta.

El umbral como imagen murakamiana

A partir de ahí, la metáfora se expande en la propia narrativa de Murakami. En 1Q84 (2009–2010), Aomame desciende por una escalera de emergencia y atraviesa un mundo paralelo, como si un pasadizo cotidiano ocultara un portal. En Kafka en la orilla (2002), los encuentros con lo inexplicable suceden al cruzar límites discretos: una biblioteca, un bosque, un sueño. Y en Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1994–1995), el pozo seco funciona como umbral interior: Toru Okada baja, y al bajar aprende a oír. Estas puertas no se abren por azar; responden a una constancia que convierte lo trivial en tránsito.

Curiosidad disciplinada y mente de principiante

Asimismo, la perseverancia necesita método. Shunryu Suzuki, en Mente de principiante (1970), recuerda que donde la mente se dice ya sé, el asombro se cierra; empezar de nuevo vuelve a abrirla. Rachel Carson, en El sentido del asombro (1965), propone cultivar una atención que se entrene como un músculo. La psicología contemporánea coincide: estudios sobre curiosidad y bienestar (Kashdan y Silvia, 2009) muestran que la exploración sostenida amplía la tolerancia a la incertidumbre y mejora el aprendizaje. Así, llamar no es golpear con fuerza, sino con ritmo: observar, preguntar, anotar, volver.

Riesgo, espera y el arte del intervalo

Sin embargo, llamar implica riesgo: puede que nadie conteste de inmediato, o que responda lo inesperado. La tradición zen entiende ese borde; el Mumonkan (c. 1228) presenta koanes que el practicante habita como puertas sin cerradura, insistiendo con cuerpo y mente hasta que la comprensión se abre sola. En la cultura japonesa, el ma nombra el intervalo vivo: la pausa que no es vacío, sino preparación. Perseverar, entonces, también es aprender a esperar sin apagar la llama, cuidando el descanso para que la insistencia no derive en obstinación estéril.

Rituales cotidianos para que la puerta ceda

Por eso, conviene ritualizar el llamado. Una caminata diaria sin auriculares, un cuaderno de preguntas, una página escrita al amanecer o la lectura cruzada de géneros ajenos a lo habitual entrenan la mirada. La práctica deliberada (Ericsson, 1993) sugiere micro-desafíos: ajustar lo justo la dificultad para mantener la curiosidad encendida. Incluso en el trabajo, reservar bloques breves para explorar una hipótesis o reproducir un experimento transforma la rutina en umbral. Con el tiempo, estos gestos tejen la perseverancia que el asombro reconoce.

La ética de abrir y compartir

Finalmente, cuando la puerta cede, comienza otra tarea: cuidar lo hallado y compartirlo sin soberbia. Montaigne, con su que sais-je? (Ensayos, 1580), recuerda que el asombro auténtico convive con la duda honesta. Abrir una puerta solo para uno la vuelve trofeo; abrirla para que otros entren la convierte en camino. Así, la insistencia de Murakami desemboca en una ética de hospitalidad: transformar el descubrimiento en bien común y mantener, incluso dentro, la disposición a seguir llamando a otras puertas.