Ver lo posible y preguntar por qué no
Creado el: 31 de agosto de 2025

Otros han visto lo que es y se han preguntado por qué. Yo he visto lo que podría ser y me he preguntado por qué no. — Pablo Picasso
De la descripción a la invención
Picasso contrapone dos modos de mirar: unos se limitan a lo que es y buscan su causa; él prefiere imaginar lo que podría ser y abrir la puerta con un “¿por qué no?”. Con ese giro, el foco se desplaza de la explicación del presente a la creación de futuros posibles. Así, la cita no celebra la ingenuidad, sino el coraje de ensayar nuevas formas. Cuando cambiamos la pregunta, cambiamos el horizonte: la realidad deja de ser un dictado y se vuelve un borrador que admite revisiones.
La pregunta que desencadena innovación
Este cambio de pregunta es el corazón del reencuadre. “Tim Brown, Change by Design (2009)” muestra cómo el diseño comienza no con respuestas brillantes, sino con preguntas fértiles: ¿por qué no podríamos movernos de otra manera, aprender de otra manera, habitar de otra manera? A partir de ahí, el “por qué no” funciona como palanca: transforma obstáculos en hipótesis y problemas en prototipos. En otras palabras, convierte la curiosidad en método.
El arte como laboratorio de lo posible
En el arte, este impulso se volvió visible. “Les Demoiselles d’Avignon (1907)” rompe la perspectiva heredada y, junto a Braque, abre el cubismo: si el mundo tiene múltiples caras, ¿por qué no pintarlas a la vez? La obra no solo representa; experimenta con una realidad alternativa. Del mismo modo, el estreno de “La consagración de la primavera” de Stravinski (1913) escandalizó al público al alterar ritmo y forma. Con el tiempo, esa herejía sonora se volvió canon, confirmando que el “por qué no” artístico ensaya el futuro antes que la sociedad lo adopte.
Ciencia y tecnología: de la barrera al experimento
La misma lógica nutre la ciencia. Los hermanos Wright (1903) pasaron del “no se puede volar” al “¿y si probamos así?” con un planeador, un túnel de viento y pequeños ensayos. Décadas después, el discurso de Kennedy (1962) —“We choose to go to the Moon”— convirtió un imposible en programa, culminando con Apolo 11 (1969). Estos hitos comparten rasgos: problemas definidos con audacia, prototipos iterativos y aprendizaje del error. En suma, el “por qué no” se vuelve un procedimiento experimental.
La psicología del pensamiento posibilista
La mentalidad de crecimiento de Carol Dweck (“Mindset”, 2006) sugiere que el talento se moldea con práctica, lo cual legitima intentar caminos inéditos. A la vez, el pensamiento contrafactual imagina mundos alternativos que iluminan soluciones que el hábito no ve. Además, Barbara Fredrickson (2001) mostró que las emociones positivas amplían repertorios de acción; cuando el ánimo se expande, también lo hace el conjunto de respuestas posibles. Así, la audacia de “¿por qué no?” no es capricho: tiene un sustrato cognitivo y emocional.
Límites éticos del atrevimiento
No todo “por qué no” es virtud; también puede cruzar líneas. La conferencia de Asilomar (1975) sobre ADN recombinante estableció salvaguardas antes de avanzar, recordándonos que la imaginación debe dialogar con la responsabilidad. Hoy, la edición genética con CRISPR reabre el mismo dilema. Por eso, el coraje creativo necesita una segunda pregunta: “¿para qué?”. Solo así el impulso de explorar se alinea con el cuidado por consecuencias y personas.
Cómo cultivar la mirada de posibilidad
En la práctica, conviene alternar lentes: primero ver lo que es con rigor; luego imaginar lo que podría ser sin censura; por último, regresar con criterios de factibilidad y ética. Pequeños prototipos, preguntas que amplían (“¿qué pasaría si…?”) y plazos breves de prueba convierten la visión en evidencia. Al cerrar el círculo, volvemos a Picasso: la realidad es punto de partida, no de llegada. Si entrenamos la curiosidad y honramos los límites, el “por qué no” deja de ser una ocurrencia y se vuelve una disciplina para inventar el mañana.