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Atrapar la luna y seguir caminando

Creado el: 7 de septiembre de 2025

Captura la luz de la luna entre tus manos y deja que guíe el siguiente paso de tus pies errantes. —
Captura la luz de la luna entre tus manos y deja que guíe el siguiente paso de tus pies errantes. — Li Bai

Captura la luz de la luna entre tus manos y deja que guíe el siguiente paso de tus pies errantes. — Li Bai

Un gesto imposible, una brújula íntima

Capturar la luz de la luna entre las manos es, literalmente, imposible; sin embargo, el gesto imaginado revela la esencia del verso de Li Bai: cambiar el impulso de poseer por la disposición a recibir. Al tender las manos, el sujeto se vuelve recipiente, y la claridad que no puede retenerse se convierte en guía. Así, la paradoja es fértil: lo inasible orienta mejor que lo controlado, y de esa docilidad nace el siguiente paso.

Li Bai y su compañera plateada

Desde esa abertura, conviene recordar que Li Bai (701–762) hizo de la luna su cómplice lírica. En Bebiendo solo a la luz de la luna (siglo VIII) convoca a la luna y a su sombra para brindar, inventando una compañía que apacigua la errancia. En Pensamientos en una noche tranquila el resplandor en el suelo parece escarcha y despierta la nostalgia del hogar. Ambos poemas muestran que la luz lunar no es meta, sino interlocutora: ilumina sin exigir, sugiere sin mandar. Por eso, cuando el verso habla de pies errantes, no condena el deambular; lo honra como condición creadora siempre que la claridad humilde de la noche oriente el movimiento.

Errancia y sabiduría daoísta

A la luz de ese trasfondo, la invitación a dejarse guiar resuena con el daoísmo. El principio de wu wei sugiere actuar sin forzar, permitiendo que las cosas se desplieguen según su naturaleza. Zhuangzi, en Deambular libre y fácil (c. siglo IV a. C.), celebra un vagar atento que escucha la forma del mundo. Leído así, el gesto de atrapar luz equivale a tomar contacto con una cualidad del entorno —fresca, serena, cambiante— y permitir que module el siguiente paso. No hay plan cerrado ni mapa perfecto: hay una sensibilidad que, como el brillo lunar, basta para el tramo inmediato.

La luna en el agua: advertencia y consuelo

Sin embargo, la luna ofrece también una cautela. En cuentos chinos y budistas, un mono intenta atrapar la luna reflejada en un pozo y descubre que perseguía un espejismo. La escena advierte contra la ilusión de poseer lo que solo se refleja. Con todo, la lección no es renunciar a la guía, sino refinarla: mirar el reflejo como señal sin confundirlo con la cosa. Así, la luz en las manos —real o imaginada— no es trofeo, sino brújula modesta que orienta sin engaño cuando se acompaña de discernimiento.

El arte de avanzar de a un paso

De ahí se desprende un arte concreto: avanzar por pasos cortos guiados por una claridad tenue. En la práctica creativa y en las decisiones vitales, conviene preguntar cuál es el siguiente paso suficientemente bueno, no el destino definitivo. El caminar meditativo del Zen, conocido como kinhin, encarna este ritmo: respiración, pisada, atención. Cada decisión pequeña recibe la luz disponible y la convierte en movimiento. Así, la errancia deja de ser extravío para volverse método, una coreografía de aproximaciones sucesivas bajo el mismo resplandor.

Una escena mínima para recordarlo

Finalmente, una escena mínima lo fija en la memoria. Un caminante se detiene junto a un arroyo; acerca las manos al agua y ve que la luna cabe entera en ese cuenco tembloroso. No puede guardarla, pero con ese brillo elige la piedra siguiente y cruza. Del otro lado, la noche sigue igual y, sin embargo, algo ha cambiado: ahora sabe que avanzar no exige agarrar la luz, solo recibirla lo bastante como para dar, con humildad, el próximo paso.