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Responder al llamado de tu mejor yo con deliberación

Creado el: 3 de septiembre de 2025

Escucha los llamados de tu mejor yo y responde con pasos deliberados. — San Agustín
Escucha los llamados de tu mejor yo y responde con pasos deliberados. — San Agustín

Escucha los llamados de tu mejor yo y responde con pasos deliberados. — San Agustín

El eco interior y la inquietud agustiniana

Al comienzo, la invitación a “escuchar los llamados de tu mejor yo” resuena con el latido más famoso de San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (Confesiones, c. 397–400). Ese mejor yo no es un personaje inventado, sino la parte del alma orientada a su fin más alto. Escucharla exige distinguir entre impulsos momentáneos y deseos que perduran. Así, la inquietud se vuelve brújula: no toda agitación es distracción; a veces señala que hemos puesto el peso de la vida en un lugar equivocado. Escuchar es, entonces, sintonizar con la verdad que ya nos llama desde dentro.

Del deseo al juicio: ordo amoris y prudencia

Desde ahí, Agustín sugiere pasar del sentir al juzgar, reordenando los amores: el ordo amoris. En La ciudad de Dios (c. 413–426), define la justicia como amar lo que corresponde en el orden debido. Cuando los afectos se alinean, la voluntad puede ver con claridad. Por eso, la prudencia no es frialdad, sino amor clarificado que decide bien. Entre el impulso y la acción caben preguntas simples: ¿qué bien busco?, ¿qué bien mayor podría perder?, ¿qué opción ensancha mi capacidad de amar? Tales preguntas afinan el oído interior y convierten el deseo en discernimiento.

El arte de los pasos deliberados

Así, responder “con pasos deliberados” no significa lentitud paralizante, sino ritmo oportuno: decidir a la velocidad de la lucidez. En De libero arbitrio (c. 388–395), Agustín explora cómo la libertad madura cuando la voluntad se ejercita en elecciones concretas. Pequeños pasos, repetidos, forman hábitos que sostienen grandes decisiones. Una regla práctica ayuda: divide la acción en el siguiente gesto claro y ejecutable, verifica su alineación con tu mejor yo y comprométete a revisarlo. La deliberación se vuelve un camino de fidelidades breves que, encadenadas, cambian la dirección de la vida.

Silencio y atención en medio del ruido

Con todo, escuchar exige condiciones. Agustín encontró la suya en un jardín, cuando oyó “tolle, lege” y abrió la Escritura (Confesiones VIII). No fue magia, sino atención disponible. El silencio ordena el tiempo como un compás; no extraña que en De musica relacione ritmo y armonía con el alma que aprende a medir. Prácticas mínimas bastan: unos minutos sin pantalla, respiración que aquieta, una frase que re-centra. El silencio no es vacío, es claridad prestada a lo esencial, y prepara el terreno para dar el paso justo.

Comunidad y corrección fraterna

Además, nadie discierne solo. La Regla de San Agustín propone una vida común donde el amor se prueba en obras y la corrección fraterna afina la conciencia. La comunidad actúa como espejo: descubre sesgos, recuerda promesas y celebra avances. Un consejo confiable, una conversación sincera o un compromiso compartido convierten la intención en camino. La amistad virtuosa —que busca el bien del otro— sostiene los pasos deliberados cuando flaquea la motivación personal.

Resonancias modernas: pensar rápido y pensar despacio

En esta línea, la psicología contemporánea confirma la intuición agustiniana. Daniel Kahneman, en Thinking, Fast and Slow (2011), distingue un Sistema 1 rápido e intuitivo y un Sistema 2 reflexivo y deliberado. Escuchar al mejor yo implica dejar que el segundo module al primero sin sofocarlo. Las emociones ofrecen datos, no decretos; la deliberación los integra. Así, la libertad deja de ser capricho y se convierte en respuesta consistente al bien discernido.

Una práctica diaria de discernimiento

Finalmente, la escucha se cultiva con un rito breve: detenerse, nombrar, ordenar, elegir, revisar. Detente para atender; nombra el deseo y el miedo; ordena tus amores a la luz del bien mayor; elige el siguiente paso concreto; revisa al caer la tarde qué aprendiste. Este pequeño examen de conciencia, tan agustiniano como humano, transforma la vida por acumulación. Entre el llamado y la respuesta se juega la libertad; paso a paso, el mejor yo deja de ser una voz lejana y se vuelve un hábito encarnado.