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Comenzar hoy y trazar caminos sin mapas

Creado el: 8 de octubre de 2025

Parte de tu presente y traza un camino que ningún mapa podría mostrar — Søren Kierkegaard

El presente como punto de partida

Kierkegaard invita a empezar donde realmente estamos: en el ahora concreto, con sus límites y sus posibilidades. Sus Diarios (1843) lo condensan en una fórmula lúcida: “La vida solo puede ser comprendida hacia atrás; pero ha de vivirse hacia adelante”. Partir del presente no es resignarse, sino reconocer que la situación es el material de nuestra tarea. En lugar de esperar la orientación perfecta, asumimos la responsabilidad de un primer paso. Desde esa base, la pregunta deja de ser “¿qué mapa me falta?” y pasa a ser “¿qué paso puedo dar hoy con honestidad?”. Así nace el trazo inicial de un camino no prefigurado.

La verdad como subjetividad

A partir de allí, Kierkegaard sostiene que el sentido no proviene de un plano externo, sino de la apropiación interior de la verdad. En el Postscriptum no científico concluyente (1846) afirma que “la subjetividad es la verdad”: importa cómo existes en esa verdad, no un catálogo de datos objetivos. Un mapa describe, pero no decide por ti; es neutral, mientras que vivir exige implicación. Por eso, ningún mapa puede mostrar tu ruta singular. En cambio, la interioridad, trabajada con honestidad, convierte convicciones en dirección vital. Esta orientación íntima, sin embargo, tiene un costo emocional: nos enfrenta a la intemperie de la libertad.

Angustia: el vértigo de la libertad

En El concepto de la angustia (1844), Kierkegaard explica que la angustia es el vértigo ante lo posible: al borde del salto, la libertad aturde. Lejos de ser solo patología, señala que hay alternativas reales y que, por tanto, somos responsables. Si un mapa cerrara la incertidumbre, también clausuraría la posibilidad. Aceptar la angustia como compañera transforma el miedo en alerta lúcida: en lugar de huir, escuchamos qué nos pide el presente. Así, la emoción se vuelve brújula para distinguir lo que es simple tentación de lo que es llamado auténtico, preparando el terreno para decidir.

Elegir crea el sendero

Por eso, en O lo uno o lo otro (1843) la elección no se trata de escoger una etiqueta, sino de constituirse a través de un compromiso. La vida estética aplaza; la vida ética asume. Elegir es renunciar y, al mismo tiempo, vincular pasado y porvenir en un acto que te define. El camino no preexiste: aparece cuando decides y sostienes tu decisión en el tiempo. Así, lo que ningún mapa muestra se vuelve visible a cada paso dado con coherencia. De este modo, la libertad se concreta en forma de hábitos, promesas y responsabilidades encarnadas.

El salto de fe y lo inenarrable

En Temor y temblor (1843), la figura de Abraham encarna un itinerario imposible de cartografiar: un acto obediente a una llamada singular que no cabe en la ética universal. El “caballero de la fe” camina sin garantías comunicables, sosteniéndose en una relación absoluta con lo absoluto. Este salto no es irracionalidad caprichosa, sino confianza que excede el cálculo. Allí, el mapa fracasa porque la justificación plena llega después —si llega—, y la travesía se valida en la fidelidad del caminar. Así, trazar lo inédito implica convivir con lo inenarrable sin ceder al cinismo ni a la desesperación.

Devenir uno mismo, a diario

Finalmente, La repetición (1843) y La enfermedad mortal (1849) muestran que el camino se renueva en lo ordinario: repetición no es rutina vacía, sino recreación fiel del sentido. La desesperación surge cuando rehúso ser quien estoy llamado a ser; el trabajo es apropiarme de mí mismo cada día. Pequeñas prácticas ayudan: un diario de decisiones y motivos, promesas discretas sostenidas en el tiempo, espacios de silencio para escuchar la interioridad. Así, comenzar en el presente y avanzar sin mapa deja de ser consigna abstracta: el sendero aparece bajo los pies, paso a paso, mientras la vida se vive hacia adelante.