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El propósito que vuelve cada día un comienzo

Creado el: 10 de agosto de 2025

Un propósito claro puede convertir cualquier día común en un comienzo. — Jorge Luis Borges
Un propósito claro puede convertir cualquier día común en un comienzo. — Jorge Luis Borges

Un propósito claro puede convertir cualquier día común en un comienzo. — Jorge Luis Borges

Del instante banal al punto de partida

Para empezar, la sentencia de Borges nos recuerda que la diferencia entre rutina y estreno no está en el calendario, sino en la intención. Un propósito claro transforma el vaivén de lo cotidiano en dirección: filtra lo superfluo, otorga prioridad y crea esa tensión creativa que empuja a dar el primer paso. Así, el día deja de ser una repetición y se vuelve un umbral. En lugar de esperar condiciones ideales, la nitidez del para qué inaugura el ahora. De esta manera, la noción de comienzo no depende de fechas solemnes, sino de la lucidez que reorganiza la experiencia. Esta intuición literaria abre la puerta a examinar cómo Borges ilumina lo ordinario hasta volverlo extraordinario.

Borges y la luz de lo cotidiano

En Borges, lo mínimo es un portal. El hacedor (1960) encadena viñetas donde un gesto —una lectura, una esquina— se vuelve instancia inaugural. Del mismo modo, relatos como La Biblioteca de Babel desmontan la inercia al proponer una búsqueda que confiere sentido a cada página: cuando hay propósito, la vastedad deja de ser caos y se vuelve mapa. En ese marco, la frase citada no es un consejo utilitario, sino una poética del inicio: el mundo cambia cuando cambia nuestra pregunta. Con este trasfondo literario, podemos transitar hacia lo que la investigación contemporánea sabe del poder de un objetivo claro.

La ciencia del propósito claro

A continuación, la psicología organizacional confirma la intuición. La teoría de establecimiento de metas de Locke y Latham (1990; 2002) muestra que objetivos específicos y desafiantes elevan el desempeño: focalizan la atención, energizan el esfuerzo, prolongan la persistencia y orientan estrategias. La clave es la claridad: decir «llamar a tres clientes antes del mediodía» supera «ser más proactivo». La precisión convierte abstracciones en conductas. Además, el propósito bien definido reduce la ambigüedad, que es un gran costo cognitivo. Al despejarla, recuperamos energía para actuar. Este mecanismo prepara el terreno para otro hallazgo: cómo ciertos hitos temporales facilitan iniciar.

El ‘fresh start’ y los hitos del calendario

Asimismo, el llamado efecto fresh start describe que los «hitos temporales» —cumpleaños, lunes, inicios de mes— motivan conductas aspiracionales al separar el yo pasado del yo que comienza. Dai, Milkman y Riis (Management Science, 2014) documentaron que estos marcadores aumentan la probabilidad de iniciar metas. Sin embargo, el aporte de Borges sugiere algo más audaz: cualquier día puede funcionar como hito si lo atraviesa un propósito claro. Vale decir, no hay que esperar al calendario; podemos crearlo. Al nombrar un objetivo con precisión y significado, trazamos un antes y un después subjetivo que dispara el comienzo. Esta idea enlaza con una tradición más antigua: el telos como brújula de la acción.

Telos y sentido: de Aristóteles a Frankl

Por otra parte, Aristóteles señala en la Ética a Nicómaco (c. 350 a. C.) que toda acción se orienta a un fin; sin telos, erramos. Siglos después, Viktor Frankl mostró en El hombre en busca de sentido (1946) que el significado —aunque sea modesto y concreto— sostiene la voluntad incluso en condiciones extremas. En ambos casos, el propósito no es adorno, es estructura de la experiencia. Cuando esa estructura se vuelve explícita, un día cualquiera hereda la fuerza de un comienzo. Para trasladar esto a la práctica, conviene diseñar propósitos breves, medibles y conectados con un porqué que nos importe.

Prácticas para encender el día

En la práctica, comience con una frase de 12 palabras: verbo activo + contribución + límite temporal. Por ejemplo: «Escribir la primera sección del informe para apoyar la decisión del equipo antes de las 11». Luego, ancle un ritual de arranque: cinco minutos sin interrupciones en la primera tarea del propósito; la inercia hará el resto. Añada un recordatorio visible (nota en la mesa, pantalla de bloqueo) y un cierre breve: «Hoy comenzó cuando…». Una anécdota lo ilustra: una enfermera de UCI sustituyó «sobrevivir al turno» por «asegurar tres conversaciones claras con familias antes del mediodía». El cambio reencuadró prioridades, redujo estrés y mejoró la coordinación. Ahora bien, toda brújula requiere elasticidad.

Flexibilidad frente al propósito rígido

Conviene evitar el túnel: cuando cambian los datos, cambian los comienzos. La investigación sobre ajuste de metas sugiere que la capacidad de soltar objetivos inviables y reengancharse a otros protege el bienestar (Wrosch y colegas, 2003). La autocompasión también amortigua el perfeccionismo que paraliza (Neff, 2003). Por eso, formule propósitos revisables: claridad para actuar, flexibilidad para aprender. Así, el propósito deja de ser mandato y se vuelve conversación con la realidad. Esa actitud permite cerrar el día sin culpa y abrir el siguiente con combustible fresco.

Comenzar, una y otra vez

En última instancia, comenzar no es un acontecimiento único, sino una práctica reiterable. Cada vez que nombramos un para qué y damos el primer paso, volvemos a inaugurar el tiempo. Borges nos ofrece la imagen precisa: un propósito claro convierte lo común en umbral. Lo extraordinario no está lejos; empieza en la frase que nos decimos y en la acción que la confirma. De ese modo, cualquier día —incluido hoy— puede ser el primero.