Diferencias como motor para abrir caminos compartidos
Creado el: 9 de octubre de 2025
Utiliza tus diferencias como combustible; abre un camino que otros puedan seguir. — Audre Lorde
Del margen a la fuerza
Para empezar, la frase de Audre Lorde convierte la diferencia en energía: no como defecto que esconder, sino como combustible que impulsa iniciativa y dirección. En su lógica, la singularidad personal no se agota en la autoafirmación; se traduce en trazo de camino, es decir, en un gesto colectivo. Así, el foco se desplaza del “encajar” al “construir” espacios donde otros puedan caminar con menor fricción. Esta inversión de mirada inaugura una ética de responsabilidad: si mi diferencia me abre una vía, mi tarea es mantenerla transitable para las próximas personas. Con ese giro, pasamos de la identidad como destino a la identidad como método.
Autodefinición y herramientas propias
A partir de ahí, Lorde insistió en la autodefinición como herramienta propia. En “The Master’s Tools Will Never Dismantle the Master’s House” (1979) advierte que los instrumentos de los sistemas dominantes solo reparan lo existente; por eso propone forjar herramientas desde la experiencia situada. Y en “Uses of the Erotic” (1978), incluido luego en Sister Outsider (1984), nombra el “erótico” como fuente de conocimiento y poder que orienta la acción. Cuando la diferencia se nombra por sí misma, se vuelve criterio de diseño: orienta qué problemas priorizar, cómo organizarnos y qué riesgos aceptar. Esta claridad, a su vez, prepara el terreno para pensar la interseccionalidad como brújula práctica y no como etiqueta.
Interseccionalidad como brújula
En consecuencia, la interseccionalidad ofrece dirección y foco. Kimberlé Crenshaw, en “Demarginalizing the Intersection of Race and Sex” (1989), mostró cómo las opresiones se entrecruzan, invisibilizando a quienes viven en varios márgenes a la vez. Usada como brújula, esta mirada ayuda a identificar cuellos de botella reales —los puntos donde una solución abre múltiples accesos— y evita reproducir exclusiones al “universalizar” una experiencia parcial. De este modo, abrir camino significa construir infraestructuras de acceso que funcionen para la complejidad humana. Con esa perspectiva en mano, el liderazgo deja de ser carisma individual y se vuelve práctica de ingeniería social: diseñar rutas, señalética y acompañamiento.
Hacer camino: liderazgo que abre puertas
Por eso, hacer camino es más que “llegar primero”: es documentar, estandarizar y compartir. Un liderazgo que abre puertas crea manuales, mentorías y redes de cuidado; deja huellas replicables, no solo hazañas. En términos operativos, implica traducir aprendizajes en procesos: guías de onboarding inclusivo, protocolos de seguridad, plantillas de comunicación accesible, licencias abiertas. Además, medir y ajustar —iterar— para que el sendero no dependa de una sola persona. Esta vocación de transferencia conecta con ejemplos históricos donde la diferencia no solo desafió normas, sino que fabricó dispositivos concretos de acceso.
Ejemplos que iluminan la ruta
Así, Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera fundaron STAR (1970) para alojar a jóvenes trans y queer, transformando su marginación en refugio y organización; ese gesto, surgido en los márgenes del pos-Stonewall, dejó un modelo de cuidado mutuo. De manera análoga, el movimiento Deaf President Now en Gallaudet (1988) demostró que el acceso dirigido por personas sordas produce mejores soluciones para todos. Y el denominado “efecto curb-cut” —las rampas creadas por y para personas con discapacidad— evidencia cómo una adaptación particular beneficia al conjunto (carritos, bicis, maletas). Estos casos muestran que el combustible de la diferencia se vuelve infraestructura cuando se piensa en quién vendrá detrás. Desde ahí, surge otra condición: la sostenibilidad del esfuerzo.
Cuidado como estrategia de permanencia
Asimismo, Lorde advirtió que el cuidado propio es estrategia política: “cuidarme a mí misma no es autoindulgencia, es autopreservación, y eso es un acto de guerra política” (A Burst of Light, 1988). Convertir la diferencia en camino exige ritmos sostenibles: descansos, distribución de cargas, presupuestos para bienestar, formación antidesgaste. Sin esta base, los atajos del heroísmo individual se derrumban y el sendero se cierra. Por eso, el camino que otros puedan seguir se diseña con protocolos de relevo, archivos vivos y liderazgo compartido. Con esa infraestructura de cuidado, es posible escalar del yo al nosotros.
Del gesto individual al estándar colectivo
Finalmente, abrir un camino legible requiere institucionalizar aprendizajes sin fosilizarlos. Políticas claras, métricas de acceso y retroalimentación continua convierten la experiencia situada en estándar dinámico. Cuando se crean “playbooks” públicos, licencias de uso y comunidades de práctica, la senda permanece y se multiplica. Como demuestra el efecto de las rampas, un buen acceso desencadena beneficios colaterales; del mismo modo, un proceso inclusivo produce innovación transversal. Así cerramos el círculo de la frase de Lorde: la diferencia alimenta el impulso, el impulso fabrica la ruta, y la ruta convierte la experiencia individual en herencia colectiva.