Cuentos de hadas y la derrota de los miedos
Creado el: 30 de septiembre de 2025
Los cuentos de hadas son más que verdaderos; no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que los dragones pueden ser vencidos. — Neil Gaiman
Más que verdaderos: la verdad práctica
La frase sugiere que los cuentos de hadas no se miden por su fidelidad a los hechos, sino por su utilidad para vivir. Son “más que verdaderos” porque nos dan marcos de acción cuando el miedo aparece y la realidad se vuelve incierta. Así, la verdad de estos relatos es performativa: no describen el mundo, nos preparan para enfrentarlo. Al convertir el pavor en trama y el peligro en desafío, enseñan a imaginar respuestas posibles antes de que el peligro nos encuentre.
De dragones a símbolos
Gaiman populariza una intuición de G. K. Chesterton en The Red Angel (1909): el niño ya conoce al dragón; lo que necesita es ver cómo se le vence. Chesterton añadía que el cuento no crea el miedo, le da una forma vencible; ofrece un San Jorge para el monstruo. Desde esta premisa, el dragón se vuelve metáfora móvil: enfermedad, pérdida, injusticia o soledad. El símbolo condensa amenazas difusas en una figura que admite estrategia, coraje y final.
Entrenamiento emocional y cognitivo
A continuación, la psicología muestra por qué funciona. Bruno Bettelheim, en The Uses of Enchantment (1976), sostuvo que los cuentos permiten elaborar ansiedades en un espacio seguro. La amenaza se nombra, se recorre y se encierra en un desenlace. En términos contemporáneos, operan como una exposición imaginada: se ensayan respuestas sin riesgo real, se tolera la angustia y se cultiva agencia. Maria Tatar (1987) añadió que la crudeza de muchos relatos Grimm modela resiliencia más que fragilidad.
Escenas que enseñan a vencer
En la práctica, la literatura abunda en victorias significativas. La leyenda de San Jorge muestra que el valor se combina con protección a la comunidad. Beowulf vence al monstruo con fuerza y honor, revelando costos y legado. Más tarde, Tolkien usa a Smaug en The Hobbit (1937) para enseñar que la astucia, la cooperación y el tiro certero de Bard derrotan la desmesura. Y en Coraline (Gaiman, 2002), una niña salva a sus padres con ingenio y sangre fría: pequeña estatura, gran coraje.
Ética del coraje y la ayuda
Asimismo, estos relatos transmiten virtudes: fortaleza, prudencia y lealtad. Aristóteles, en la Ética a Nicómaco, entendía el valor como mesura entre temeridad y cobardía; los cuentos lo dramatizan con claridad moral. Joseph Campbell, en El héroe de las mil caras (1949), observó un patrón de prueba, caída y retorno con el “elixir”. El aprendizaje no es solo personal: vuelve a la aldea, convierte la victoria privada en bien común.
Aplicaciones contemporáneas
De ahí que hablemos hoy de “dragones” reales: diagnósticos médicos, adicciones, acoso, autoritarismos. Las narrativas cívicas y terapéuticas que los nombran y trazan rutas de acción refuerzan la sensación de eficacia. Cuando una campaña de salud cuenta historias de supervivientes o una comunidad narra su propia resistencia, se reproduce la misma lógica: el monstruo se identifica, el héroe se multiplica, la victoria se ensaya y luego se persigue.
Entre escape y escapatoria
Por último, J. R. R. Tolkien distinguió en On Fairy-Stories (1939) entre escapismo fútil y la “escape del prisionero”: no huir de la realidad, sino de sus cárceles imaginarias para volver con esperanza y clarividencia. Así, los cuentos de hadas no nos adormecen; nos despiertan. No niegan la existencia de dragones, nos recuerdan que, juntos y con ingenio, pueden ser vencidos.