La esperanza como sendero que se hace al andar
Creado el: 2 de octubre de 2025
No puede decirse que la esperanza exista, ni puede decirse que no exista. Es como los caminos por la tierra. — Lu Xun
Una paradoja productiva
De entrada, la frase niega un veredicto simple: no puede afirmarse que la esperanza exista, ni que no exista. Ese doble filo no es evasión, sino invitación a mirar la esperanza no como cosa, sino como relación y práctica. Tal ambivalencia desarma la pregunta esencialista (“¿qué es?”) y la convierte en una pregunta pragmática (“¿qué hace y cómo ocurre?”). Así, la paradoja deja de ser un callejón sin salida para volverse un marco fértil: la esperanza no reside en un objeto fijo, sino en el movimiento que lo convoca.
El camino que surge del paso
Desde ahí, la metáfora del sendero aclara el punto: el terreno no trae caminos inscritos; se trazan cuando muchos lo transitan. Lu Xun lo formula nítidamente en el “Prefacio” a Grito de llamada (Na Han, 1922): la esperanza es como esas huellas repetidas que, con el tiempo, se vuelven ruta. No es un mapa previo, sino una pauta que emerge de la práctica. Por eso, hablar de esperanza sin andar es como señalar una vereda inexistente en un desierto: el acto de caminar, compartido y sostenido, es lo que la dibuja.
China, crisis y responsabilidad intelectual
A su vez, el contexto biográfico refuerza la metáfora. Lu Xun narra que, siendo estudiante de medicina en Sendai, vio una diapositiva con la ejecución de un compatriota mientras los presentes miraban impasibles; concluyó que la enfermedad era del espíritu colectivo y pasó a la literatura para despertarlo (Prefacio a Na Han, 1922). Ese giro muestra que la esperanza, en tiempos del Movimiento del Cuatro de Mayo (1919), no era consuelo, sino tarea: articular ciencia, crítica y lenguaje para abrir una senda de renovación cultural.
Esperanza como práctica colectiva
De ahí que la esperanza sea menos un sentimiento privado que una acción compartida. Cuando varios cuerpos insisten, el suelo cede y aparece el sendero; cuando actúan aislados, la maleza lo borra. Paulo Freire lo formula en clave pedagógica: la esperanza debe “encarnarse” en práctica transformadora o deriva en espera vacía (Pedagogía de la esperanza, 1992). En sintonía, Hannah Arendt subraya que la acción inaugura mundo común (La condición humana, 1958). Así, el nosotros no adorna la metáfora: es su condición de posibilidad.
Un lente psicológico contemporáneo
Además, la psicología de la esperanza de C. R. Snyder distingue dos componentes: agencia (energía para actuar) y rutas (caminos alternativos hacia la meta). La coincidencia semántica no es casual: sin trazar rutas, la agencia se agota; sin agencia, las rutas quedan como líneas en un papel (Snyder, The Psychology of Hope, 1994). Esta perspectiva actualiza a Lu Xun: la esperanza crece cuando generamos opciones y las probamos iterativamente, ajustando el rumbo según la resistencia del terreno.
Entre utopía y realismo crítico
Con todo, no cualquier “camino” merece perseverancia. Ernst Bloch advierte que la esperanza auténtica es anticipación concreta, no espejismo que adormece (El principio esperanza, 1954–1959). Por eso, la metáfora exige criterio: distinguir sendas que conducen a apertura de aquellas que, aunque muy transitadas, cercan el horizonte. Así, la esperanza se vuelve una ética del tanteo lúcido: avanzar, corregir, y, si es preciso, desandar para no perpetuar atajos que llevan al mismo lugar.
Una escena cotidiana
Finalmente, pensemos en un pueblo tras la lluvia. El camino principal se anega y, durante días, vecinos cruzan por un borde seco; primero es una línea tímida en el barro, luego una franja firme que todos siguen. Nadie “inventó” la ruta de una vez: la esperanza tomó forma en la repetición coordinada. Así ocurre en lo social: proyectos mínimos, sostenidos y compartidos, sedimentan una vía. Cuando la marcha cesa, la vereda desaparece; cuando regresa, reaparece. En ese vaivén, la esperanza vive.