Bailar con el riesgo: la pasión vence al miedo
Creado el: 1 de octubre de 2025

Baila con el riesgo bajo tus pies; la pasión esculpe un camino donde el miedo se congela. — Federico García Lorca
El compás del peligro
En el verso de Lorca, bailar 'con el riesgo bajo tus pies' es aceptar que la belleza nace al borde del abismo. En su conferencia 'Teoría y juego del duende' (1933), el poeta afirmaba que el duende exige sangre y límite, no aplauso fácil; es presencia que pone en jaque al intérprete. Así, el suelo ya no es mero sostén: es un filo que late, un compás que te prueba en cada paso. Al invitar a danzar ahí, Lorca desactiva la fantasía del control total y nos recuerda que toda creación, amor o apuesta vital contiene fractura. Desde esta idea, la segunda imagen se vuelve inevitable: si el riesgo marca el ritmo, la pasión puede esculpir su propia senda.
La pasión como cincel
De esta manera, la frase 'la pasión esculpe un camino' sugiere que no caminamos por rutas dadas, sino que las tallamos con insistencia ardiente. En Bodas de sangre (1933), la fuga de los amantes abre un surco trágico que ni la norma social ni la prudencia logran cerrar; el deseo hace paisaje. Y en Romancero gitano (1928), la luna y el acero dibujan una iconografía donde eros y peligro se entrelazan. No se trata de romantizar el daño, sino de reconocer que la forma emerge cuando la energía se concentra, como el escultor que golpea la piedra hasta revelar figura. Ahora bien, si la pasión talla, ¿qué ocurre con el miedo? Lorca responde con hielo: se congela. Conviene entonces comprender ese congelamiento para poder derretirlo.
Cuando el miedo se hiela
El congelamiento es una respuesta real del organismo. Tras el clásico 'lucha o huida' descrito por Walter Cannon (1915), la etología añadió el 'freeze': una inmovilidad alerta que ahorra energía ante amenazas. Joseph LeDoux, en The Emotional Brain (1996), mostró cómo la amígdala puede disparar rutas rápidas que paralizan antes de que la corteza razone. Sin embargo, investigaciones de Jim Blascovich (c. 2001) sobre 'reto versus amenaza' indican que reencuadrar la activación fisiológica como desafío mejora el desempeño. De ahí el poder del baile como metáfora y práctica: transformar la rigidez del miedo en ritmo aprovechable. Al marcar un compás respiratorio o un gesto inicial, el cuerpo recibe permiso para moverse y la mente se alinea. Con esta claridad, el escenario deja de ser exclusivo del artista y se abre a la vida común.
Del tablao a la vida cotidiana
En la práctica, danzar con riesgo es una competencia transversal. Carmen Amaya, figura del flamenco, encarnó esa audacia: su zapateado torrencial y su ruptura de roles de género electrificaron públicos internacionales, y se cuenta que bailó para Franklin D. Roosevelt en 1944, improvisando con una intensidad que bordeaba el desgarro. Del mismo modo, Poeta en Nueva York (1930) registra cómo Lorca convierte la ciudad amenazante en materia poética: riesgo que deviene estilo. Fuera del arte, el emprendedor que lanza un prototipo, la activista que toma la palabra o la docente que prueba un método nuevo comparten ese compás: pasos breves, escucha del piso, adaptación. Así pasamos de la épica a lo cotidiano, preparando el criterio que separa la valentía fértil de la temeridad que destruye sin crear.
El filo entre valentía y temeridad
Para no confundir ímpetu con imprudencia, conviene recordar la medida clásica. En la Ética a Nicómaco (Libro III, c. 350 a. C.), Aristóteles define la valentía como término medio entre la cobardía y la temeridad: conoce el peligro, lo sopesa y aun así avanza por el bien. Trasladado a la consigna lorquiana, bailar con riesgo no implica saltar al vacío a ciegas, sino ajustar compás, apoyo y propósito. Preguntas prácticas ayudan: ¿cuál es el bien que busco?, ¿qué daños acepto y cuáles prevengo?, ¿qué señales me dicen que debo detenerme? Con este marco, la pasión sigue cincelando, pero la piedra elegida y el golpe tienen intención. El siguiente paso es entrenar ese discernimiento con rituales que acerquen el calor al hielo sin quemarnos.
Rituales para ensayar el valor
Por último, el coraje se práctica en pequeño. La terapia de exposición gradual de Joseph Wolpe (1958) muestra que acercarse en escalas al estímulo temido deshace la parálisis; cada micro-riesgo reescribe el cuerpo. Útiles son tres rituales: 1) Ensayos de 90 segundos: respirar 4-6, nombrar el miedo y dar un paso mínimo (enviar un correo, mostrar un borrador). 2) Cartografía del compás: antes de actuar, definir umbrales de detención y apoyo, como un bailaor que mide el tablao. 3) Diario del duende: anotar a diario qué riesgo pisaste y qué aprendiste. Así, la frase de Lorca deja de ser consigna abstracta y se vuelve método: caminar danzando, permitir que la pasión esculpa y, al mismo tiempo, templar el hielo del miedo con la cadencia de decisiones repetidas.