Del estrés ajeno a la pasión propia
Creado el: 9 de septiembre de 2025

Trabajar duro por algo que no nos importa se llama estrés; trabajar duro por algo que amamos se llama pasión. — Simon Sinek
De esfuerzo a sentido
Al comparar el mismo esfuerzo bajo dos luces, Sinek recuerda que el problema no es la intensidad, sino el sentido. Cuando trabajamos por algo que nos es indiferente, cada hora pesa; cuando nos mueve un propósito, la fatiga adquiere sentido y se vuelve combustible. Así, la etiqueta cambia: del estrés que drena al entusiasmo que orienta. Esta distinción no romantiza el trabajo; lo redefine. No se trata de trabajar más, sino de alinear el empeño con valores y metas significativas. Para entender qué sostiene esa diferencia, conviene mirar primero la motivación.
Motivación intrínseca y propósito
Según la Teoría de la Autodeterminación, la motivación florece cuando hay autonomía, competencia y conexión (Deci y Ryan, 2000). Si estas necesidades se frustran, la tarea se siente impuesta y nace el estrés; si se satisfacen, aparece la motivación intrínseca, cercana a lo que llamamos pasión. Sinek va en esa dirección en Start With Why (2009): cuando el porqué es claro, el cómo y el qué se ordenan. Este marco psicológico nos prepara para observar la huella física de ambas experiencias.
Neurobiología de la diferencia
A nivel biológico, el estrés crónico eleva cortisol y activa circuitos de amenaza, minando la memoria y el ánimo (Sapolsky, 2004). En cambio, perseguir metas valiosas moviliza dopamina y noradrenalina en proporciones que enfocan la atención y sostienen el esfuerzo; el aprendizaje se refuerza mediante el ‘error de predicción’ dopaminérgico (Schultz, 1997). La diferencia no es euforia sin freno, sino una química que acompasa reto y sentido. Esa sintonía se vuelve palpable en el estado de flujo, donde la exigencia coincide con las habilidades.
Fluir en lo que amamos
Csikszentmihalyi describió el flujo como inmersión total cuando desafío y capacidad se equilibran (Flow, 1990). El tiempo se comprime, la autocrítica baja y la concentración se afina. En ese terreno, el trabajo duro se experimenta como juego serio: cuesta, pero atrae. Este fenómeno no es exclusivo de artistas o atletas; ingenieras, docentes y artesanos lo relatan a diario. Desde aquí, es natural pasar de la teoría a casos que ponen rostro a la pasión.
Historias que encarnan el porqué
Marie Curie trabajó jornadas extenuantes no por obligación, sino por curiosidad insaciable, incluso organizando las «petites Curies» para hospitales de campaña en 1914–18; su labor extenuante tenía un porqué. En el ámbito empresarial, Yvon Chouinard orientó Patagonia hacia la preservación ambiental, convirtiendo el esfuerzo constante en coherencia de propósito (Let My People Go Surfing, 2005). Sinek ejemplifica algo similar al analizar compañías que lideran con el porqué, como Apple, en Start With Why (2009). Asimismo, una maestra que rediseña su curso para conectar ciencia con problemas locales suele reportar menos agotamiento y más energía. Sin embargo, incluso la pasión mal encauzada puede torcerse.
El lado oscuro del entusiasmo
El modelo dual de la pasión distingue entre pasión armoniosa y obsesiva (Vallerand et al., 2003). La primera convive con otras áreas de la vida; la segunda domina, favoreciendo el burnout. Maslach y Leiter (1997) muestran que sobrecarga, falta de control y valores en conflicto erosionan incluso vocaciones profundas. Además, algunas organizaciones explotan el «haz lo que amas» para normalizar largas horas sin apoyo. Prevenirlo exige límites, recursos y justicia. Con ese realismo, surge la pregunta práctica: ¿cómo mover el trabajo del estrés a la pasión?
Del giro práctico a la coherencia
Una vía es el job crafting: ajustar tareas, relaciones y percepción del trabajo para ganar sentido (Wrzesniewski y Dutton, 2001). Unido a microautonomía, feedback honesto y aprendizaje deliberado, reenciende competencia y propósito. Volver al porqué —como sugiere Sinek— ordena prioridades y autoriza a decir no. A la par, conviene pactar límites claros, alternar esfuerzo y recuperación, y ensayar pequeños proyectos que exploren intereses. Cuando el esfuerzo se alinea con valores, el cansancio no desaparece; simplemente deja de ser carga ajena y se convierte en compromiso propio.