Del resguardo al coraje: una oración valiente
Creado el: 2 de octubre de 2025
Que no ore para ser protegido de los peligros, sino para no temer al enfrentarlos. — Rabindranath Tagore
El giro de la súplica
Para empezar, la frase de Tagore invierte el signo de la súplica: no pedimos menos tormenta, sino más temple. En lugar de solicitar un mundo sin riesgos, la oración dirige la mirada hacia el interior y pide la cualidad que nos permite atravesarlos. Ese desplazamiento de lo externo a lo interno reorienta la fe como disciplina del carácter, no como blindaje mágico. Así, el peligro deja de ser un enemigo a erradicar y se vuelve un ámbito donde practicar la presencia, la lucidez y la acción responsable.
Tagore y su humanismo espiritual
A continuación, conviene situar la idea en su fuente: Gitanjali (1910), poema 36, donde Rabindranath Tagore pide no alivio, sino valentía. Su humanismo espiritual, que le valió el Nobel en 1913, une devoción y autonomía moral: el don divino no anula la agencia, la despierta. En la India de su tiempo, marcada por tensiones políticas y culturales, esta oración propone una libertad interior que habilita el servicio al mundo. No huir, sino permanecer; no esconderse, sino ofrecerse enteramente a la tarea que corresponde.
Ecos filosóficos de la intrepidez
Asimismo, la petición resuena en tradiciones diversas. La Bhagavad Gita 16.1 abre la lista de virtudes con abhayam, la ausencia de miedo, como base de la vida recta. El estoicismo sostiene algo afín: no nos dañan los eventos, sino los juicios que elaboramos sobre ellos (Epicteto, Enquiridión §5). Y Séneca, en De providentia, sugiere que la adversidad forja al sabio. Vistas juntas, estas voces coinciden con Tagore: la fortaleza no elimina el oleaje, enseña a gobernar el timón.
Psicología del miedo y la autoeficacia
Por otra parte, la psicología contemporánea confirma la intuición. La autoeficacia descrita por Albert Bandura (1977) muestra que creer que podemos actuar cambia la respuesta fisiológica y la conducta. La exposición gradual reduce la ansiedad reentrenando al cerebro para reinterpretar señales de amenaza; la regulación prefrontal modula la amígdala cuando hay práctica deliberada. En la misma línea, la inoculación del estrés (Meichenbaum, 1985) prepara con ensayos mentales y microdesafíos. No es temer sin sentir, sino sentir y aún así responder con competencia.
Criterios éticos: valentía, no temeridad
Con todo, no se trata de negar el riesgo ni de glorificar la imprudencia. Aristóteles, en Ética a Nicómaco III, define el coraje como el punto medio entre temeridad y cobardía. Pedir no temer al peligro implica evaluar con rigor cuándo avanzar, cuándo retroceder y cómo proteger a otros. La oración de Tagore no invita a desafiar lo imposible por vanidad, sino a sostener la acción justa cuando la prudencia lo indica y el miedo intenta paralizar.
Prácticas para cultivar el temple
En la práctica, la intrepidez se entrena. La atención plena aplicada al estrés (Kabat-Zinn, 1990) enseña a sentir la ola sin ser arrastrados; la respiración lenta ancla el cuerpo mientras el juicio se aclara. Ante un reto, un pre-mortem estratégico (Gary Klein, 2007) imagina fallos posibles y diseña respuestas, transformando ansiedad en preparación. Sumado a la oración contemplativa y al servicio cotidiano, este conjunto crea un músculo moral: la calma que actúa.
Una escena para recordar
Finalmente, una breve escena ilustra la diferencia. Durante un apagón, una médica de guardia revisa protocolos con su equipo, distribuye tareas y guía a los pacientes con voz serena. No pidió menos urgencias; pidió la claridad para afrontarlas. Cuando vuelve la luz, el miedo no ha sido negado, sino transfigurado en cuidado eficaz. Así, la frase de Tagore cobra carne: no es un talismán contra el riesgo, sino una invitación a convertirlo en servicio y dignidad.