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Cuidar para que la audacia florezca

Creado el: 5 de octubre de 2025

Crea espacios de cuidado donde la audacia crezca y florezca. — bell hooks
Crea espacios de cuidado donde la audacia crezca y florezca. — bell hooks

Crea espacios de cuidado donde la audacia crezca y florezca. — bell hooks

Del cuidado como suelo fértil

Para empezar, la máxima de bell hooks condensa un proyecto ético y político: el cuidado no es un adorno, es el suelo donde germina la valentía. En All About Love (2000), hooks describe el amor como una voluntad de nutrir el crecimiento; y en Teaching to Transgress (1994) defiende aulas donde la vulnerabilidad sea posible. Allí, la audacia deja de ser un salto al vacío para convertirse en un paso sostenido. Así, el cuidado no suaviza la crítica ni diluye el conflicto: le da contención. Igual que una maceta que permite a la planta enraizar antes de buscar el sol, las relaciones de apoyo crean condiciones para arriesgar con sentido.

Pedagogías que sostienen el riesgo

A partir de ahí, la audacia florece cuando existe seguridad psicológica: la creencia compartida de que no seremos ridiculizados por hablar o equivocarnos. Amy Edmondson (Administrative Science Quarterly, 1999) mostró que equipos con esa base aprenden más y se atreven a innovar. Hooks lo tradujo a la práctica docente: una pedagogía comprometida que escucha, nombra el poder y celebra el ensayo. Un ejemplo breve: una profesora inicia cada clase con un check-in y acuerdos de cuidado. En ese marco, una estudiante convirtió el programa en un fanzine crítico; se atrevió porque sabía que el error sería leído como aprendizaje. El cuidado se volvió combustible del riesgo.

Comunidad y valentía cotidiana

De la escuela pasamos al barrio. Las redes de apoyo mutuo no solo alivian carencias: habilitan coraje. Kropotkin, en Mutual Aid (1902), ya observaba que la cooperación aumenta la capacidad de sobrevivir y crear. Audre Lorde, en A Burst of Light (1988), lo politizó: cuidarse es preservación, un acto de guerra frente a estructuras que desgastan. Un barrio organiza un chat de cuidado: acompañamientos nocturnos, mapas de luces averiadas, pastillas de auxilio emocional. Con ese sostén, varias mujeres retoman rutas antes evitadas. La osadía de volver a ocupar la calle brota del terreno común del cuidado.

Diseño de espacios inclusivos

Para que el cuidado sea tangible, el espacio debe hablar. La inclusión se diseña: accesos claros, tiempos con pausas, pronombres y nombres respetados, expectativas transparentes y feedback amable. En Trauma and Recovery (1992), Judith Herman subraya que la seguridad y la previsibilidad restauran agencia; lo mismo ocurre en equipos creativos. Pequeños gestos encadenan grandes cambios: círculos en vez de filas para vernos, rituales de apertura y cierre, turnos de cuidado rotativos, acuerdos para redistribuir la palabra y canales discretos para pedir ayuda. Cuando el diseño acoge, la imaginación se anima a probar.

Poder y límites: cuidar sin domesticar

Sin embargo, cuidar no significa domesticar la disidencia. Sara Ahmed, en Living a Feminist Life (2017), recuerda que la comodidad suele proteger al poder. Por eso, el cuidado requiere límites y rendición de cuentas: el conflicto se aborda para reparar, no para expulsar sin más. La justicia restaurativa ofrece un marco útil: Howard Zehr, en Changing Lenses (1990), propone procesos que nombran el daño, escuchan necesidades y acuerdan reparaciones. En una comunidad artística, tras una agresión verbal, un círculo facilitado permitió que la persona asumiera el impacto y se comprometiera a prácticas concretas de cambio. El cuidado, así, custodió tanto la dignidad como la audacia de seguir creando juntos.

Medir lo invisible: señales de florecimiento

Para no quedarnos en lo retórico, conviene observar marcadores. Indicadores de seguridad psicológica (Edmondson, 1999), diversidad de voces en reuniones, frecuencia de ideas experimentales y tasa de iteración son señales de un ecosistema que cuida. Teresa Amabile, en The Progress Principle (2011), muestra que los pequeños avances diarios alimentan la creatividad y la perseverancia. Si aumenta la participación de quienes antes callaban, si se normalizan los prototipos y el aprendizaje público de errores, el cuidado está haciendo su trabajo: convertir la incertidumbre en campo de juego y no en amenaza.

De la semilla al bosque: continuidad

Finalmente, si la audacia es una flor, la constancia es su clima. Adrienne Maree Brown, en Emergent Strategy (2017), habla de patrones pequeños que, repetidos, transforman sistemas. Lo mismo ocurre con el cuidado: check-ins regulares, descansos reales, celebraciones de riesgo bien intencionado y memoria de acuerdos. Cuando sostenemos estas prácticas, la audacia deja de ser gesto puntual para volverse hábito colectivo. Crear espacios de cuidado, entonces, no es una tarea previa a la valentía: es la forma concreta en que la valentía aprende a quedarse.