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No volver a ayer: identidad, tiempo y cambio

Creado el: 7 de octubre de 2025

No puedo volver a ayer — entonces era otra persona. — Lewis Carroll

Identidad en movimiento

La frase de Carroll condensa una intuición poderosa: no es posible regresar a una versión anterior de nosotros porque, al vivir, nos hemos convertido en otra persona. El “ayer” no es solo una fecha; es una configuración distinta de valores, recuerdos y hábitos. Así, la imposibilidad no es geográfica sino ontológica: el yo se transforma continuamente. Este giro desplaza la nostalgia hacia la responsabilidad presente, pues si ya no somos quienes fuimos, también podemos dejar de ser quienes no queremos ser.

El tiempo como experiencia

Sobre esa base, el tiempo deja de ser un simple reloj para volverse experiencia. Agustín de Hipona reflexiona en Confesiones, libro XI, que el pasado existe como memoria, el futuro como expectativa y el presente como atención. Volver a “ayer”, entonces, es reconstruirlo, no recuperarlo. Asimismo, Henri Bergson, en Materia y memoria (1896), describe la duración como flujo cualitativo, no suma de instantes. De ahí que el yo de hoy, al recordar, reinterpreta y, por tanto, modifica lo recordado. No viajamos al pasado: lo reconfiguramos desde el presente que ya nos cambió.

Alicia y la metamorfosis

En el universo de Carroll, esta idea se vuelve fábula corporal: Alicia cambia de tamaño tras beber del frasco “Bébeme” y comer el pastel “Cómeme”. En Consejos de una oruga (cap. 5), la propia Alicia vacila: “Apenas sé, señora, quién soy yo en este momento”. Más adelante, en Alicia en el País de las Maravillas (1865), cap. 10, declara: “No puedo volver a ayer; entonces era otra persona”. Así, el cambio físico satiriza la metamorfosis psicológica: perderse y encontrarse son fases de un mismo proceso. El cuento convierte la confusión en pedagogía: conocer el mundo exige aceptar que también nos des-conoce y nos rehace.

Ecos filosóficos del devenir

Por otra parte, la sentencia dialoga con tradiciones filosóficas del cambio. Heráclito lo formula con su río: “No puedes entrar dos veces en el mismo río” (fragmento B12, DK), porque ni el río ni tú sois iguales. En paralelo, la doctrina budista del no-yo (anatta) señala que no hay un núcleo fijo, sino procesos condicionados que surgen y cesan; el apego a una identidad rígida produce sufrimiento. Así, Carroll, Heráclito y el budismo convergen: habitar el tiempo implica habitar el cambio. Resistirse es intentar congelar el agua; aceptarlo es aprender a nadar.

El yo narrativo

Asimismo, la psicología contemporánea lo refrenda. William James, en The Principles of Psychology (1890), habla de la corriente de la conciencia: un flujo continuo que nunca se repite. Paul Ricoeur, en Sí mismo como otro (1990), distingue entre mismidad (lo estable) e ipseidad (la promesa de continuidad a través del cambio) y propone que el yo se cuenta a sí mismo para mantenerse en el tiempo. La identidad, entonces, no es una roca sino un relato en curso. Decir “era otra persona” reconoce que el capítulo de ayer ya fue escrito; hoy toca escribir el siguiente con la coherencia que da la memoria y la apertura que exige el porvenir.

Vivir sin regresar

Finalmente, la frase invita a una ética del presente. La mentalidad de crecimiento de Carol Dweck (Mindset, 2006) sugiere valorar el aprendizaje sobre la perfección: si ya cambiamos, podemos seguir cambiando mejor. En la práctica, esto implica decisiones con la información de hoy, rituales de cierre (diarios, retrospectivas) para integrar lo vivido y humildad para revisar convicciones. No se trata de renunciar al pasado, sino de honrarlo al no replicarlo. Volver a ayer es tentador por su certeza; avanzar es valiente por su incertidumbre. Y, como le ocurre a Alicia, el camino se despeja paso a paso, a medida que nos convertimos en quien lo recorre.