Site logo

El poder transformador de un solo acto

Creado el: 6 de octubre de 2025

Solo soy uno, pero aun así soy uno. No puedo hacerlo todo, pero puedo hacer algo. — Edward Everett H
Solo soy uno, pero aun así soy uno. No puedo hacerlo todo, pero puedo hacer algo. — Edward Everett Hale

Solo soy uno, pero aun así soy uno. No puedo hacerlo todo, pero puedo hacer algo. — Edward Everett Hale

El llamado a la responsabilidad personal

La sentencia de Hale convierte la aparente pequeñez en un mandato ético: si bien somos solo uno, seguimos siendo responsables de la fracción del mundo que toca nuestras manos. Esta idea se enlaza con el estoicismo, donde Epicteto, en su Manual (c. 125 d. C.), distingue lo que depende de nosotros de lo que no. Al aceptar ese límite, la impotencia se reduce: no puedo hacerlo todo, pero puedo responder por algo concreto. Así, la identidad individual deja de ser excusa y se vuelve punto de apoyo.

De la impotencia a la autoeficacia

Desde esta base, la psicología muestra cómo el sentido de capacidad nace de experiencias de dominio. Albert Bandura (1977) llamó autoeficacia a la creencia en la propia aptitud para lograr resultados; se fortalece con metas alcanzables y retroalimentación inmediata. De modo convergente, Karl E. Weick (1984) defendió los small wins: avances deliberadamente modestos que abren paso a victorias mayores. Cuando el objetivo se reduce a la próxima acción verificable —hacer una llamada, enviar un correo, plantar un árbol— disminuye la ansiedad y aumenta la persistencia. Así, el «puedo hacer algo» se convierte en una ruta practicable, no en un eslogan.

Un individuo que desata cambios

Esta tesis se vuelve tangible en historias conocidas. Rosa Parks, al negarse a ceder su asiento en Montgomery (1955), catalizó un boicot que duró 381 días y reconfiguró la lucha por los derechos civiles en EE. UU.; su gesto fue uno, pero cambió el marco moral de una ciudad. A otra escala, Wangari Maathai fundó el Green Belt Movement (1977) y, comenzando con plantaciones comunitarias, impulsó a millones de árboles y a miles de mujeres kenianas hacia la autonomía. En ambos casos, el primer paso fue limitado en alcance, aunque ilimitado en consecuencias. La acción inicial convocó aliados, atrajo recursos y definió un relato compartido.

El efecto contagio de un gesto

Ahora bien, el poder del «uno» se amplifica por dinámica social. Mark Granovetter (1978) mostró que las personas actúan cuando perciben que suficientes otros ya lo han hecho: pequeños disparos iniciales superan umbrales y desencadenan cascadas. A su vez, Nicholas Christakis y James Fowler, en Connected (2009), documentaron cómo conductas y emociones se propagan en redes hasta tres grados. El Ice Bucket Challenge (2014) lo ilustra: unos videos domésticos se transformaron en una campaña global que recaudó más de 100 millones de dólares para la ELA. Un acto visible no solo resuelve algo; también invita a copiarlo, y esa imitación multiplica el efecto.

Ética de la proximidad y el deber posible

Con todo, la brújula del «algo» se afina al mirar de cerca. Emmanuel Levinas, en Totalidad e infinito (1961), sostiene que el rostro del otro nos impele a responder aquí y ahora. En la misma línea, Peter Singer, en Famine, Affluence, and Morality (1972), plantea el experimento del niño que se ahoga: si está a nuestro alcance, la obligación es inequívoca. De ahí se sigue que nuestra parte comienza por el prójimo más cercano y por los problemas donde poseemos competencia. Elegir un ámbito de responsabilidad concreta —un vecino, una escuela, un cauce local— no limita la ética: la hace operativa.

Cómo convertir el «algo» en hábito

Finalmente, traducir el «algo» en constancia exige diseño. Las intenciones de implementación —si X, entonces haré Y— probadas por Peter Gollwitzer (1999) aumentan la probabilidad de actuar en el momento clave. BJ Fogg, en Tiny Habits (2019), sugiere anclar microacciones a rutinas existentes: después de preparar café, llamaré a un voluntario; al cerrar el correo, donaré 5 euros. Además, proteger límites evita el agotamiento que Herbert Freudenberger (1974) describió como burnout; decir no preserva la energía para el sí que importa. Cuando estas prácticas se combinan, lo pequeño se vuelve sostenible y, con el tiempo, significativo.