Reclamar la alegría siguiendo tu verdadera llamada
Creado el: 23 de agosto de 2025

Reivindica tu derecho a la alegría haciendo aquello que te llama. — Nawal El Saadawi
La alegría como derecho, no privilegio
Nawal El Saadawi convierte la alegría en un acto de soberanía personal: no se mendiga, se ejerce. Al decir “reivindica”, sitúa la felicidad en el terreno de los derechos, no de las concesiones. Hacer “aquello que te llama” deja de ser capricho y se vuelve un compromiso con la propia dignidad. Esta ética se reflejó en su vida. Médica y escritora egipcia, encarcelada en 1981, escribió notas con un lápiz de cejas en papel higiénico, luego publicadas en Memoirs from the Women’s Prison (1983). Allí la creatividad fue resistencia y la alegría, un resplandor de agencia en la oscuridad. Así, la frase no es consigna vacía: es método para sostener la vida incluso bajo presión.
La llamada interior y el sentido
A partir de esa base, la “llamada” nombra el punto donde nuestras capacidades y nuestras convicciones se encuentran. No es un impulso pasajero, sino una brújula para orientar el esfuerzo. Seguirla produce alegría no por magia, sino porque alinea acción y significado. Viktor Frankl, en El hombre en busca de sentido (1946), muestra que el sentido se descubre al entregarse a una tarea, a un amor o a una actitud digna frente al sufrimiento. Cuando atendemos nuestra llamada, el trabajo deja de ser un mero intercambio y se vuelve ofrenda. La alegría, entonces, emerge como consecuencia natural de esa coherencia.
Alegría como resistencia y poder
De ahí se desprende una dimensión política: reclamar la alegría desactiva dispositivos que lucran con nuestra docilidad. El Saadawi denunció cómo el patriarcado regula cuerpos y deseos; responder a la propia llamada rompe esa tutela. La alegría no es evasión, es energía para sostener la lucha. En esa línea, Audre Lorde, en “Uses of the Erotic: The Erotic as Power” (1978), sostiene que el gozo profundo es fuente de poder y criterio ético. Cuando sentimos la plenitud de hacer lo que nos llama, reconocer lo que nos reduce se vuelve más fácil. Así, la alegría alimenta la claridad y la valentía necesarias para cambiar estructuras.
Cómo escuchar lo que te llama
Para pasar de lema a práctica, conviene crear condiciones de escucha. El silencio deliberado —caminatas sin pantallas, escritura matinal— ayuda a distinguir deseo propio de expectativas ajenas. La microexperimentación convierte intuiciones en evidencia: proyectos de dos semanas, prototipos, voluntariados, pequeñas colaboraciones. Además, las “conversaciones espejo” con personas que nos han visto actuar iluminan patrones de vitalidad (“te brillan los ojos cuando…”) y orientan decisiones. Finalmente, establecer límites —tiempo protegido, decir no— resguarda el espacio donde la llamada puede madurar. Pequeños pasos consistentes abren caminos que antes parecían invisibles.
Riesgos, privilegios y coraje prudente
Sin embargo, no toda llamada admite un salto inmediato. Existen responsabilidades, precariedad y contextos que condicionan. Por eso, combinar deseo con diseño reduce riesgos: metas graduales, umbrales de salida, ahorros, y pruebas de bajo costo que permitan aprender sin colapsar. Herminia Ibarra, en Working Identity (2003), propone experimentar identidades en paralelo antes de apostar por una sola. Este enfoque de “portafolio” protege mientras afinamos la brújula. La alegría no exige temeridad, sino un coraje prudente que honre tanto nuestros anhelos como nuestras circunstancias.
La comunidad como combustible de la alegría
Por último, la alegría prospera en común. El soporte mutuo ofrece recursos, testigos y pertenencia, y amortigua la incertidumbre de explorar. La Harvard Study of Adult Development (desde 1938) sugiere que las relaciones sólidas predicen bienestar a largo plazo; no es casualidad que los cambios sostenibles se cuezan en redes de confianza. Comunidades de práctica, coros, huertos, cooperativas: allí la llamada individual se amplifica y encuentra cauces. Así, reivindicar la alegría no es un acto solitario, sino un movimiento compartido donde cada quien, al hacer lo que le llama, ensancha el horizonte de los demás.