Cómo el conocimiento se convierte en verdadero poder
Creado el: 3 de octubre de 2025
El conocimiento es poder. — Francis Bacon
Bacon y la promesa del empirismo
Cuando Francis Bacon afirma “El conocimiento es poder”, condensa un programa de acción. En Meditationes Sacrae (1597) escribe “ipsa scientia potestas est” y, más tarde, en Novum Organum (1620), propone un método basado en la observación y el experimento. No busca saber por curiosidad, sino para “aliviar la condición humana”, orientando la indagación hacia la utilidad pública. Así, el poder no es dominación arbitraria, sino capacidad para transformar la realidad con pruebas y resultados. Partiendo de esta intuición, el conocimiento requiere estructuras que lo multipliquen. Sin canales, se queda en intuición privada; con instituciones, se vuelve fuerza social.
Imprenta y laboratorio: instituciones del poder
Desde ahí, la imprenta de Gutenberg (c. 1450) convirtió el saber en un bien replicable; ya no dependía del copista ni del palacio. Siglos después, la Royal Society (1660) elevó la verificación colectiva—“Nullius in verba”—a principio operativo. Los experimentos de Robert Boyle viajaban en actas; los Principia de Newton (1687) se convirtieron en fundamento compartido. En conjunto, imprenta y laboratorio hicieron del conocimiento una infraestructura: se almacena, se contrasta y se hereda. Con esa base, el saber dejó de ser patrimonio de élites y empezó a funcionar como palanca de movilidad y de ciudadanía.
Educación y movilidad social
Con el tiempo, la escolarización masiva tradujo la consigna baconiana a biografías concretas. Políticas como el GI Bill en Estados Unidos (1944) ampliaron el acceso universitario a millones, mostrando que la educación redistribuye oportunidades. A su modo, Paulo Freire en Pedagogía del oprimido (1968) defendió la “conciencia crítica” como poder emancipador: aprender no solo transmite datos, habilita participación. De este modo, el conocimiento encarna poder cuando se vuelve competencia y voz. Sin embargo, la misma lógica que empodera puede concentrarse en nuevas plataformas y asimetrías, preparando el terreno para el dilema digital.
La era de los datos y sus asimetrías
En la era digital, los datos son la materia prima del poder. Plataformas que dominan algoritmos acumulan ventajas informacionales; Shoshana Zuboff en The Age of Surveillance Capitalism (2019) describe cómo la captura de conductas se convierte en lucro y control. Las revelaciones de Snowden (2013) mostraron, además, que el Estado también busca esa palanca. Así, el conocimiento ya no es solo saber qué es verdadero, sino quién accede, con qué fines y bajo qué reglas. Para equilibrar el tablero, el acceso debe ir acompañado de derechos, transparencia y alfabetización.
Salud pública: conocimiento que salva vidas
Asimismo, la salud revela el costado más tangible del lema. La vacuna de Jenner (1796) inauguró una tradición preventiva; John Snow, al mapear el brote de cólera de 1854, probó que los datos bien usados cambian decisiones. Más recientemente, las vacunas de ARNm (2020) sintetizaron décadas de investigación para acortar una pandemia. Aquí, el poder del conocimiento se mide en vidas preservadas y en resiliencia social. Pero la misma historia enseña que sin confianza, comunicación y acceso, el mejor hallazgo pierde eficacia, lo que enlaza con la dimensión ética del saber.
Saber/poder: una advertencia foucaultiana
Sin embargo, Michel Foucault recordó que saber y poder coemergen. En Vigilar y castigar (1975) analiza cómo clasificar, medir y observar ordena cuerpos e instituciones; el panóptico es una metáfora del conocimiento que normaliza. No basta, entonces, con producir verdades: hay que vigilar cómo se usan y a quién benefician. Esta advertencia no niega a Bacon; lo perfecciona. El conocimiento es poder, sí, pero requiere contrapesos: rendición de cuentas, pluralidad y límites proporcionales.
Acceso responsable y bienes comunes del saber
Por eso, convertir el conocimiento en poder democrático exige reglas y cultura. Iniciativas como Creative Commons (2001) y Plan S (2018) impulsan el acceso abierto; los datos públicos y la ciencia reproducible refuerzan la confianza. A la vez, la alfabetización mediática y la protección de la privacidad equilibran apertura y derechos. En última instancia, el lema de Bacon se cumple cuando el saber circula con garantías: instituciones que validan, tecnologías que distribuyen y comunidades que entienden. Solo así el conocimiento deja de ser privilegio y se vuelve poder compartido.