Propósito claro: de la niebla al camino
Creado el: 30 de septiembre de 2025

Un propósito claro transforma la niebla en un camino. — Friedrich Nietzsche
La metáfora que abre el horizonte
La imagen de la niebla captura la confusión cotidiana: sin dirección, cada paso parece igual de incierto. Un propósito claro actúa como faro, no porque elimine todos los obstáculos, sino porque orienta la atención y prioriza el movimiento. Así, lo difuso se ordena y lo urgente deja de suplantar a lo importante. En ese tránsito, la claridad no es un destino, sino una práctica: se renueva al decidir, postergar o renunciar con coherencia.
Nietzsche: voluntad de poder como brújula
Desde Nietzsche, el propósito no es una receta moral, sino la expresión creativa de la voluntad de poder, esa fuerza que organiza el caos en dirección a la propia forma. En Así habló Zaratustra (1883–1885), el llamado a “ser quien eres” anticipa que la meta no es obedecer valores heredados, sino forjar un horizonte propio; y en La genealogía de la moral (1887) se muestra cómo revaluar esos valores despeja la niebla de lo aprendido. El propósito, entonces, delimita un camino porque decide qué merece nuestro sí.
Evidencia: metas específicas y compromiso
En paralelo, la psicología del trabajo confirma que la claridad impulsa el rendimiento. Locke y Latham, en A Theory of Goal Setting and Task Performance (1990), demostraron que metas específicas y desafiantes superan a los “haz lo mejor que puedas”. Más aún, las intenciones de implementación “si–entonces” de Gollwitzer (1999) convierten el propósito en respuestas automáticas ante obstáculos (“si recibo una crítica, entonces pregunto por evidencias”). De este modo, la voluntad se libera para crear, no para recordar.
Sentido en la adversidad: lección de Frankl
Cuando la niebla se vuelve tormenta, el propósito se vuelve salvavidas. Viktor Frankl narra en El hombre en busca de sentido (1946) cómo, en los campos, hallar un porqué permitió soportar el cómo; no por optimismo ingenuo, sino por orientación existencial. De hecho, Frankl cita a Nietzsche: “Quien tiene un porqué para vivir, casi siempre encontrará el cómo”. Así, propósito y resiliencia se retroalimentan: el sentido ilumina el paso siguiente, y cada paso refuerza el sentido.
Del ideal a los hitos: traducir claridad
Para que el propósito no quede en abstracción, conviene traducirlo en ciclos y métricas. Los OKR, popularizados por John Doerr en Measure What Matters (2018) a partir de la práctica de Intel en los años setenta, muestran cómo un propósito guía objetivos trimestrales y resultados clave medibles. Rituales breves —revisiones semanales, aprendizaje de errores, celebraciones sobrias— mantienen el foco sin perder dinamismo. Así, la claridad se convierte en cadencia y el camino en hábito.
Flexibilidad: amor fati y correcciones de rumbo
Por último, un propósito demasiado rígido puede convertirse en ídolo. Nietzsche propone el amor fati —amar lo que acontece— en La gaya ciencia (1882) y Ecce Homo (1888): aceptar el devenir no como resignación, sino como ocasión de intensificar el proyecto. Con esa actitud, el propósito no se quiebra ante lo imprevisto: se reinterpreta. Avanzamos, entonces, con un norte firme y pies ligeros, dejando que la realidad afile el camino que la claridad inauguró.