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Éxito constante exige adaptarse al ritmo de los tiempos

Creado el: 5 de septiembre de 2025

Quienquiera que desee éxito constante ha de cambiar su proceder conforme a los tiempos. — Nicolás Ma
Quienquiera que desee éxito constante ha de cambiar su proceder conforme a los tiempos. — Nicolás Maquiavelo

Quienquiera que desee éxito constante ha de cambiar su proceder conforme a los tiempos. — Nicolás Maquiavelo

La tesis en su contexto histórico

La sentencia condensa una intuición forjada en la Italia convulsa del Renacimiento. Estados que cambiaban de manos, ejércitos mercenarios y alianzas volubles hicieron evidente que la conducta eficaz envejece rápido. Tras la caída de la República florentina, Maquiavelo fue destituido y relegado a Sant’Andrea in Percussina; allí redactó El Príncipe (1513), mientras en su famosa carta a Francesco Vettori (10 de diciembre de 1513) confesaba estudiar a los antiguos para entender el presente. De ese cruce de historia viva y lectura nace su consejo: el éxito perdurable no se logra con una regla fija, sino ajustando el proceder al compás de los tiempos.

Fortuna y virtù como brújula

Ahora bien, ese ajuste tiene dos nombres clave: fortuna y virtù. En El Príncipe, cap. 25, la fortuna es como un río impetuoso que, cuando se desborda, arrasa; la virtù no elimina la crecida, pero construye diques y canales. Maquiavelo calcula que una parte de nuestras acciones depende de lo azaroso y otra de nuestra capacidad de adecuación. Por eso, constancia no significa rigidez, sino plasticidad previsora: permanecer fiel al fin —conservar el estado, proteger la libertad— mientras se cambian los medios según la estación política.

Ser zorro y león: táctica dúctil

Asimismo, la táctica debe mutar con la circunstancia. El Príncipe, cap. 18, propone ser a la vez león y zorro: fuerza para espantar lobos y astucia para sortear trampas. El relato de César Borgia en la Romaña (cap. 7) ilustra el timing del cambio: usó la dureza de Remirro de Orco para pacificar, y luego lo castigó públicamente para ganarse al pueblo. En otras palabras, alternó instrumentos opuestos sin perder el objetivo. Así, el método no es una identidad moral fija, sino un repertorio que se activa conforme al viento.

De la política a la empresa contemporánea

Trasladado al presente, la lección resuena en la gestión y la tecnología. Clayton Christensen, The Innovator’s Dilemma (1997), mostró cómo líderes consolidados fracasan por aferrarse a modelos ganadores de ayer frente a innovaciones disruptivas. En contraste, sistemas que aprenden de choques —Nassim Taleb, Antifragile (2012)— prosperan cuando convierten la volatilidad en mejora. No es teoría ociosa: Kodak, que prototipó la cámara digital en 1975, tardó en abrazarla y acabó en bancarrota en 2012; Netflix, en cambio, migró del DVD al streaming y luego a la producción propia, sincronizando su proceder con el nuevo reloj del mercado.

Instituciones y ética del cambio

Con todo, cambiar no equivale a justificar el oportunismo sin freno. En Discursos sobre la primera década de Tito Livio (c. 1517), Maquiavelo sostiene que las repúblicas sobreviven cuando renuevan periódicamente leyes y costumbres para preservar la libertà. La adaptación, pues, se ordena a un bien durable —instituciones vivas, control de poderes, participación cívica—, no al capricho del día. De ahí que el cambio eficaz combine flexibilidad en los medios con límites y controles en los fines, preservando la confianza que hace viable cualquier comunidad.

Prácticas para cambiar a tiempo

Por último, llevar la máxima a la práctica exige método. Conviene: leer señales débiles del entorno, formular hipótesis, experimentar en pequeño y decidir con datos; mantener opciones abiertas (portafolios, pilotos) para no casarse con un único camino; y ajustar el ritmo interno al externo con ciclos breves de revisión. Eric Ries, The Lean Startup (2011), sistematiza este ciclo construir–medir–aprender y el “pivote” cuando la evidencia lo exige. Así, la constancia se redefine como constancia en aprender y reorientar a tiempo.