Por eso, conviene disciplinar la intención. Antes de iniciar un proyecto, redacta una frase de propósito (“¿a quién sirve, por qué ahora, qué límites no cruzaré?”) y compártela con quienes puedan señalar desvíos. Usa “intenciones de implementación” del tipo si-entonces para proteger la coherencia ante presión (Gollwitzer, 1999); establece precompromisos públicos y retroalimentación periódica. Finalmente, documenta decisiones y resultados para cerrar el bucle entre intención y efecto: cuando haya desajuste, corrige el rumbo en voz alta. Este ciclo transparente transforma la honestidad en hábito visible y, con el tiempo, en imán de colaboraciones que resuenan con tu propósito. [...]