Silenciar el miedo, escuchar la guía del valor
Creado el: 11 de octubre de 2025

Acalla el ruido del miedo y escucha las suaves indicaciones del valor. — Thich Nhat Hanh
Del ruido al susurro
Al inicio, la frase de Thich Nhat Hanh, maestro zen y activista por la paz, propone un desplazamiento interior: pasar del estruendo del miedo al susurro del valor. En su práctica, la mente no se conquista, se acompaña; por eso hablaba de la “campana de la atención plena”, una pausa para respirar y oír lo esencial. En sus enseñanzas, bastaba un gatha sencillo para abrir espacio: “Inspiro, sé que inspiro; expiro, sé que expiro” (La paz está en cada paso, 1991). Al calmar el oleaje, emerge una corriente más honda. Entonces el valor no irrumpe como un grito, sino como una orientación íntima y precisa.
Miedo: guardián mal calibrado
A continuación, entender el miedo ayuda a modular su volumen. Evolutivamente, es una alarma útil; sin embargo, la amígdala puede sobrerreaccionar, amplificando peligros ambiguos (Joseph LeDoux, The Emotional Brain, 1996). El sesgo de negatividad magnifica amenazas y reduce matices, generando una estática mental que nubla la lucidez (Kahneman, Thinking, Fast and Slow, 2011). Diferenciar señal de ruido es crucial: la señal protege; el ruido paraliza. Acallar no significa negar el miedo, sino filtrar su distorsión para recuperar la proporción. Solo así puede oírse la indicación serena que pregunta “¿qué es lo verdaderamente necesario ahora?”
Valor como práctica
Por su parte, el valor no es ausencia de miedo, sino relación sabia con él. Aristóteles lo situó entre la temeridad y la cobardía, como una medida justa que evalúa riesgos y fines (Ética a Nicómaco, Libro III). Thich Nhat Hanh tradujo esa medida en un gesto cotidiano: “cada paso es paz”. En la vida diaria, el valor se parece a una llamada difícil, a poner un límite con respeto o a decir una verdad incómoda en una reunión. Es un movimiento pequeño pero continuo: avanzar un paso, reconectar con la respiración, y avanzar otro, sosteniendo la dirección aunque el miedo aún murmure.
Prácticas que calman
En la práctica, acallar el ruido requiere microhábitos. Tres respiraciones lentas con una exhalación más larga regulan el sistema nervioso; nombrar en voz baja “esto es miedo” reduce la fusión con el relato; orientar la atención a cinco cosas vistas, cuatro sentidas y tres oídas ancla en el presente. Un leve “media sonrisa”, gesto que Thich Nhat Hanh sugería, suaviza el tono interno (La paz está en cada paso, 1991). Asimismo, cultivar bondad amorosa con la frase “que yo esté a salvo, que otros estén a salvo” flexibiliza la reacción y abre la escucha. Un “semáforo” interno —rojo: parar; amarillo: sentir; verde: actuar con cuidado— convierte la atención en guía práctica.
Escuchar las indicaciones
De este modo, cuando el ruido baja, el valor habla en señales discretas: una sensación de amplitud en el pecho, una claridad sencilla en la decisión, una pregunta honesta que no acusa. La teoría polivagal sugiere que, en estados de seguridad social, el cuerpo facilita la conexión y el discernimiento (Stephen Porges, 2011). Para afinar la escucha, conviene contrastar con valores: ¿esta acción cuida, conecta y clarifica? Si responde que sí, suele ser el susurro del valor; si empuja a humillar o huir sin mirar, probablemente es ruido. La brújula es interior, pero se verifica en consecuencias concretas y cuidadosas.
El valor compasivo
Finalmente, el valor que propone Thich Nhat Hanh es relacional: busca aliviar el sufrimiento de todos. En el Budismo Comprometido, arriesgó comodidad y seguridad para ayudar a campesinos durante la guerra de Vietnam, uniendo contemplación y acción no violenta (Orden del Interser, 1966). Su coraje no era estridente; era preciso y compasivo. Así, acallar el miedo no conduce a dureza, sino a ternura eficaz. La indicación suave del valor invita a proteger la vida, decir la verdad con cuidado y sostener la paz incluso en el desacuerdo. Cuando escuchamos ese susurro, nuestros actos se vuelven firmes sin ser duros, y valientes sin dejar de ser amables.