Cuando el lenguaje baila, la poesía transforma

La poesía es una invitación al cambio; deja que el lenguaje te mueva los pies. — Pablo Neruda
Una invitación que desata el paso
Para comenzar, la sentencia de Neruda desplaza la poesía del papel al cuerpo: ‘invitación al cambio’ que no se queda en metáfora, sino que sugiere una coreografía íntima. Si el lenguaje puede ‘moverte los pies’, entonces el poema no sólo describe el mundo: te reubica en él. En la obra de Neruda, la palabra suele convocar elementos materiales—sal, pan, piedras—para que el lector participe con todos los sentidos; así, el verso se vuelve impulso. En consecuencia, entender la poesía como invitación implica aceptar el riesgo del desplazamiento: cambiar de compás, de lugar, de costumbre. No hay lectura inocua; cada estrofa propone un paso adelante, hacia una versión distinta de nosotros.
Del verso al cuerpo
De este modo, cuando el verso baja al suelo, evidencia su origen rítmico: la poesía nació andando, dicha en voz alta. Payadores y repentistas del Cono Sur improvisan décimas que hacen palmear y zapatear, y Violeta Parra llevó la décima escrita a la rueda popular con Décimas (1963). Asimismo, el cuerpo que se mueve también resiste. La ‘Cueca sola’ (Chile, 1978) convirtió un baile en memoria y denuncia; allí, el canto condujo pasos ausentes y presentes a la vez. La lengua, literalmente, marca el paso.
Cambiar la mirada del mundo
Ahora bien, el cambio que propone el poema no es sólo cinético: es perceptivo. Octavio Paz, en El arco y la lira (1956), sostiene que la poesía renueva el lenguaje y, al hacerlo, renueva la mirada. Vallejiana, Trilce (1922) desarticula la sintaxis para obligarnos a sentir de otra manera; la incomodidad inicial es el primer paso del movimiento interior. Así, del pie que marca el ritmo pasamos al ojo que reaprende a ver: una misma energía transformadora que avanza por distintos canales.
Neruda y su propia metamorfosis
En consonancia con esta ética del desplazamiento, la propia obra de Neruda exhibe metamorfosis. De la angustia surreal de Residencia en la tierra (1933–1935) a la épica continental de Canto general (1950) y la celebración cotidiana de las Odas elementales (1954–1957), su dicción ensaya cambios de registro, escala y destinatario. Por eso, cuando Neruda invita a ‘dejar que el lenguaje te mueva los pies’, habla desde la experiencia de quien dejó que su voz se mudara una y otra vez, para alcanzar nuevas comunidades y nuevas materias.
Ritmo, cerebro y movimiento
Además, la ciencia respalda la intuición del movimiento. La prosodia y el ritmo verbal generan acoplamiento (entrainment) entre audición y corteza motora, predisponiendo al cuerpo a sincronizarse. Aniruddh D. Patel, en Music, Language, and the Brain (2008), muestra cómo el pulso rítmico del lenguaje activa circuitos motores; Large y Snyder (2009) explican que la anticipación del pulso guía microajustes corporales. Por ende, no es metáfora gratuita: el verso medido, la aliteración o el estribillo literalmente crean ganas de caminar, aplaudir o bailar.
Prácticas para dejarse mover
Finalmente, aceptar la invitación exige práctica. Leer en voz alta, caminar mientras se recitan versos, escribir oyendo un metrónomo suave o llevar un cuaderno a los trayectos cotidianos permiten que el ritmo haga cuerpo. En festivales de oralidad como el de Medellín (fundado en 1991), se observa cómo la multitud se mece con la cadencia del poeta: la lengua organiza el movimiento colectivo. Y cuando la vida acompasa al poema—una pausa al respirar, un giro en la esquina—el cambio se vuelve tangible. Pasamos de comprender la poesía a dejar que nos conduzca, paso a paso, hacia otra forma de estar en el mundo.