Preguntas como herramientas para crear nuevos mundos
Creado el: 6 de octubre de 2025

Trata las preguntas como herramientas; deja que te ayuden a construir nuevos mundos — Carl Sagan
De herramienta a horizonte
Para empezar, Sagan nos invita a tratar las preguntas como palancas: artefactos simples que, bien colocados, mueven montañas conceptuales. En Cosmos (1980) y El mundo y sus demonios (1995), muestra cómo el “¿por qué?” desarma supersticiones y, a la vez, abre planos de construcción para futuros posibles. Así, la pregunta no es un ornamento retórico: es una tecnología mental que perfora lo obvio, ensancha el mapa de lo pensable y convierte la curiosidad en arquitectura. Con esta base, podemos seguir el rastro histórico de cómo preguntar ha sido, una y otra vez, el motor de mundos nuevos.
Genealogía socrática
Desde esa raíz, el método socrático convirtió el diálogo en taller. La República de Platón (c. 375 a. C.) muestra cómo la repregunta desmonta supuestos y rehace conceptos, como si cada respuesta fuese un andamio provisional. Siglos después, el Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo de Galileo (1632) giró en torno a un “¿y si…?” que desplazó el centro del cosmos y, con él, el del poder epistémico. La continuidad es clara: preguntar no solo busca verdades; redistribuye autoridad, legitima la duda y, por tanto, libera nuevas formas de mirar. Sobre esa tradición, la ciencia moderna elevó la curiosidad a método.
Ciencia movida por el asombro
A continuación, la historia científica confirma que el asombro operativizado crea teorías. El Origen de las especies (1859) de Darwin nace de preguntas sobre variación y adaptación que transformaron la biología en un relato evolutivo. De modo afín, Marie Curie interrogó la misteriosa emisión del uranio y, en 1898, junto con Pierre Curie, aisló polonio y radio, inaugurando un mundo atómico antes impensado. Estas preguntas no eran caprichos: se diseñaron para ser refutables y fértiles. Así, la curiosidad, disciplinada por el experimento, produce descubrimientos con capacidad de reorganizar prácticas, lenguajes y tecnologías. El puente hacia la innovación es directo.
Innovación por diseño
En este sentido, el diseño convierte la pregunta en prototipo. La d.school de Stanford popularizó el “¿Cómo podríamos…?” para replantear problemas desde la empatía y generar soluciones testables. Del mismo modo, The Innovator’s Dilemma de Clayton M. Christensen (1997) mostró que reformular “¿para quién es esto?” desbloquea mercados ignorados. Cuando las preguntas se vuelven iterativas—del “¿qué duele?” al “¿qué es suficiente?”—surgen productos, servicios y experiencias que reconfiguran hábitos cotidianos. Así, la innovación no empieza con respuestas brillantes, sino con interrogantes bien encuadrados que acotan, provocan y guían el aprendizaje hacia impacto real.
Pedagogías que preguntan
Asimismo, educar para preguntar construye ciudadanía crítica. María Montessori convirtió la curiosidad infantil en itinerario autoguiado, donde el entorno responde a manos que indagan. En paralelo, la pedagogía dialógica de Paulo Freire, en Pedagogía del oprimido (1968), reemplazó la enseñanza bancaria por el problema colectivo: “¿qué realidad queremos transformar y cómo?”. Estas prácticas enlazan conocimiento con acción y ética, pues cada pregunta sitúa al aprendiz como autor de sentido. Al entrenar la repregunta—“¿qué evidencia falta?”, “¿quién queda fuera?”—la escuela deja de ser depósito de respuestas y deviene laboratorio social. De ahí emerge la cuestión moral.
La brújula ética
Por otro lado, preguntar también limita. En Asilomar (1975), científicos debatieron la recombinación de ADN con un “¿debemos?” que pausó experimentos y diseñó salvaguardas; décadas después, CRISPR (Doudna y Charpentier, 2012) reavivó ese balance entre posibilidad y prudencia. Las preguntas éticas actúan como nivel y escuadra: alinean la obra con valores compartidos, anticipan riesgos y cuidan lo común. Sin esta brújula, la creatividad se vuelve ciega; con ella, el futuro es negociado, no impuesto. Esta tensión responsable se explora también en la imaginación narrativa, donde ensayamos consecuencias antes de vivirlas.
Ficción como prototipo del futuro
De manera afín, la ficción especulativa pregunta para construir mundos y, al hacerlo, nos entrena. Ursula K. Le Guin, en The Left Hand of Darkness (1969), ensaya “¿y si el género fuese fluido?” y reconfigura instituciones, afectos y lenguaje. Borges, en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” (1940), muestra cómo un sistema de preguntas y definiciones puede invadir la realidad. Incluso Sagan, en Contact (1985), convierte el “¿estamos solos?” en puente entre ciencia y trascendencia. Tales relatos funcionan como simuladores éticos y sociales: prototipos narrativos que permiten fallar sin daño y aprender a mejor preguntar.
Técnicas para afilar preguntas
Llegados aquí, conviene volver práctico el arte de preguntar. Las “5 porqués” de Toyota (Sakichi Toyoda) profundizan causas hasta el núcleo accionable. El cuestionamiento socrático encadena clarificación, evidencia, contraejemplos y consecuencias para destilar suposiciones. La técnica Feynman propone enseñar el concepto con palabras simples para revelar huecos: cada tropiezo es una nueva pregunta. Finalmente, alternar “¿qué?” (mapear), “¿por qué?” (explicar) y “¿y si…?” (imaginar) crea ciclos de exploración, explicación y diseño. Con estas herramientas, las preguntas dejan de ser abstractas y se vuelven planos de obra.
Del signo de interrogación al mapa
En suma, tratar las preguntas como herramientas transforma la curiosidad en ingeniería del sentido. Desde Sócrates hasta Sagan, vemos que cada buen interrogante abre un taller: reubica certezas, multiplica opciones y enmarca responsabilidades. Si aprendemos a forjarlas, probarlas y revisarlas, los “nuevos mundos” dejan de ser metáfora y pasan a ser proyecto compartido. Así, cada pregunta se vuelve un trazo en el mapa: una invitación a avanzar con rigor, imaginación y cuidado.