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Empezar: la disciplina mínima que cambia todo

Creado el: 10 de agosto de 2025

La disciplina más sencilla es empezar. — Haruki Murakami
La disciplina más sencilla es empezar. — Haruki Murakami

La disciplina más sencilla es empezar. — Haruki Murakami

El valor del primer paso

La sentencia de Murakami —“la disciplina más sencilla es empezar”— pone el foco en el umbral que separa la intención de la realidad. Antes de cualquier virtud sostenida, existe un gesto inicial que vence la inercia. Como en la física cotidiana, el mayor rozamiento aparece al mover por primera vez un objeto en reposo; después, el movimiento fluye. Empezar no lo resuelve todo, pero transforma la duda en evidencia: ya no estamos pensando en escribir, correr o estudiar; estamos, de hecho, haciéndolo. Y esa transición redefine la identidad.

Murakami y la rutina creativa

A partir de ahí, la vida de Murakami ofrece un ejemplo elocuente. Tras gestionar un bar de jazz, decidió escribir su primera novela después de una epifanía en un partido de béisbol [Tokio, finales de los 70]. Esa chispa se convirtió en hábito: madrugar, escribir varias horas, correr 10 km o nadar, y acostarse temprano, según relata en De qué hablo cuando hablo de correr (2007). El inicio —sentarse a teclear y atarse las zapatillas— era la palanca diaria. Así, la “disciplina más sencilla” no era grandiosa, sino repetible; con ella, la obra creció página a página y kilómetro a kilómetro, recordándonos que los sistemas protegen el talento cuando la inspiración flaquea.

Acción antes que motivación

Conviene subrayar que la motivación no siempre precede al acto. La terapia de activación conductual mostró que programar acciones concretas mejora el ánimo al generar refuerzos positivos (Jacobson et al., 1996). Del mismo modo, las intenciones de implementación —“si es X, haré Y”— facilitan el inicio al vincular contextos y conductas (Gollwitzer, 1999). Incluso el efecto Zeigarnik sugiere que las tareas empezadas permanecen activas en la mente, empujando a completarlas. En esta lógica, empezar fabrica motivación retroactivamente: un párrafo escrito invita al segundo; diez minutos de estudio alivian la resistencia y abren otro bloque. Por eso, la disciplina inicial vale por dos: rompe la barrera y crea su propia gasolina.

Microinicios que reducen la fricción

Tras comprenderlo, el cómo se vuelve práctico: reducir la barrera de entrada. La “regla de los dos minutos” propone que el primer paso sea tan pequeño que parezca ridículo: abrir el documento, leer una página, ponerse las zapatillas. En paralelo, definir la “siguiente acción” concreta (David Allen) evita la parálisis por vaguedad. Los rituales de arranque —misma hora, mismo lugar, misma música— señalan al cerebro que es momento de comenzar. Y los precompromisos (dejar el material listo, acordar una sesión con alguien, bloquear la pantalla del móvil) recortan tentaciones. Al articular estos microinicios, el comienzo deja de ser heroico y se vuelve inevitable.

El coste de posponer

No empezar también disciplina, pero en contra: entrena la evitación. La procrastinación explota nuestro sesgo por el presente, otorgando al alivio inmediato más peso que al beneficio futuro (Piers Steel, 2010). El resultado es un bucle de culpa y estrés que drena energía y rebaja la autoeficacia. Además, la rumiación previa a la acción suele ser más dolorosa que la propia tarea; la “parálisis por análisis” nos hace diseñar planes perfectos que nunca ejecutamos. Frente a ello, un inicio imperfecto supera al plan impecable que no llega: el progreso, por pequeño que sea, compite con el miedo y, poco a poco, lo desplaza.

Perseverar significa empezar otra vez

Finalmente, sostener una práctica no es nunca una línea recta. Habrá días perdidos y semanas flojas; sin embargo, si el éxito se define como “capacidad de reiniciar con baja fricción”, la continuidad se salva. Contar “días con inicio” —no páginas totales ni kilómetros— refuerza la identidad de quien siempre vuelve. Además, cerrar cada sesión apuntando la siguiente acción convierte el próximo comienzo en un gesto sencillo. Así, siguiendo la intuición de Murakami, la disciplina más sencilla no es rígida ni severa: es amable, breve y reincidente; la clase de disciplina que, con cada nuevo inicio, hace que lo difícil se vuelva cotidiano.