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Pronunciar semillas: la imaginación que crea mundos

Creado el: 7 de septiembre de 2025

Pronuncia en voz alta las semillas de tu imaginación y verás cómo aparecen paisajes enteros. — Toni
Pronuncia en voz alta las semillas de tu imaginación y verás cómo aparecen paisajes enteros. — Toni Morrison

Pronuncia en voz alta las semillas de tu imaginación y verás cómo aparecen paisajes enteros. — Toni Morrison

La voz como acto creador

El aforismo de Toni Morrison sugiere que la voz no solo describe, sino que hace. En términos de filosofía del lenguaje, J. L. Austin mostró en How to Do Things with Words (1962) que ciertas palabras son performativas: al decir "prometo", se realiza un acto. De modo análogo, al pronunciar las "semillas" de la imaginación, inauguramos escenas que antes no existían en el campo compartido de la experiencia. Así, la voz se convierte en herramienta de cultivo: nombra, delimita, convoca y siembra. Lo que comienza como germen mental adquiere contorno cuando se dice en voz alta, porque la palabra moviliza expectativas, memoria y escucha. En consecuencia, hablar es el primer paso para ver; poner sonido al deseo abre la posibilidad de trazar paisajes con densidad emocional y social.

Morrison y los paisajes de la memoria

Desde ahí, la propia obra de Morrison ejemplifica cómo la enunciación hace aparecer territorios. En Beloved (1987), la memoria traumática se vuelve geografía vivida; y en Song of Solomon (1977), la genealogía familiar despliega rutas y topografías simbólicas. No es casual que, en su Discurso Nobel (1993), afirmara que el lenguaje es medida de nuestras vidas: decir es instituir mundo. Al pronunciar lo indecible —la historia borrada, la violencia y la ternura— Morrison cartografía espacios ausentes del mapa oficial. Sus personajes hablan para reclamar suelo, nombran para habitar, narran para ver. De este modo, el paisaje no es telón de fondo, sino fruto de una voz que hace visible lo que la costumbre había vuelto invisible.

Tradición oral: comunidad que oye y ve

Asimismo, la cita dialoga con tradiciones orales donde la palabra compartida convoca imágenes colectivas. Los griots en África occidental, los cantos de trabajo afroamericanos y la práctica de call and response en iglesias negras muestran que la voz crea escena en tiempo real: la audiencia coimagina mientras responde. Zora Neale Hurston, en Mules and Men (1935), recogió cuentos donde el ritmo y la cadencia eran ya arquitectura narrativa. Cuando una historia se dice frente a otros, la imaginación deja de ser privada: el grupo sincroniza percepciones y completa huecos con su propia experiencia. Así, la pronunciación no solo germina paisajes internos, sino plazas públicas simbólicas donde la comunidad se reconoce y se negocia.

Psicología: decir en voz alta y visualizar

Por otra parte, la psicología cognitiva respalda este poder de la voz. El "efecto de producción" muestra que recordar en voz alta mejora la huella de memoria (MacLeod et al., 2010), mientras que la teoría del doble código explica que verbalizar más visualizar refuerza el aprendizaje (Paivio, 1971). Además, la investigación sobre construcción de escenas sugiere que el hipocampo integra elementos dispersos en entornos coherentes (Hassabis y Maguire, 2007). En conjunto, hablar pone en marcha sistemas de atención, emoción e imagen que densifican lo imaginado. Al convertir una intuición en frase, se obliga a elegir verbos, texturas y contornos; y esa especificidad, repetida y oída, madura de semilla a paisaje con relieve.

Métodos prácticos para sembrar imágenes

En la práctica, pronunciar las semillas puede volverse un método. Prueba un "borrador oral": graba dos minutos describiendo un lugar imposible como si ya existiera; luego transcribe y subraya detalles sensoriales. Alterna con un "mapa sonoro": antes de dibujar, enumera en voz alta los ruidos del sitio, del viento al zumbido eléctrico, para anclar la escena. Otra técnica es la improvisación encadenada: durante diez días, abre con la misma frase y deja que cambien clima, temporalidad y escala; la repetición verbal genera continuidad, y la variación produce geografía. Finalmente, comparte en voz alta con un oyente: su pregunta concreta —¿dónde está la puerta?, ¿qué huele ahí?— te obliga a completar el plano.

Ética de nombrar y responsabilidad

No obstante, nombrar también delimita y excluye; por eso, la siembra verbal requiere cuidado. La hipótesis Sapir-Whorf, aun debatida, advierte que las categorías lingüísticas orientan la percepción. Renombrar un barrio puede activar dignidad o borrar memorias; de modo similar, monumentos y topónimos instauran paisajes morales. Morrison insistió en la responsabilidad de un lenguaje que no violente ni silencie: pronunciar puede reparar, pero también herir. Así, crear mundos con la voz supone escuchar primero a quienes los habitan. La imaginación florece cuando reconoce historias previas, integra matices y evita simplificaciones. La ética, entonces, es parte de la arquitectura del paisaje que decimos.

De la voz al territorio compartido

En suma, pronunciar las semillas de la imaginación no es un gesto menor: es el mecanismo por el cual lo posible gana suelo. Desde la performatividad hasta la neurociencia, y desde la tradición oral hasta la práctica cotidiana, hablar inaugura caminos transitables. Si el mundo se expande cuando lo decimos, la invitación de Morrison es doble: atreverse a pronunciar y prestar oído. En ese intercambio, las semillas se vuelven paisaje y el paisaje, lugar común.