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Elegir la felicidad: responsabilidad emocional cotidiana

Creado el: 6 de octubre de 2025

Soy responsable de cómo me siento y hoy elijo la felicidad. — Louise L. Hay
Soy responsable de cómo me siento y hoy elijo la felicidad. — Louise L. Hay

Soy responsable de cómo me siento y hoy elijo la felicidad. — Louise L. Hay

La autonomía de la emoción

Para empezar, la frase de Louise L. Hay sugiere una clave práctica: no siempre controlamos lo que ocurre, pero sí la postura desde la cual lo vivimos. En You Can Heal Your Life (1984), Hay insiste en que elegir pensamientos y palabras crea un clima emocional. Asumir responsabilidad no niega el dolor; más bien recupera agencia. Piénsese en quien, tras un error en el trabajo, decide llamar para disculparse y proponer una solución: no cambia el pasado, pero elige una respuesta que alivia y orienta al aprendizaje.

Puentes con la psicología positiva

A continuación, la psicología positiva sostiene que la felicidad es, en parte, una práctica deliberada. Martin Seligman en Authentic Happiness (2002) y Flourish (2011) describe pilares como emoción positiva, compromiso, relaciones, sentido y logros (PERMA). Elegir la felicidad se traduce en microacciones: llevar un diario de gratitud, realizar actos de bondad o dedicar tiempo a fortalezas personales. Cuando incorporamos estos hábitos, no forzamos sonrisas; más bien cultivamos condiciones que, de forma acumulativa, favorecen estados de ánimo más luminosos.

Lección estoica sobre lo controlable

Por otra parte, los estoicos ofrecen una brújula para días difíciles. Epicteto, en el Enquiridión (c. siglo I), distingue entre lo que depende de nosotros y lo que no. Si el tren se retrasa, no controlamos el horario, pero sí la respiración, la llamada para avisar y la historia que nos contamos. Esa separación libera energía para la acción y se alinea con Hay: la responsabilidad afectiva comienza donde empieza nuestra elección.

Reencuadre cognitivo y práctica diaria

Asimismo, la terapia cognitiva de Aaron T. Beck muestra que los pensamientos automáticos moldean emociones y conductas. Cognitive Therapy of Depression (1979) documenta cómo el reencuadre —pasar de “siempre fracaso” a “esta vez aprendí X y ajustaré Y”— reduce tristeza y aumenta eficacia. Pequeños rituales ayudan: tres respiraciones al despertar, una intención concreta (“hoy quiero escuchar con atención”) y un plan si aparece la rumiación. Elegir la felicidad, así, se vuelve un conjunto de elecciones mínimas repetidas.

Neurociencia de la autorregulación

Además, la neurociencia respalda este entrenamiento. Ochsner y Gross (2005) muestran que, al reencuadrar, la corteza prefrontal regula la respuesta de la amígdala, modulando la emoción. Con práctica, la neuroplasticidad refuerza estas rutas; la atención plena de Jon Kabat-Zinn en Full Catastrophe Living (1990) ilustra cómo la observación compasiva reduce reactividad. Elegir la felicidad no es negar señales del cuerpo, sino dirigirlas: notar la tensión, nombrarla y orientar la conducta hacia lo valioso.

Propósito y resiliencia en la adversidad

Finalmente, el propósito otorga una base más honda a la elección. Viktor E. Frankl, en El hombre en busca de sentido (1946), relata que incluso en condiciones extremas subsiste “la última de las libertades humanas: elegir la actitud”. No trivializa el sufrimiento; lo dignifica con dirección. Por eso, elegir la felicidad es renovar cada día un compromiso: alinear acciones con sentido, pedir apoyo cuando haga falta y diseñar contextos que lo faciliten —por ejemplo, limitar notificaciones o reservar tiempo para vínculos—. Así, responsabilidad y alegría se sostienen mutuamente.