La pasión que revela la voz creadora
Creado el: 5 de octubre de 2025

Habla a través de tu obra y deja que la pasión haga visible lo demás — Pablo Neruda
La voz que nace del hacer
Desde el comienzo, el imperativo de Neruda sugiere una ética: no hables sobre tu arte, habla a través de él. La obra no es un comentario, sino el acto mismo de decir; en ella se articulan tono, ritmo y mundo propio. Así, la coherencia no proviene del discurso externo, sino del tejido de decisiones formales que encarnan una visión. Al desplazar la atención del yo que explica al objeto que resuena, la frase nos empuja a confiar en el lenguaje material de la creación. A partir de ahí, surge la pregunta clave: ¿qué fuerza enciende ese lenguaje? Neruda responde al invocar la pasión como motor y lente, pues no se trata de gritar más fuerte, sino de ver mejor. Ese ver intensificado, como veremos, vuelve visible lo que en la rutina permanece velado.
La pasión como lente reveladora
La pasión no añade ruido: enfoca. En Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924), el ardor sensorial convierte lo cotidiano —un bosque, una playa, una mirada— en relieve emocional; lo que antes era fondo pasa a ser figura. Del mismo modo, Canto general (1950) canaliza una pasión histórica para hacer visible la trama de pueblos, minas y selvas, revelando capas de América que la retórica política solía ocultar. Así, la pasión nerudiana opera como un claroscuro: ilumina intensamente y, por contraste, organiza las sombras. Este mecanismo nos conduce a un patrón más amplio: cuando la emoción es guía, los materiales del mundo se reordenan y adquieren sentido. Con esa pista, conviene mirar cómo otras tradiciones han entendido esta “luz interior”.
Ecos en otras tradiciones
Rainer Maria Rilke exhorta en Cartas a un joven poeta (1903–1908) a crear desde la necesidad interna; esa urgencia, afín a la pasión nerudiana, hace que la obra hable por sí sola. En otra orilla, Kandinsky, en De lo espiritual en el arte (1911), describe la “necesidad interior” como principio formal: no es adorno, es la fuente de estructuras que vibran. Y, en el ámbito hispano, Octavio Paz afirma en El arco y la lira (1956) que el poema revela ser; la emoción ordena el tiempo y la experiencia para que el decir acontezca. Estas convergencias sugieren que pasión y forma no se oponen. Más bien, la pasión funda la forma que la sostiene. Con este marco, es pertinente revisar qué nos dice la psicología contemporánea sobre ese encendido foco atencional al crear.
Lo que dice la psicología del crear
Mihaly Csikszentmihalyi describió el “flujo” como una atención absorbida que integra desafío y habilidad (Flow, 1990). En ese estado, la conciencia filtra lo irrelevante y resalta patrones útiles: la pasión, entonces, no dispersa, organiza. Teresa M. Amabile mostró que la motivación intrínseca favorece la originalidad y la persistencia (1996), reforzando la intuición de que el impulso afectivo afina la percepción y el juicio estético. Leído a la luz de Neruda, el flujo es el canal por donde la pasión vuelve visible “lo demás”: detalles, conexiones y ritmos que, sin esa energía, pasarían inadvertidos. Con todo, la ciencia también subraya un límite: la intensidad necesita contención para no saturar. De ahí la importancia del oficio, al que pasamos ahora.
Oficio y ardor: la tensión fecunda
La pasión pide cauce, y el oficio lo provee. En Cien sonetos de amor (1959), la forma cerrada no domestica el sentimiento: lo concentra, como un dique que genera potencia. La métrica, la imagen y la pausa no son frenos, sino instrumentos para que la emoción se haga legible. Así, la obra habla con claridad porque ha aprendido a modular su voz. Esta alianza entre fervor y técnica evita dos riesgos: la frialdad del virtuosismo vacío y la dispersión del arrebato sin forma. Desde ese equilibrio, la obra puede salir al encuentro del lector, que no es un destinatario pasivo, sino un coautor del sentido.
El lector como espejo encendido
Cuando la obra habla, convoca una escucha activa. Susan Sontag, en Against Interpretation (1964), propone “recuperar los sentidos”: antes que explicar, experimentar. En ese encuentro, la pasión del creador enciende la del lector, y lo invisible —un matiz, una grieta, una correspondencia— se vuelve perceptible. La visibilidad es, entonces, un fenómeno relacional. Por eso, el mandato de Neruda no termina en el taller; se cumple en la lectura, la sala de concierto o el museo. Allí, la claridad no proviene de notas al pie, sino de la intensidad compartida que hace vibrar la forma. Con este telón de fondo, vale cerrar con pautas prácticas.
Pasos concretos para crear desde la pasión
Primero, comienza por el hacer: un ritual breve y constante vence la inercia. Después, elige un cauce: límites autoimpuestos —una forma, una paleta, un compás— enfocan la energía. Tercero, busca la experiencia antes que la explicación: escribe, pinta o compón hasta “sentir” la dirección y solo entonces edita. En cuarto lugar, muestra la obra en estado intermedio: la mirada ajena revela puntos ciegos que tu pasión no detecta. Finalmente, termina: la conclusión también es una forma de claridad. A modo de ejemplo, Gabriel García Márquez contó que se encerró con disciplina para finalizar Cien años de soledad (1967), dejando que la intensidad de Macondo ordenara su rutina. Del mismo modo, dejar que la pasión ilumine y que el oficio la contenga es, en esencia, obedecer a Neruda: que la obra hable y haga visible lo demás.