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Amar el trabajo como gesto revolucionario cotidiano

Creado el: 4 de octubre de 2025

Ama el trabajo que haces como si fuera el primer acto de una revolución. — bell hooks

El amor como ética política

Para comenzar, la frase de bell hooks invita a entender el amor como motor de transformación y no solo emoción privada. En All About Love (2000), hooks define el amor como "cuidado, compromiso, conocimiento, responsabilidad, respeto y confianza". Al trasladar esa ética al trabajo, la autora sugiere que producir, enseñar o cuidar se vuelve un acto deliberado de libertad. Nombrar el amor en el trabajo no es sentimentalismo: es politizar cómo y para quién trabajamos, y con qué valores. Así, "el primer acto de una revolución" no es un gesto grandilocuente, sino la decisión cotidiana de organizar la labor con dignidad y sentido. Este punto abre la puerta a repensar la relación entre empleo, vocación y justicia.

Trabajo, alienación y sentido

Desde allí, la ética del amor confronta la alienación. Con referencias a Feminist Theory: From Margin to Center (1984) y Where We Stand: Class Matters (2000), hooks muestra cómo el capitalismo patriarcal devalúa labores feminizadas y de clase trabajadora, especialmente de mujeres negras. Amar el trabajo implica rehumanizarlo: pagar justamente, distribuir riesgos y reconocer autoría. También supone rediseñar los procesos para que quienes realizan la tarea tengan voz. En esa medida, el amor no adorna; desnaturaliza la explotación y revela lo que falta para que el trabajo sea digno. Esta claridad enlaza con el ámbito educativo, donde hooks encontró un laboratorio vivo para esa revolución cotidiana.

Aulas que transgreden la opresión

A continuación, Teaching to Transgress: Education as the Practice of Freedom (1994) describe aulas que, alimentadas por el amor, invitan a la presencia plena del estudiantado. Inspirada en Paulo Freire, Pedagogía del oprimido (1970), hooks convierte la clase en una comunidad donde el conocimiento se co-construye. Amar el trabajo docente no es tolerar todo, sino sostener rigor, escucha y riesgo intelectual. Cuando la voz marginada se vuelve centro, el aprendizaje deja de reproducir la jerarquía y comienza a imaginar futuros distintos. Esta pedagogía del amor ilumina otra área crucial: el cuidado y las economías invisibles que sostienen la vida.

El cuidado como trabajo político

Asimismo, hooks subraya que el cuidado, frecuentemente no remunerado, es trabajo político. En Ain’t I a Woman (1981) examina cómo el racismo y el sexismo desvalorizan la labor de las mujeres negras. Reivindicar ese trabajo, y amarlo, desafía esa lógica: nombrarlo, pagarlo, repartirlo. En paralelo, Audre Lorde en The Uses of the Erotic (1978) entiende lo erótico como poder vital que rehúsa la resignación; aplicado al trabajo, ese poder convoca integridad y placer como criterios de justicia. Este reconocimiento prepara el terreno para prácticas concretas que encarnen una ética de amor en la organización cotidiana.

Prácticas de amor en acción

Por ejemplo, cooperativas de trabajo muestran cómo el amor se traduce en estructura: la Corporación Mondragón (fund. 1956) distribuye gobernanza y excedentes entre sus miembros, reforzando pertenencia y responsabilidad. En entornos creativos, procesos de edición con consentimiento informado y atribución clara previenen extractivismo intelectual. En hospitales, rondas interdisciplinares donde cada voz cuenta reducen errores y dignifican cuidados; Atul Gawande, The Checklist Manifesto (2009), ilustra cómo rutinas colaborativas salvan vidas. Estas prácticas, sin embargo, exigen una precaución clave: no confundir amor con sacrificio ilimitado.

Cuidar los límites para no idealizar

Por otra parte, amar el trabajo sin límites deriva en agotamiento. hooks insiste en que la justicia empieza en el propio cuerpo; resonando con Audre Lorde, A Burst of Light (1988): "cuidarme no es autoindulgencia, es autoconservación". Tricia Hersey y The Nap Ministry (2016) han convertido el descanso en protesta contra la cultura de la productividad. Así, el amor revolucionario establece fronteras, redistribuye cargas y garantiza pausas. Con el cuidado de sí asegurado, la energía amorosa puede escalar de lo personal a lo colectivo con mayor eficacia.

De lo íntimo a lo colectivo

Finalmente, del afecto surge organización. El lema "Sí se puede" de Dolores Huerta (1972) condensó una ética de respeto y ternura entre trabajadores agrícolas, transformando desaliento en acción compartida. Cuando equipos adoptan prácticas de justicia restaurativa, presupuestos participativos o transparencia salarial, el amor deja de ser consigna y se vuelve diseño institucional. Volver al inicio, entonces, es ver el trabajo amado como primer acto de revolución: una semilla diaria que, cultivada en comunidad, cambia estructuras y vidas.