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Cada meta abre el camino de la siguiente

Creado el: 2 de septiembre de 2025

Llegar a una meta es el punto de partida para otra. — John Dewey
Llegar a una meta es el punto de partida para otra. — John Dewey

Llegar a una meta es el punto de partida para otra. — John Dewey

El final que inaugura el camino

El enunciado de Dewey invierte la lógica de la llegada: alcanzar una meta no clausura el proceso, sino que lo renueva. Entender el logro como umbral, no como pedestal, libera a las personas del narcisismo del trofeo y las ubica en la práctica de un desarrollo sostenido. La meta ya no es un destino fijo, sino un hito que reorganiza preguntas y energías. Así, más que acumular victorias, aprendemos a encadenar aprendizajes. Este giro de enfoque convierte los cierres en invitaciones y evita la parálisis del “¿y ahora qué?”. Desde aquí, el pragmatismo de Dewey se vuelve una brújula para transitar la continuidad entre fines y medios.

Pragmatismo: experiencia, indagación y continuidad

Para Dewey, el conocimiento aparece como una corriente de indagación: percibimos un problema, ensayamos una respuesta, observamos consecuencias y redefinimos el problema. Democracy and Education (1916) y Experience and Nature (1925) muestran que cada solución reorganiza el campo de la experiencia y, por eso, genera nuevas preguntas. En vez de venerar verdades inmóviles, el pragmatismo privilegia la eficacia de las ideas en la práctica. Si una respuesta funciona, no pone punto final; habilita la siguiente hipótesis. De ese modo, fines y medios se entrelazan: el fin logrado se convierte en medio para el próximo ciclo de aprendizaje.

La educación como investigación continua

Trasladado al aula, enseñar es diseñar ciclos de reflexión-acción. How We Think (1910) describe el pensamiento reflexivo como una secuencia de duda, exploración, prueba y revisión. Un proyecto escolar sobre puentes, por ejemplo, no concluye al levantar un modelo estable: ese logro abre preguntas sobre materiales, costos o impacto urbano, y reorienta la investigación. Así, la evaluación no certifica un cierre definitivo; documenta el punto de partida del siguiente reto. Portafolios, rúbricas y retroalimentación formativa sostienen esa continuidad, evitando que la “nota final” apague la curiosidad que justamente se ha encendido.

Trabajo y hábitos: iteraciones con propósito

En el mundo profesional, esta lógica se expresa en el kaizen y en metodologías ágiles. Taiichi Ohno, en Toyota Production System (1988), convierte cada mejora en la palanca de la siguiente. Del mismo modo, los sprints ágeis celebran una entrega para enseguida planear la próxima iteración. Los OKR popularizados en Measure What Matters de John Doerr (2017) funcionan igual: al cerrar un resultado clave, se redefinen objetivos con evidencias frescas. Este encadenamiento protege del triunfalismo y de la inercia. Un producto lanzado con éxito inaugura preguntas sobre adopción, accesibilidad o sostenibilidad; el logro no es descanso, sino señal de ruta.

Psicología de la motivación: seguir para sostener el impulso

La hipótesis del gradiente de meta de Clark L. Hull (1932) muestra que tendemos a acelerar a medida que el objetivo se acerca; paradójicamente, tras lograrlo, el impulso cae si no aparece un nuevo desafío. A la vez, la idea de la cinta hedónica de Brickman y Campbell (1971) explica cómo nos adaptamos a los logros, perdiendo euforia con rapidez. Por eso, convertir cada meta en un punto de partida mantiene el sentido y la energía. No se trata de una persecución ansiosa, sino de modular el ritmo para que el interés no se extinga cuando la línea de llegada queda atrás.

Democracia como práctica inacabada

Dewey concibió la democracia como un modo de vida en asociación, no solo un sistema electoral. The Public and Its Problems (1927) y Democracy and Education sostienen que la deliberación pública es aprendizaje colectivo: cada acuerdo logrado revela nuevas necesidades y, por tanto, nuevos comienzos. Un presupuesto participativo, por ejemplo, cierra una asignación y abre el monitoreo ciudadano de resultados. Así, la política deja de ser evento y se vuelve proceso. Al comprender que los fines conquistados devienen medios para seguir cooperando, cultivamos instituciones vivas y comunidades capaces de renovarse sin agotarse.